VALÈNCIA. Estos últimos días he tenido varias conversaciones informales con compañeros y amigos sobre cómo puede afectar la Inteligencia Artificial al desarrollo del arte y a la forma de mostrar, acercar o explicar el arte ya existente. Mentiría si dijera que estamos en todo de acuerdo, salvo en el hecho de que el futuro se presenta lleno de interrogantes e inmerso en una nebulosa. Cometeríamos un error si nos enfrentamos a ello como una foto fija de 2023: IA, en un futuro próximo, va a ser capaz de prácticamente todo en este asunto. Lo mollar pienso que está en nosotros mismos: en qué estamos dispuestos a que la IA haga por nosotros.
Yo me apunto a este uso. Y, por supuesto, más allá del arte, la IA puede hacer mucho y bueno por la humanidad en numerosos campos: ciencias médicas, seguridad, clima, economía, ingeniería, estadística etc. Simplemente usémosla para el bien y alejémonos de tentaciones perversas y, por tanto, para su desarrollo y uso, apliquemos criterios éticos. No debería ser tan complicado. El uso de la IA en el campo del arte y patrimonio como si de una herramienta se tratara, pienso que tiene poco debate. En el ámbito de la arqueología nos va a ayudar a completar con asombrosa fidelidad aquello de lo que sólo se conserva una parte, va a ser fundamental a la hora de descifrar textos en soportes parcialmente destruidos, así como lenguas empleadas por civilizaciones desaparecidas cuyos códigos desconocemos en gran medida. La IA nos va a ayudar a reconstruir el pasado y a que sepamos más todavía sobre la vida y el arte de tiempos remotos.
A la hora de atribuir o descartar atribuciones de obras artísticas objeto de debate, inmersas en la duda, puede ser una buena herramienta puesto que los millones de datos que manejará dictarán una suerte de veredicto teniendo en cuenta parámetros como el tipo de pincelada, los materiales empleados, estilo pictórico, temática, relación con otros artistas cercanos etc. Si no un juez inapelable, sí se convertirá en una importante prueba de cargo a la hora de dilucidar casos dudosos. Habrá que ver qué museo se somete a una auditoría de la IA sobre obras que penden de sus muros y que podría dar algún que otro resultado sorprendente. La IA también podría contribuir a llevar a cabo estudios comparados y evolutivos de la historia del arte mediante el cruce de millones de datos de miles de obras. Finalmente, aunque no es esta una relación cerrada, la IA podría recrear visualmente para expertos y para el público el proceso de creación, desde su inicio, de una obra de arte o de una construcción y sus fases, en función de los materiales existentes y analizados. Es decir, la IA nos puede hacer viajar en el tiempo y desvelar muchos misterios que todavía envuelven a muchas obras de arte.
Comienzan las curvas. El empleo de las últimas tecnologías, entre ellas la IA, para “sumergirnos” en el cuadro o en la escultura logrando una suerte de amplificación sensorial de la obra de arte me plantea algunas dudas, y también el recorrido que pueda tener en el futuro. Sin ser ningún superdotado, cuando estoy frente a un cuadro de Sorolla puedo imaginar la luz cegadora, el ruido del mar, el viento, sin que la tecnología y la IA me traslade a aquel instante, actuando sobre la imagen de obra original introduciendo movimiento a la composición o tridimensionalidad, por medio del tratamiento digital de la imagen. Esta “nueva forma de ver” se puede disfrutar por medio de aplicaciones en entornos domésticos o acudiendo a exposiciones inmersivas que nos pueden hacer revivir una mañana en la playa de la Malvarrosa de 1909, ser testigos del antes y el después de la Rendición de Breda, o espectadores convertidos en convidados de piedra de los Fusilamientos del tres de mayo.
Pienso que la sensibilidad de la que la gran mayoría estamos dotados no necesita de recreaciones “plus ultra” más allá del óleo sobre lienzo que tenemos frente a nosotros. La obra acabada, cuando es una gran obra, contiene todo lo necesario; no necesita más: ahí está el rumor del mar, la luz, la composición, el movimiento…. No creo que debamos recibir el arte masticado, deshuesado, a través de una muleta intelectual que nos haga la experiencia más grata, sin esfuerzo, por medio de cierto falseamiento por ampliación sensorial. No creo que sea el mejor camino posible que, a los más jóvenes, ya suficientemente estimulados por los dispositivos móviles, les introduzcamos en el arte a través de estas recreaciones de las obras, pues corremos el peligro de adormecer su capacidad de imaginar y de analizar por ellos mismos, lo cual requiere un esfuerzo, sin que lo haga otro por nosotros. Tengo mis dudas de la pervivencia de una tecnología que no puede nunca superar al original y, al final, la obra de arte volverá a tener la palabra per se.
Siguiendo lo que decía en el apartado anterior, me parece más interesante, sin embargo, que la tecnología, y los procesos de IA se empleen para mostrar al espectador, más que una nueva forma de representar la obra de arte por medio de la realidad aumentada, la recreación del proceso de creación de la pieza lo más fiel a la realidad según los datos de los que disponemos o recrear y trasladarnos al contexto histórico del momento.
Hace unos días pude observar una obra digital que había recreado una imagen digital de cómo sería Goya si él mismo se hubiera pintado un autorretrato de niño. Un museo de nuestro país había empleado una aplicación de IA que había rejuvenecido el autorretrato del pintor y lo había dotado de un estilo pictórico dieciochesco, aunque a decir verdad muy alejado del estilo intransferible del genio español. Ahí la IA había errado estrepitosamente. Más allá de lo que no pasa de ser una suerte de broma dirigida a las redes sociales, me pareció un recurso con un resultado poco feliz puesto que en lugar de acercar el arte de Goya lo que lograba era una distorsión del mismo con una reinterpretación absolutamente fuera de estilo. Afortunadamente se trata de “ocurrencias” de las que, en este mundo fugaz, en un par de meses nadie se acordará.
