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tribuna libre / OPINIÓN

Quiero unas cadenas de oro

9/01/2025 - 

Hace poco que pasó el día de los Reyes Magos, donde niños y mayores esperan y reciben un regalo. Aunque esta tradición es antigua, sabemos que los deseos materiales cambian a la par que la sociedad que les da vida. Así ocurre en esta era digital, ya consolidada, donde el regalo esperado es por antonomasia un teléfono celular. Un aparato que no solo se reduce a ser un receptor y emisor de llamadas, es también una caja de Pandora llena de múltiples opciones, a cuál más interesante.

La revolución tecnológica acontecida con respecto al desarrollo de los espacios multimedia, internet y en estos últimos años, la inteligencia artificial, ya es comparada con la invención de la imprenta. Tenemos ante nosotros unas herramientas increíbles que nos proporcionan intercomunicación impensable hace cincuenta años y nos facilitan nuestro día a día. Manejadas con correcta mesura, pueden mejorar nuestro entorno tanto social como laboral. No obstante, ya resuena en la opinión pública los ecos del carácter nocivo de estos artilugios.

Basta con nombrar diversos ejemplos y ofrecerles cifras, como la que nos dice que en la actualidad el teléfono móvil es el dispositivo más utilizado en España para acceder a internet, usado ya por el 97% de los españoles. Si hablamos a nivel global, fíjense que en 2018 ya unos 3.000 millones de personas, en torno al 40% de la población mundial, utilizaba redes sociales digitales, calculando una dedicación de dos horas al día. Y este fenómeno ha ido creciendo ya que en 2021 el 52% del total del tráfico web mundial se realizaba solo ya desde el móvil y se ascendió a una media de siete horas de conexión a internet, de las cuales, casi dos horas y media estaban dedicadas a las redes sociales (Kemp 2021). En estos momentos ustedes ya estarán exclamando: ¡menudo negocio!, pues efectivamente.

Llegados a este punto, una pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿era previsible el poder adictivo del uso de los dispositivos móviles? Para responderla, tienen que saber que desde hace años e incluso desde el siglo pasado han sido realizados estudios con primates respecto a esa posible adicción a las pantallas táctiles, siendo los resultados equiparables a lo que estamos viviendo en la sociedad. Expertos en neurociencias nos avisan de los efectos nocivos para la salud de los adolescentes e incluso de los efectos deletéreos que su uso puede inferir en la infancia, por no decir de la obstaculización en el aprendizaje. De hecho, hemos conocido cómo comunidades autónomas han prohibido ya su uso en colegios. Antes te despedías de los compañeros hasta el día siguiente o hasta la vuelta de vacaciones, pero ahora, con los móviles, los niños siguen en contacto incesante las 24 horas del día, con lo que conlleva a la reverberación de riñas, ciberacoso, alteración de la percepción de las recompensas y todos los matices que nos explican las personas expertas en este campo. Por no hablar también del incremento de su uso por los seniors, inmersos también en la vorágine de este nuevo ciber ecosistema, convirtiéndose en blanco fácil de estafas y de malinterpretación de noticias falsas.

Como conocemos, el acceso a los contenidos de internet también lo podemos encontrar dentro de esta "cajita de comunicaciones" de la que hablo. Además, hoy en día, las redes sociales son un elemento fundamental de una red imperceptible a través de la cual construimos nuestra realidad y en muchas ocasiones, sin darnos cuenta, esa ciber realidad puede ser nociva. Numerosos estudios afirman que el impacto negativo de las redes sociales en los conflictos parece haber sido muy superior a cualquier influencia positiva que éstas puedan tener, incluso, dichas redes sociales se han convertido en canales utilizados para amplificar el odio y fabricar estructuras ideológicas polarizadas. Por no decir de la jungla de insultos que alguien puede atravesar con un alias, pensando como un ignorante, que puede decir lo que le dé la gana, porque lleva un falso antifaz. Todo ello amasado y alimentado por la posverdad.

Ahora es más fácil comprar, más fácil realziar un pedido domiciliario de comida y que nos llegue a nuestro domicilio con tan solo utilizar la musculatura interdigital.

Pero el precio que estamos pagando es brutal. El control al que estamos sometidos es inimaginable. Saben lo que comemos, dónde vamos, a qué hora nos viene el insomnio, las preferencias de nuestro hijo, de nuestra madre. La ideología de nuestros cuñados, el consumo de material pornográfico del vecino de arriba o de la vecina de abajo, lo que pagamos, dónde nos hemos ido de vacaciones e incluso, si hemos fallecido o cuándo vamos a visitar al inodoro y, créanme, no soy nada tremendista.

Porque yo me pregunto: ¿qué hubiera exclamado Espartaco, aquel esclavo rebelde, si le hubieran dicho que tendría que pagar por llevar las cadenas que arrastraba? Porque, señoras y señores, los teléfonos móviles rondan en precios a considerar e incluso, desorbitados. Siendo un instrumento que puede llegar a esclavizar a la persona que invierte sus sentidos y su tiempo sin mirar hacia arriba y que ni siquiera cuando se acaba la batería del cacharro, es capaz de pensar en descansar de él.

Poco a poco y sin darnos cuenta hemos consentido llevar unas cadenas y encima pagarlas voluntariamente a precio del oro. Pero, quien esté libre de pecado, que no desperdicie su piedra.

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