El macro proyecto de centro comercial que quizá algún día vea la luz en la populosa localidad de Paterna, está sirviendo para que los políticos valencianos pongan sobre la mesa argumentos razonables pero también contradictorios.
Estos días ha vuelto a la actualidad informativa esa iniciativa que una empresa británica anunció hace algún tiempo y que consiste en crear un macro centro comercial y de ocio en las afueras de Valencia, en concreto en terrenos de la vecina localidad de Paterna. La clara oposición de una parte del Consell desde el minuto cero logró su cometido de desestimar el proyecto basándose en criterios técnicos, especialmente medioambientales.
Hace unos días el responsable de ese departamento fue cesado, Julià Álvaro, [quien también ha dimitido como portavoz en EQUO] y rápidamente se interpretó no sólo como una clara muestra de las tensiones en el seno de la Conselleria que dirige Elena Cebrián sino como una manera de que el Consell acercara posturas con los promotores empresariales del proyecto comercial y de ocio. Aunque rápidamente salió a la palestra otro miembro del gobierno valenciano a censurar y denostar tal proyecto, en este caso Natxo Costa, quien dijo que “Puerto Mediterráneo no es aceptable y no encaja en nuestro modelo”. La sinceridad en política es buena, pero quizá la prudencia sea necesaria.
Ante tal situación los partidos se posicionan de la siguiente manera: Compromís es contrario a tal actuación pero algunos de sus miembros disimulan porque la responsabilidad de gobernar supone aparcar la ideología y atenerse a la realidad, por ello la propia vicepresidenta o el conseller de Economía aseguran que si cumplen la legalidad seguirá adelante; Podemos ha reiterado, ayer mismo así lo hacía su portavoz en medioambiente, su rotunda oposición; el PP se ha mostrado partidario y de hecho su líder siempre ha dicho que el PSOE de Puig y el de Paterna contarían con su apoyo si decidían apoyar la creación del centro comercial; y los socialistas están a verlas venir entre unos y otros, ni sí ni no. Como todos, si se cumple la ley, bla bla bla.
Este tipo de grandes proyectos que genera impacto en varios frentes: medioambiental, social, laboral, empresarial, etc. no siempre pueden estar perfectamente ajustados a la legislación concreta de cada país, comunidad y localidad con sus múltiples regulaciones. Por ello, suelen tener un trato especial y al margen de los aspectos técnicos, es clave que exista de inicio una voluntad política de llevarlos a cabo o no. Es un asunto complejo y que genera argumentos enfrentados y creo que algo falaces, como suele ocurrir cuando hay grandes cifras de por medio, previsiones de inversión y generación de empleo que a veces se cumplen y otras no.
Me confieso defensor del sistema económico que impera en el mundo occidental, la economía de libre mercado, por un sencillo argumento: es el modelo que, pese a sus deficiencias, más riqueza y prosperidad genera en las sociedades donde está implantado. De la misma manera que la democracia (el menos malo de los sistemas políticos) genera seguridad, paz y libertad. Dicho esto, para alcanzar un equilibrio y no llegar a lo que algún profesor de la facultad denominaba ‘capitalismo salvaje o porno-capitalismo’, es necesario una regulación que sirva de marco organizativo y garantista para los diferentes actores de una sociedad.
En este caso hay una cuestión de fondo que Compromís pone sobre la mesa: el modelo de empresas y de sociedad que queremos y que necesitamos. La oposición a este proyecto la argumentan en que prefieren apoyar a los pequeños empresarios, al comercio de barrio, de proximidad, al comercio de toda la vida. Y yo me siento muy defraudado porque siempre pensé que con ellos en el gobierno, al menos en el Ayuntamiento, dejaría de ver cerrar comercios históricos que conforman la personalidad y fisonomía de Valencia y en caso de que fueran insostenibles, habría leyes de protección del patrimonio especiales para que no quedaran convertidos en franquicias sin gusto y sin alma. Mi gozo en un pozo.
En los últimos años, y lo hablé hace unos días con un par de propietarios de algunas de nuestras tiendas más emblemáticas, han seguido desapareciendo esos establecimientos, han subido el IBI y no han recibido especial trato por parte de quienes se llenan la boca hablando de personas y de vinculación a la tierra. No les negaré que nunca me han apasionado los centros comerciales y éste no iba ser una excepción, para colmo han salido noticias en los últimos meses hablando de su declive en Estados Unidos, país de donde los exportamos, cómo no. Reconozco que es difícil encontrar un modelo que logre crear miles de puestos de trabajo y a su vez sea a base de pequeños y entrañables negocios gestionados por una amable familia, cada vez quedan menos y sinceramente creo que es una lástima, probablemente en esa evolución imparable en que nos hallamos, algún día volveremos al inicio de muchas cosas y disfrutaremos más. Ya veremos cómo acaba la historia, al menos siempre nos quedará un puerto en el Mediterráneo.