Con la IA como artista penetramos en un terreno más desconocido. Se me ocurren a botepronto dos formas de crear ex novo obras de arte empleando la inteligencia artificial. La de aquellos procesos que tienen como punto de partida obras de arte ya creadas, o estilos de los artistas y demandamos de la IA que nos cree “ un cuadro de una escena costumbrista con el estilo de Goya” o bien otro que combine el estilo de Picasso con el de Dalí. De esas peticiones tan “originales” ya se imaginarán lo que está saliendo.
La otra forma “creativa” de la IA irá llegando paulatinamente y consistirá en crear arte a partir del entrenamiento a la IA para que, tomando como punto de partida todo el arte producido hasta la fecha, al que sumará su propia originalidad, “fabricara” obras pictóricas, escultóricas, novelas o música con una originalidad y temática, en mayor o medida, “propias”, convirtiendo a la IA en una suerte de “artista virtual”.
Llegados este punto me pregunto si es que ya no hay belleza que pueda crear el hombre por sí mismo sin ayuda de la máquina y siendo consciente de que tengo muchas más dudas que certeza, me la voy a jugar, aunque admito que hay posibilidades de perder estrepitosamente en mi predicción. Soy optimista y quizás tras unos inicios titubeantes, deslumbrados por las posibilidades de la IA, aun en el tiempo de descuento, se impondrá el humanismo, y las posibilidades inmensas de esta tecnología se destinarán a otros menesteres más lucrativos y prácticos. Definitivamente, la IA no sustituirá al creador, siempre y cuando mantengamos en concepto de creación que hemos manejado hasta hoy, no sin debates acalorados.
No hay duda que la IA será capaz de crear cosas que nos asombrarán, y eso se producirá más pronto que tarde. Sin embargo, la mano, la mente que mueve esa mano tras la obra de arte es un elemento que va intrínsecamente unido a la creación artística. No se puede alegar, como he leído, que hay muchas obras de arte que no sabemos quien es su autor y sin embargo son valoradas. Eso es evidente, pero, aunque hoy se tengan por anónimas, lo que sí sabemos es que tras ella hay un ser humano y eso es lo que convierte en único al arte.
Cuando contemplamos un cuadro, admiramos una obra arquitectónica en su aspecto creativo, cuando escuchamos una sinfonía, una canción, una improvisación de jazz todo nos remite a su creador. El arte es el último reducto del intelecto y la sensibilidad humana y pienso que nosotros mismos vamos a defenderlo como un coto vedado a la inteligencia de la máquina. Que vivimos en una sociedad utilitarista, pragmática es algo indiscutible pero ¿hasta tal punto de dejar que las máquinas compongan o pinten cuadros por nosotros?. En una época, siguiendo a Walter Benjamin, en que lo sagrado del arte se está perdiendo ¿vamos a permitirnos el lujo seguir profundizando en esa desacralización?
Que la IA se convierta en artista es arrojar la toalla significa la ruptura, la última disrupción. Ya no se trata del poder de la máquina, que, por supuesto, lo va a tener, sino de la decisión de otorgarle ese poder y dimitir del nuestro para seguir produciendo lo más íntimamente humano que es el arte. Lo contrario sería entrar en otra naturaleza del ser humano. ¿Por qué romper la baraja si lo conseguido hasta ahora ha sido un éxito? ¿o es que estamos dudando de aquello que el hombre ha hecho en el terreno de la creación hasta ahora?. Siguiendo al filósofo Rafael Monterde, doctor por la Universidad Católica de València “el hombre tiene que ser capaz de seguir creando belleza por sí mismo” y la IA rompería ese legado. Quizás nos falte tiempo para parar y reflexionar. Nos estamos subiendo a demasiados trenes sin detenernos a pensar si debemos cogerlos o no, simplemente por mor de la utilidad y en la eficiencia, dejando por el camino el humanismo, y si me lo permiten, el romanticismo. Sin pararnos a pensar en las consecuencias de ello, parece que tengamos que aceptar que “si la IA puede hacerlo, pues adelante, y así podremos tener un Velázquez en nuestras casas”.
A pesar de mi apuesta, admito que podría errar siempre y cuando la sociedad se deshumanice lo suficiente como para abrir la puerta a la tecnología en este terreno, pero, sinceramente, ¿queremos llegar a esa clase de sociedad? ¿Hasta qué punto es deseable estar rodeados de arte de esta naturaleza? ¿hasta qué punto seguiríamos valorando el arte con mayúsculas creado por el hombre a lo largo de los siglos? ¿disminuiría la valoración de este arte ante la facilidad de rodearnos de un nuevo arte mucho más barato, accesible y acomodado a nuestros gustos particulares?. Si podemos tener el mejor Sorolla del mundo “diseñado” por nosotros mismos, ¿qué atracción ejercerán, desde ese instante, sobre nosotros, los Sorollas originales?
Si la IA va a facilitarnos muchas tareas del día a día, y nos va a dar, posiblemente, tiempo que emplear en lo que decidamos, ¿además vamos a otorgarle el privilegio de crear arte para nosotros? ¿dónde quedaría nuestra capacidad para asombrarnos si metemos unos ingredientes en una coctelera informática y nos vomita una obra de arte sin firma humana? ¿dónde queda el admirar a la persona hay detrás de la obra maestra, sus vicisitudes y su biografía?.