MADRID. La Reserva Federal americana (FED) inició su ciclo de endurecimiento hace un año. Y 475 puntos básicos y un episodio de endurecimiento monetario -quantitative tightening- después, los primeros efectos se están dejando sentir, pero más en la maquinaria financiera que en la economía.
Las quiebras de Silicon Valley Bank/Signature Bank/Credit Suisse son en gran medida idiosincráticas, pero también tienen una dimensión sistémica. Es cierto que los bancos están mejor capitalizados que en 2008.
Además, las pérdidas no realizadas esta vez proceden sobre todo de la subida de los tipos a lo largo de 2022, que es menos tóxica que las de los préstamos fallidos en 2008: si aumentara el pesimismo, los tipos bajarían, reduciendo mecánicamente las pérdidas (autocorrección); en 2008, la escasez de crédito agravó el deterioro de las carteras de préstamos (autoamplificación).
Sin embargo, a medida que caen las cotizaciones de los bancos y los diferenciales financieros se amplían, aumenta el coste del capital, lo que conducirá a una racionalización de los balances. Los responsables políticos estarán muy interesados en detener el contagio -que ya ha comenzado, por ejemplo, en el sector inmobiliario comercial- de las pérdidas inducidas por los tipos a las inducidas por el crédito, pero la alta inflación, la elevada deuda pública y la regulación posterior a la CFG -para reducir el riesgo moral y la exposición de los contribuyentes- pueden limitar el alcance o la credibilidad de las intervenciones.
En este momento, la única certeza predecible es un mayor endurecimiento de las condiciones de préstamo, y no sólo en Estados Unidos: la escasez de crédito bancario pesará sobre la economía, se extenderá a la financiación desintermediada y provocará una revalorización del crédito, así como una descompresión de los diferenciales (los créditos de mayor riesgo se verán más penalizados).
Vincent Chaigneau es director de investigación en Generali Investments