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Protector, una distopía post-apocalíptica donde los anglosajones han sido arrasados, colonizados y esclavizados

Un cómic que nos sitúa en el siglo XXXIII, pero no hay ni mega-ciudades ni rascacielos inteligentes, el mundo se parece más a un paisaje medieval. El calentamiento ha sumergido América y se han impuesto civilizaciones antiguas, las cuales han sometido a los anglosajones, han ocupado sus templos, colonizado su territorio y explotado a sus habitantes en minas esclavistas. La vuelta a la tortilla.

10/02/2020 - 

VALÈNCIA. De todas las historias de ciencia ficción evasiva y menos sesudas, sin duda las post-apocalípticas son las más atractivas, al menos para quien esto escribe. Hay un encanto especial en nuestro mundo completamente arrasado. Supongo que a la gente con hijos se le debe hacer más duro imaginarse un futuro en el que la mayoría de los seres humanos han sido aniquilados y los que quedan sobreviven como ratas de cloaca, pero como hipótesis supone que nada de lo supuestamente importante ahora lo será más. Es un descanso, una venganza que sirve de alivio psicológico.

El cómic americano producido prácticamente en cadena de montaje, el de Image, Dark Horse, Titan o Dynamite, generalmente puede tener ideas que no están mal, pero abundan los desarrollos llevados a cabo con poca pericia. No es extraño perder el interés rápido o en cuanto la historia cae en tópicos y convencionalismos.

Sin embargo, a veces aparecen propuestas realmente originales, con dibujos que no por no tener un tratamiento artístico detallista no son altamente sugerentes y buenas historias. Series que llaman la atención desde el primer número, como lo hizo, por citar ejemplos de los que se habló en esta columna, Infinite Dark o Oliver.

De estas dos primeras características, al menos, puede dar fe Protector, lanzado este año por Image. Un guión de Simon Roy y Daniel Bensen, con Artyom Trakhanov a los lápices y Jason Wordie al color. La propuesta es como sigue: Año 3241. Las aguas, como se ha predicho mil veces, han cubierto los continentes. Tenemos una ciudad minera y esclavista, Shikka-Go. Sabemos que una esclava, de nombre Mari, ha intentado escapar de allí, pero cuando la encuentran en una cueva, un robot, con distintivos mugrientos ¡de la OTAN! resucita de repente, se desentierra y sale en su defensa.

 Al mismo tiempo, hay una especie de vírgenes mitad gurús que todo el mundo nombra en sus juramentos, las Devas, que anuncian que sobre Shikka-Go, vaya por dios, va a caber una lluvia de fuego y no va a quedar nada como pasó con Sodoma y Gomorra.

Obviamente, cuando se conocen las noticias, los habitantes de este particular mundo del futuro entran en pánico. En las reseñas se ha comparado este universo como una mezcla de Mad Max, Conan y la serie de televisión The Expanse En la parte de la esclava pudiera notarse cierta influencia de los mundos de George Miller, sobre todo de su tercera entrega, La Cúpula del Trueno, pero la mayor influencia estética de este mundo post-apocalíptico es una fusión de culturas americanas pre-hispánicas y sobre todo asiática, que vienen a ser como en el mundo global que propone la saga de Blade Runner con un enfoque asfixiante, pero fuera de esas urbes megalómanas, en una restauración más de carácter medieval.

No obstante, ese no es el plato fuerte. Ese contexto es así porque los moradores de América del Norte han expulsado a la civilización anglosajona y han esclavizado a sus habitantes. Cuando se nos pone en antecedentes, no hay meandros. Las ciudades de los anglosajones fueron arrasadas, saqueadas, sus templos tomados y sus habitantes sometidos. Y en esa explicación, así sin más, concluye el primer número. Se puede conseguir en inglés y la serie completa, que será solo de cinco entregas, concluirá antes de verano.

Al margen del cambio climático y la destrucción del planeta que hemos conocido, el verdadero morbo de este primer número está, lógicamente, en que da la vuelta a la tortilla. Son los anglosajones los que trabajan en minas insalubres en condiciones de esclavitud y todo lo simbólico de su civilización y su territorio ahora pertenece a otros pueblos.

En las reseñas que han escrito los aficionados estadounidenses de lo que se quejan es de que se les presentan demasiados personajes y temas en solo unas pocas decenas de páginas. Está la historia de la esclava que escapa, de los capataces de la mina, del robot de la OTAN que amanece de pronto, de las relaciones de las tribus entre sí y la extraña religión, con sus vírgenes voladoras, que condiciona todo. Para un servidor, con un inicio tan florido ocurre lo contrario. La necesidad de completar el puzzle es lo que más invita a leer los siguientes números. Una trama más ordenadita quizá me hubiera llevado al abandono, que es lo que ocurre normalmente.

 Solo por el dibujo del ruso Artyom Trakhanov ya merecería la pena pasar las páginas de este tebeo aunque fuera sin leer un solo bocadillo. Vuelve a alcanzar el nivel de su Turncoat, de Boom!, también de ciencia ficción, o el western Seven Deadly Sins, en TKO Studios. No obstante, solo ver cómo se resuelve la idea de un mundo sin tecnología en el que los anglos son los parias, con el despertar de ese robot con pegatinas de la OTAN, ya exige el esfuerzo de seguirlo y acabarlo aunque sea solo por la dentera.


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