VALÈNCIA. La verruga apareció sin avisar. Echó raíces junto a mi ceja izquierda y fue creciendo sin que me diera cuenta. Una mañana, cuando me afeitaba delante del espejo, reparé en ella, entre la espesura de la ceja poblada. Desde entonces me la observo con detenimiento y me pregunto si aumenta de tamaño. Todo apunta a que así es. Debo llamar a un dermatólogo para que me la vea.
El encierro está pasando factura a nuestro estado físico. A cada cual le afecta de una manera. A mí me salen verrugas y a mi hermano, canas; a otros les da por engordar.
En el supermercado apenas hay clientes. La vuelta a los horarios normales ha tenido un efecto beneficioso. Se agradece no hacer cola. Compro lo de siempre —ternera gallega, emperador, algún plato precocinado, leche, vino, agua y queso—; en esto también soy conservador. No me van los experimentos. Comer es para mí una necesidad fisiológica, no un placer.
El gasto en pensiones cayó en mayo por primera vez en la historia. Desaparecieron 38.500 pensionistas respecto al mes anterior. Aunque el coronavirus le está haciendo el trabajo sucio al Estado, todavía es insuficiente. El Gobierno inyectará otros 30.500 millones de euros a la Seguridad Social debido al déficit que arrastra. Yo espero que los jubilados cobren la paga extra de verano, pero deben olvidarse de la de Navidad. Para entonces la ruina será indescriptible.
Mestalla se ha reconvertido en un punto de distribución de alimentos para personas necesitadas. Deberíamos preguntarnos por qué este país ha caído tan bajo.
El primer ministro holandés no ha leído a Albert Camus. El señor Mark Rutte se negó a saltarse las normas del confinamiento para ver a su madre, que estaba muriéndose. Será un político respetuoso con la ley pero un mal hijo.
Camus, que vivió con dolor el conflicto entre su Argelia natal y Francia, dejó escrito: “Entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre”.
Hay libros excelentes, libros que son fuente de sabiduría, pero hay pocos libros que nos hayan hecho felices. En mi caso han sido tres: Trilogía de Madrid de Francisco Umbral, leído en mis años de universitario; La Habana para un infante difunto de Guillermo Cabrera Infante, descubierto al poco de llegar a València, y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? de Enrique Jardiel Poncela, devorado durante una reciente convalecencia forzada por un fuerte dolor de espalda.
Jardiel, monarca del humor inteligente, es la mejor medicina para la melancolía acumulada en el trastero de los días tristes. He vuelto a leer las aventuras donjuanescas de Pedro Valdivia y sus 36.857 conquistas amorosas, y cómo he disfrutado en esa maravillosa empresa.
“He llegado a ser un problema para mí mismo” (San Agustín). Lo he leído en un diario digital de Madrid. Siempre aprendemos algo de los grandes pecadores.
Eximio escritor —y con toda probabilidad gran pecador— fue don Ramón del Valle-Inclán. Entre otras muchas cosas buenas, nos dejó el esperpento como espejo deformante de la historia de España, la suya y la nuestra, muy parecidas en el fondo.
En la escena octava de Luces de bohemia describe, en una acotación, al ministro de Gobernación de la época: “Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza”.
Paginas atrás, Valle le hace decir al joven modernista Dorio de Gádex: “¡En España reina siempre Felipe II”. Don Latino, criatura malévola del escritor gallego, le responde: “¡Dorito, hijo mío, no nos anonades!”.
Verdad indiscutible es la de que en España reina siempre Felipe II, ahora en la persona interpuesta de un maniquí de Tetuán, barrio de Madrid, capaz de quemar todas las naves con tal de salvar su pellejo, es decir, su poder. Por orden de este dictador, el ministro de la porra destituyó al coronel Pérez de los Cobos, que dirigía una investigación sobre la conexión entre el 8-M y la expansión de los contagios.
El ‘número dos’ de la Guardia Civil, Laurentino Ceña, ha dimitido en solidaridad con su compañero de armas.
En otra de falta de respeto a nuestra inteligencia, el ministro —que está desatado desde que luce un flequillo de emperador romano— ha tirado de chequera poniendo 247 millones de euros para completar la equiparación salarial entre la Policía nacional y la Guardia Civil con los cuerpos autonómicos. Era una vieja demanda que ahora, casualmente, se apresta a satisfacer.
Creerá el magistrado en excedencia que así se olvidarán los ataques a sus antiguos compañeros de profesión. Este guaperas nos toma por imbéciles. Se ha convertido en uno de los arietes de un Gobierno putrefacto, que prostituye todo lo que toca y que se ha hecho merecedor de acabar en el banquillo de los acusados.
Sólo pido que Dios, fiel aliado a nuestra causa, nos dé vida para verlos haciendo el paseíllo en el Supremo.
La desescalada en la Comunitat Valenciana dará inicio el 1 de marzo