VALÈNCIA. Con todo esto del confinamiento (y la resaca del mismo) no han tardado en aparecer como setas nuevos gurús del bienestar, aquellos formados en la escuela de la vida y que le rezan a san Wonderful, patrón de las gominolas, el algodón de azúcar y de la comedia romántica. Si quieres, puedes. Si no puedes, deséalo muy fuerte. Si no lo deseas todavía, suéñalo.
Meh.
Que no es que yo sea un descreído, aguafiestas y cascarrabias, no. Pero el buenrollismo de todo a cien me sobra, la filosofía de frase estampada en camiseta y agenda inspiradora me viene pequeña. Porque según sus seguidores de lo malo se aprende algo bueno y cada derrota es una lección aprendida. Hay que abrazar los errores y sobreponerse a las dificultades. Y sacar el lado bueno de cada persona.
Mira, no.
Yo en este atípico verano reivindico el divorcio. La separación, si lo prefieren. El puro gusto de darle una patada a lo que no te interesa y mandarlo bien lejos. A freír espárragos, churros o directamente a la porra.
Si les parece un poco agresivo podemos llamarlo pasar página, no me importa. La idea está clara.
Porque eso de mandar a tomar viento fresco a alguien da un gustito impresionante. Empezando por todos aquellos reyes del parloteo, vendemotos sin oficio y con mucho beneficio, gestores del humo y demás fauna del cuento chino. También me divorcio de los gurús, de los que quieren que creas que una sonrisa es capaz de iluminar un día gris y aquellos que esperan que prefiera un poké bowl antes que una pizza. Sobre todo me separo de estos últimos. Qué rabia.
Decían que esto del confinamiento iba a traer más de un divorcio, que lo de encerrarse era la primera casilla para romper parejas. Pues qué bien divorciarse de lo que uno no quiere.
A todos ellos: buen verano y adiós.