Hoy es 11 de septiembre
VALÈNCIA. Con todo esto del confinamiento (y la resaca del mismo) no han tardado en aparecer como setas nuevos gurús del bienestar, aquellos formados en la escuela de la vida y que le rezan a san Wonderful, patrón de las gominolas, el algodón de azúcar y de la comedia romántica. Si quieres, puedes. Si no puedes, deséalo muy fuerte. Si no lo deseas todavía, suéñalo.
Meh.
Que no es que yo sea un descreído, aguafiestas y cascarrabias, no. Pero el buenrollismo de todo a cien me sobra, la filosofía de frase estampada en camiseta y agenda inspiradora me viene pequeña. Porque según sus seguidores de lo malo se aprende algo bueno y cada derrota es una lección aprendida. Hay que abrazar los errores y sobreponerse a las dificultades. Y sacar el lado bueno de cada persona.
Mira, no.
Yo en este atípico verano reivindico el divorcio. La separación, si lo prefieren. El puro gusto de darle una patada a lo que no te interesa y mandarlo bien lejos. A freír espárragos, churros o directamente a la porra.
Si les parece un poco agresivo podemos llamarlo pasar página, no me importa. La idea está clara.
Porque eso de mandar a tomar viento fresco a alguien da un gustito impresionante. Empezando por todos aquellos reyes del parloteo, vendemotos sin oficio y con mucho beneficio, gestores del humo y demás fauna del cuento chino. También me divorcio de los gurús, de los que quieren que creas que una sonrisa es capaz de iluminar un día gris y aquellos que esperan que prefiera un poké bowl antes que una pizza. Sobre todo me separo de estos últimos. Qué rabia.
Decían que esto del confinamiento iba a traer más de un divorcio, que lo de encerrarse era la primera casilla para romper parejas. Pues qué bien divorciarse de lo que uno no quiere.
A todos ellos: buen verano y adiós.