Con la emisión de títulos como Muerte en León (y Muerte en León. Caso Cerrado) queda patente la atracción del público por las historias reales sobre crímenes (True Crimes) y sus posteriores juicios e investigaciones. Un género que gana adeptos
VALÈNCIA. No es solo la atracción del público por los actos violentos, por las emociones llevadas al extremo, o por tratar de entender por qué los seres humanos podemos llegar hasta una conducta de tal magnitud. El trabajo policial y judicial, los testigos, la reconstrucción de los hechos, las diferentes versiones, forman un entretenido juego de deducción para el espectador que le lleva a implicarse racionalmente en el caso. Encontramos, por tanto, razones emocionales que se complementan con motivaciones racionales. Por último, y lo más jugoso de todo, está el telón de fondo que evidencia en muchos casos una fuerte crítica social: los errores del sistema. O las bien llamadas cloacas del Estado.
Un crimen a sangre fría. Tres mujeres implicadas y un juicio grabado de forma pormenorizada. Bien podríamos estar viendo Testigo de cargo del gran Billy Wilder. El crimen es igualmente truculento. Pero, a diferencia de la película, además de diferenciarse por ser un documental sobre una historia real, conmociona no solo por lo que se descubre a cada paso, sino además por aquello que el documentalista no es capaz de responder y queda abierto para siempre en la mente del espectador.
Por un lado tenemos las cuestiones emocionales, el drama. La víctima es una mujer, una política importantísima de León. Las sospechosas, de forma inusual en las muertes por armas, son mujeres. Una madre y su hija, con una relación patológica entre ellas de excesiva dependencia, cometen el crimen, despechadas porque la difunta le ha hecho la vida imposible a la joven. El caso tiene cierto olor al clásico crimen de Puerto Urraco: “Pueblo pequeño, infierno grande”, comenta uno de los testimonios del documental. Aunque sea León, el funcionamiento de una ciudad pequeña y, por tanto., opresiva porque todos están relacionados entre ellos, funciona de igual manera que cualquier otra, porque si tienes un traspiés y quedas marcado por cualquier razón, la sociedad entera dejará hasta de saludarte por la calle. Pasas a ser un apestado social, con los años la situación se enquista más y más, los odios se acrecientan, las obsesiones se convierten en patologías, hasta que estalla el crimen.
El caso de Triana, la hija, es un personaje que particularmente me genera ternura. Aferrada siempre a su madre, una mujer que parece salida de La casa de Bernarda Alba, y educada como una hija obediente, fue incapaz de separarse de su madre, coger el petate y empezar una nueva vida en cualquier otro lugar cuando la despidieron del trabajo. Y con esa decisión se ahogó en el fango. El detalle llama mucho la atención porque la hija es Ingeniero de Telecomunicaciones, una carrera con grandes posibilidades. Podría haber intentado salir de ahí y volver a empezar.
Después tenemos a una tercera mujer, una mosquita muerta, la pobre, que es amiga de Triana. Un “daño colateral” a la que metieron en un fregado bastante considerable, y da más lástima que otra cosa por dejarse liar sin tener ninguna motivación personal por el crimen. Y por último, está la fallecida: Presidenta en León del Partido Popular que, según todos los indicios era un ser implacable que podía destrozarte la vida
Ya tienen los ingredientes para que, como espectadores, elijan sus personajes preferidos, sus filias y sus fobias, en esta novela real. No es fácil posicionarse. Porque tan cruel fue la animadversión entre víctima y asesinas, que uno no puede evitar sentir lástima por las criminales y sus circunstancias, además de la lógica lamentación por la pérdida de una vida, sea quien sea. De esta forma, en el relato, las víctimas se convirtieron en crueles homicidas y la malvada de León pasó a ser la víctima, cruzándose los papeles.
Pasamos al segundo elemento, el rompecabezas: el juicio, donde abogados, fiscales y policías protagonizan la mayor parte del documental. Presenciamos cómo cada uno deja en evidencia los agujeros y las dudas sobre el relato oficial. El juego deductivo se vuelve apasionante.
Pero lo mejor, sin duda ninguna, y estando tan cerca en estos momento del caso del espionaje hacia Pablo Iglesias, es la reiteración sobre la podredumbre del sistema. Policías que han utilizado métodos no ortodoxos para avanzar en la investigación; fiscales y abogados que omiten de forma deliberada llamadas telefónicas que pondrían poner en un brete a un asesor del Presidente de Castilla y León; jugosos puestos en la administración, que oficialmente se logran por oposición, pero que se regalan a base de pasar bajo mano las preguntas de los exámenes a los familiares de políticos en el Gobierno. Y una Presidenta del Partido Popular de León, la asesinada, que tenía a toda la ciudad amedrantada a base de dossiers con investigaciones pormenorizadas sobre los deslices de sus adversarios políticos y empresarios, para cuando fuera necesario “pasárselo por el hocico”. En León trabajaban para las cloacas de la Diputación de León diversos personajes que sin duda eran clones exactos al famoso Villarejo. Un panorama desolador sobre el funcionamiento de una ciudad de provincias que bien sirve de espejo de muchas otras. Es fácil encontrar similitudes con el modus operandi de Jose Luis Baltar, de la Diputación de Orense o con Carlos Fabra en Castelló. ¿Cuántas más funcionan así?
Muerte en León se convierte de esta forma en un brutal documento sobre una corrupción institucional que lamentablemente no es tan excepcional. La escritora, y columnista de opinión en Valencia Plaza, Pilar Pedraza, reflexionaba esta semana sobre “el enorme vacío conformista que nos rodea”. Particularmente, su comentario me ha hecho meditar sobre cómo nos estamos acostumbrando a este tipo de juego sucio del sistema. Pero como la propia Pedraza dice, solo nos queda el arte como esperanza, porque “es el único que construye la ilusión que hace distinguir lo claro de lo oscuro, la luz de las tinieblas”.
A la pregunta de ¿por qué nos atrae el mal?, Pedraza matiza: “No es el mal lo que nos atrae, sino su representación y el goce que produce su ficcionalización, con la que podemos expresar nuestros deseos, incluso los más reprimidos por la razón, por el discurso dominante y por la moral vigente. Consciente o inconscientemente, el mal es percibido como subversivo y liberador. Esto afecta, particularmente en la literatura y el cine, a los personajes malvados, sobre todo si se une en ellos la maldad con la belleza. La seducción del mal supone la quiebra del ideal ético clásico de la belleza como compañera inseparable de la bondad, formulado por Platón”.