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NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #14

Que se mueran los viejos

2/04/2020 - 

VALÈNCIA. Un médico suplica, en un mensaje desesperado, que alguien traiga respiradores al hospital General de Albacete porque los pacientes graves por coronavirus corren el riesgo de morir sin ellos. En este hospital, como en otros del país, tampoco quedan camas libres de UCI.

No necesitaba ver este video para estar preocupado por mis padres. Viven en Albacete, la ciudad donde nací y en donde quiero ser enterrado, a ser posible con velatorio y entierro, como Dios manda.

Siento impotencia de no poder ayudar a mis padres, a su edad tan avanzada, en estos días aciagos. Pongo una vela a Dios y otra al diablo para que ninguno de los dos enferme. De momento, mi madre tira del carro del matrimonio, como ha hecho toda la vida.

Desde luego que España no es un país para viejos. También en esto hemos cambiado a peor. La cultura latina concedía importancia a los ancianos en la sociedad. Pero hoy nos hemos contagiado del frío y la inhumanidad de los vecinos del centro y del norte de Europa, esa Europa que nos niega el pan y la sal cuando reclamamos su ayuda.

En lugar de estarles agradecidos por lo que hicieron en la crisis de 2008 —salvaron a muchas familias del desahucio y la ruina gracias a sus pensiones—, condenamos a los ancianos a morir en sus casas o en residencias sin control.

El Estado les dará de lado

Los viejos son material desechable en esta sociedad. Si tienes más de ochenta años y has pillado el bichito, hazte a la idea de que el Estado que sostuviste con tus impuestos te dará de lado. Ese Estado te dejará morir como a un perro, si bien la mayoría de los canes disfrutan de mejor vida que muchas personas mayores.

“La muerte en casa es la mejor opción”. Así figura en las recomendaciones del Servicio de Emergencias Médicas de la Generalitat catalana a sus facultativos. Se les aconseja que eviten los ingresos hospitalarios de pacientes “con escaso beneficio”. Lenguaje eufemístico y criminal. Tampoco se debe perder el tiempo y el dinero en intubar a octogenarios y nonagenarios.

Un hombre transita por una calle de València. Foto: Eduardo Manzana.

Esta barbarie se justifica porque no hay camas suficientes en las UCI, un problema del que los ancianos no son responsables. Los culpables son las administraciones central y autonómica por su pésima gestión.

Dejemos, pues, que la juventud robusta y engañada, en gran parte independentista, sobreviva y apliquemos una solución final y definitiva a las personas mayores, a ser posible con cuidados paliativos, si aún existe calderilla para ellos.

En la aplicación de esta medida inhumana, Cataluña ha imitado a Bélgica, su país hermano, el que ha dado cobijo al locuelo de Waterloo riéndose en las narices del Estado español, que sólo tiene arrestos para perseguir y multar a los pobres diablos que salen a pasear durante el toque de queda.

Bélgica es un país de mierda, como es público y notorio.

Leo que ha crecido la venta de ansiolíticos y antidepresivos. Llamas al centro de salud y parece que no hay problemas para que te los receten. Los médicos se hacen cargo de la situación excepcional.

Los ministros, en sus televisiones mimadas

A todas horas hay algún miembro del Gobierno en las televisiones mimadas. Hoy han salido cuatro ministros en la pantalla. Cuanto más los veo, más me convenzo de su condición de miserables.

El filósofo Illa, inasequible al desaliento, anuncia que la enfermedad ha entrado “en una fase de ralentización”. Lo dice después de conocerse que hay más de 100.000 contagiados y más de 9.000 muertos, según cifras oficiales, también en cuarentena.

Se ve que Illa aplica también el relativismo moral al significado de las palabras. ¿Ralentización? ¿Por qué no se marcha de concejal a su pueblo?

Apago la televisión y oigo tocar la flauta al niño del piso de arriba. Lo hace siempre a estas horas de la tarde. Son notas sueltas, deshilvanadas, que no aciertan a componer una melodía. Pero aun así agradezco el sonido de esta flauta tocada por los dedos inexpertos de un niño; lo agradezco porque para mí es un consuelo en estas semanas de aflicción y dolor.

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