Feia deu anys que no venia al meu port, hace diez años que no venía a mi puerto. Eso le escuché decir a una persona mayor en una de las pausas del concierto que la banda del Centre de Música y Dansa de Natzaret estaba ofreciendo en la Pérgola de La Marina de València, hace poco menos de un año, en el primer ciclo de conciertos de las sociedades musicales de Poblats Marítims.
Era uno de esos días donde nuestra luz explota y nos levanta ligeramente del suelo al verse reflejada en el mar. Un día de esos donde todos pesamos un poco menos. Así que me emocioné más si cabe al escuchar ese comentario. Cómo decir tanto con tan poco.
Nuestro puerto, el puerto de València y de sus Poblats Marítims dejó de ser el nuestro al menos por un tiempo. La inversión para abrirlo como un espacio público —vía grandes eventos— generó una separación emocional para algunos que parecía insalvable. Nuestro puerto había desdibujado trazos de memoria, de identidad y de usos cotidianos.
“No nos tienen que devolver el puerto porque el puerto ya es nuestro” afirmó rotundamente Janet Sanz (Teniente de Alcaldía de urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona) en las jornadas “Nuevos Viejos Puertos” que se organizaron la semana pasada en La Marina de València. “No concibo una actividad portuaria al margen del modelo de ciudad. Y son los vecinos los que deciden el modelo” sostuvo Luís Barcala, Alcalde de Alicante, quien todavía fue más allá y señaló que las autoridades portuarias no se deberían comportar “como una república independiente de aquí al lado”.
La misma semana, los grandes puertos españoles, reunidos en Palma de Mallorca, reclamaban más autonomía de gestión y “más implicación de otras administraciones para alcanzar soluciones a problemas que afectan al buen desarrollo de los puertos y sus actividades”
Pienso que las dos cuestiones son absolutamente compatibles. Una de las afirmaciones que se repitió más en València, con distintos tonos y lenguajes, fue que los puertos son ciudad. No hay puerto y ciudad sino ciudades con puerto. Esa comprensión requiere necesariamente de la implicación de las varias administraciones en la gestión portuaria y especialmente de los ayuntamientos que hasta ahora han estado relegados a una posición testimonial en su gobernanza.
Sin poner en duda la importancia estratégica de los puertos para la economía de un territorio es imprescindible valorar los costes económicos, sociales y medioambientales del desarrollo de sus infraestructuras y evitar así inversiones que vengan acompañadas de impactos negativos más importantes a largo plazo en episodios de economía fake. Nadie duda hoy en día que los puertos tiene que estar al servicio de [la economía de] un lugar y no servirse a si mismos. Al fin y al cabo son instituciones públicas.
Estas cuestiones que planteo no son fruto de una visión romántica. Cuando las infraestructuras están al servicio de las personas y los lugares es cuando tienen sentido económico. Asumir que los puertos son ciudad supone necesariamente hacer esa reflexión.
Son muchas las ciudades y puertos de Europa y del mundo que ya están haciendo dicha reflexión con desarrollos portuarios de cara a la ciudad, compatibilizando usos públicos y comerciales y con sistemas de gestión abiertos, cercanos, democráticos y que implican a los ciudadanos. Jose María Pagés Sánchez, asesor de AIVP (la Red Mundial de Ciudades Portuarias), detalló numerosos casos en las jornadas de València.
Pero si los puertos son ciudad, los puertos históricos lo son todavía más. Lugares como La Marina de València, el viejo puerto, que quedaron obsoletos para el tráfico marítimo llevan varias décadas experimentando procesos desiguales de renovación. Esos puertos históricos tienen un inmenso valor público pero también un extraordinario valor productivo potencial. Son espacios que a pesar de no usarse ya como zonas logístico-portuarias han permanecido incomprensiblemente en manos de sus autoridades. No se trata de nostalgia sino de aprovecharlos, de devolver a la ciudad lo que esta entregó y ya no se usa. Se trata de sacar partido a esos lugares de manera creativa y para ello es necesario que se gestionen de otra manera, con la implicación de todos.
Las conclusiones del congreso “Nuevos Viejos Puertos” abren el camino para impulsar un necesario cambio de ley para abrir los (viejos) puertos a las ciudades. Que nuestros puertos sean nuestros hará que los sintamos más cercanos. Que los puertos sean más cercanos nos hará potencialmente -y sosteniblemente- más ricos