VALÈNCIA. Andrés Rubio ha puesto a España frente al espejo y se ve fea. Le ocurre tras 50 de especulación urbanística, de pelotazos y de políticos con más cartera que alma. Ese es el diagnóstico de España Fea: el caos urbano, el mayor fracaso de la democracia, un ensayo en el que el periodista disecciona las historias para no dormir de pueblos convertidos en colmenas para gente rica y litorales destrozados. La intensidad en la que está cambiando y el territorio en el último medio siglo amenaza la España tal y como se conoce. Construcciones ilegales, una burocracia y leyes urbanísticas hechas a la medidas de los caciques del ladrillo y la connivencia de otras muchas personas. Una “falta de amor” que Rubio pone en el centro de su relato.
El autor visitó València hace unos días para presentar el libro y contestó algunas preguntas para Culturplaza.
Pongamos a la España fea en una balanza. ¿Se puede realmente tener y fomentar un turismo que no destroce el paisaje? “En Lanzarote, César Manrique ya dijo en los 90 que no estaba es contra del turismo, sino que pedía una industria inteligente del turismo. Se puede hacer, claro que se puede”. Eso sí, “se ha de abrir un proceso de reflexión sobre la cantidad de territorio malbaratado. Hay que detener, e incluso revertir, el proceso de destrucción”.
Como solución, apuesta por la creación de un Conservatorio del Litoral a la medida de Francia, que compra los terrenos privados pegados a la costa para poder protegerlos ante la construcción de las promotoras. Francia y su defensa del paisaje es la gran referencia de todo el libro. En Cataluña ya se ha proyectado un organismo similar.
Segunda balanza, la ideología. ¿La democracia demuestra que la España fea es una consecuencia de la ideología neoliberal? “En España se siguió el modelo americano en vez del francés, dejando en manos privadas las decisiones y la gestión del territorio privado. En Francia hay una idea de conservación pública y de recuperación del paisaje porque asocian su identidad a la belleza del país. España ha sido un caos neoliberal de gestión privada y ningún presidente del gobierno ha estado interesado en lo que los franceses entienden como “la ciencia del fenómeno urbano”, de la que Henri Lefebvre reflexionaba”.
Tercera balanza, el autoestima. ¿Son los destrozos de las ciudades culpa de la pretensión de estas de “ponerse en el mapa”? ¿Son los chalets que revientan el orden natural una demostración de autoestima de sus propietarios? ¿Le pasaba algo a Calatrava para proyectar así sus edificios? “Si no hay cultura y no hay tradición, de poco sirve ese autoestima. En Barcelona, los centros sociales y culturales —por ejemplo— tienen un nivel de arquitectura muy alto y eso es impresionante. No se en ninguna parte de España se ve esa coherencia y es un modelo a seguir”.
Y por supuesto, Benidorm. La ciudad alicantina no puede no salir en cualquier análisis urbanístico. Pero, como viene siendo habitual en los últimos años, no sale mal parado. Su arquitectura vertical lo hace más eficiente y sostenible como gran urbe que, por ejemplo Jávea, el otro extremo, con un mar de casas y urbanizaciones salpicada “como una mancha de aceite”.
Aún así, se ha erigido un monstruo, el diamante Intempo, al que las revistas y los medios de comunicación no han dudado en tildar de “terrorífico”. Otra vez, la ambición rompe el paisaje. Ladrillo que toma el dibujo del paisaje y lo raya. La España fea es la que no deja respirar lo ya creado de manera natural.
Cullera o Sagunto también salen en el análisis de Rubio, como ejemplos de localidades diseñadas para el turismo. Bajo esa premisa, todo para el turista pero sin el pueblo y sin el paisaje. La España que lleva fea 50 años encanta fuera porque, sobre todo, destruye identidad propia.