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PUNT DE FUGA / OPINIÓN

¿Por qué Vox hace lo que (no) hace?

Foto: CARLOS LUJÁN/EP
2/12/2022 - 

En la política institucional ocurre a menudo que el trabajo de verdad no luce y eso es un problema. Tienes que pelear con un sistema de incentivos perverso por el que resulta mucho más importante hacer un tweet con chispa, atender a la prensa o acudir al enésimo evento social intrascendente que leer informes, estudiar la ley o preparar bien los debates parlamentarios.

Es lo que ocurre con los presupuestos. Es con diferencia la etapa con mayor carga de trabajo en un parlamento, pero nadie fuera lo sabe. Los Presupuestos de la Generalitat para 2023 suponen más de 28.438 millones euros a los que hay que sumar la Ley de acompañamiento, una ley ómnibus que incluye cambios legislativos de todo tipo que se debate en paralelo a los presupuestos. Por su parte, los Presupuestos Generales del Estado para 2023 son 583.543 millones. Hablamos de miles y miles de páginas de datos, informes y modificaciones legales. Los Grupos Parlamentarios tienen que repasarlo todo y a partir de ahí presentar sus propias propuestas vía enmienda. Luego hay que repasar todas las enmiendas de todos los grupos, negociar las que sean susceptibles de acuerdo y, posteriormente, llega la fase de debate y votación. Son 3 meses, de octubre a diciembre, en los que vivimos por y para los presupuestos. Un proceso largo, extremadamente tedioso y tenso, porque es mucho lo que hay en juego.

Pues Vox ha decidido que no participa. No han presentado ni una sola enmienda, ni a los Presupuestos de la Generalitat, ni a la Ley de acompañamiento, ni a los Presupuestos Generales del Estado. Y, por supuesto, como no presentan enmiendas, no tienen nada que negociar, no tienen nada que debatir, ni siquiera tienen porque leérselos. Les basta con llegar al último debate, rellenar su tiempo de intervención con las cuatro consignas de siempre y el argumentario manido que les manden desde Madrid, votar en contra y listos.

A sus señorías de Vox se les han adelantado las vacaciones de navidad dos meses. Es realmente vergonzoso. No tiene precedente en nuestra vida parlamentaria que un grupo decida, sin más, que no va a hacer su trabajo. Y lo peor es que es algo que se da por amortizado, es lo esperable, una estridencia más de la extrema derecha. Algo que no abre portadas de los periódicos, que no es tema de conversación en las tertulias televisivas, que ni siquiera tiene eco en espacios tan predispuestos al escándalo como las redes sociales.

No es la primera vez que pasa. Llevan cuatro años así. No hay ningún otro grupo parlamentario que reiteradamente tenga que retirar sus propias iniciativas porque citan leyes que no existen, porque confunden las competencias de cada administración o porque plantean medidas ilegales. Constantemente me veo enfrascado en debates con diputados de Vox que es obvio que no han estudiado los temas que llevan, que no saben de lo que hablan y que, por eso, intentan generar polémicas artificiosas para tener algo con lo que rellenar su tiempo y desviar la atención. Pero no nos equivoquemos, no se trata de una fuerza política bisoña que comete errores de principiante. Podemos y Ciudadanos hace cuatro años también eran partidos nuevos y no ocurría esto. Lo que pasa con Vox es que sencillamente no les interesa nada, no están en los parlamentos ni para proponer, ni para debatir, ni para sacar nada adelante.

Vox está en las instituciones para reventarlas desde dentro, para acosar a las fuerzas políticas progresistas y para tratar de boicotear cada propuesta que salga de nuestros gobiernos con independencia de su contenido. La confrontación de ideas es consubstancial a la política, pero esto es otra cosa. En cualquier fuerza política, del signo que sea, hay un cierto punto de equilibrio entre el choque ideológico y la necesidad de hacer propuestas para abordar los que consideramos que son problemas fundamentales en nuestra sociedad. Lo primero deriva de lo segundo. Esto no ocurre en el caso de Vox. En su concepción absolutamente perturbada de la política, se conciben a si mismos en un estado de guerra total, su leitmotiv es acabar con el resto, se ven a sí mismos como soldados y conciben la mentira, el acoso y el saboteo de la vida parlamentaria como armas legítimas que deben ser usadas con la mayor precisión. El que desquicia, el que maltrata y el que se comporta como un troll no es reprendido sino ensalzado como un héroe en el campo de batalla.

Y cuando logran hacerlo estallar todo, cuando consiguen que desde el otro lado demos un golpe encima de la mesa y les reprendamos, invierten los términos de la situación colocándose como víctimas. Todo lo que hacen queda retroactivamente justificado porque, en su mente, se están defendiendo de una agresión o de un intento de censura. Es la lógica del maltratador cuando le pregunta a su víctima: “¿Por qué me obligas a hacerte esto?”

Lo que hemos visto en las últimas semanas no es producto de un exabrupto en un debate sobrecalentado. No es una escalada en que dos parlamentarios se exaltan y van elevando cada vez más el tono. Eso entraría dentro de los parámetros de lo normal, aunque no sea deseable ni bonito. Pero esto no son momentos aislados, ni es un problema de actitud o de mala educación de una persona en concreto. Se trata de una estrategia sistemática de acoso y derribo por parte de la extrema derecha. Están en política para eso y para nada más.

No han llegado a las instituciones a cambiar nada sino a impedir que el resto podamos cambiar algo. No hay ninguna actitud que podamos adoptar para evitar que hagan lo que hacen. Si tratamos de ignorarles, se envalentonan y arrecian en sus ataques. Si nos defendemos, se victimizan. Si intentamos hacer que simplemente se cumplan las normas y que mantengan las formas, denuncian que esto es una dictadura. No hay mediación posible, tenemos que asumir que están aquí para destruirnos y que no van a detenerse a no ser que les detengamos nosotros. Y el mejor modo, es que les demostremos que lo que hacen no les va a funcionar, que vamos a seguir llevando a término nuestro programa de gobierno, ampliando los derechos de todos y reduciendo los privilegios de unos pocos. Que demostremos, con hechos, que su reacción no es más que el signo de su impotencia porque su tiempo ya pasó hace mucho. Y menos mal.

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