Acabamos de dejar atrás un verano donde los malos augurios económicos han resonado con fuerza en los medios y en nuestras conversaciones con amigos o familiares. Razones no nos faltan. La inflación nos hace cada día más pobres, el incremento de los tipos de interés amenaza la viabilidad financiera de muchas empresas y familias, y el conflicto de Ucrania y la crisis global de suministros nos revela la gran fragilidad de una estabilidad económica y política que siempre habíamos dado por hecha.
En medio de esta tormenta perfecta, no hace falta ser un experto para intuir que el momento actual parece poco propicio para pensar en grandes cambios. Menos aún, en ámbitos especialmente sensibles como el trabajo, fuente de una de las pocas certezas que a pesar de todo y al menos temporalmente, nos puede quedar para sobrellevar la situación: cobrar a fin de mes. Aún así, algo importante está sucediendo en la trastienda del mercado laboral (y también en nuestras cabezas) y algunos parece que no lo acaban de entender muy bien.
Este verano se hizo viral en el mundo anglófono un video de TikTok publicado por un desarrollador de software de 24 años, Zaid Khan, que explicaba en qué consistía lo que algunos han convenido en denominar “Quiet Quitting”. El término se puede traducir literalmente como “abandono silencioso” y tiene mucho que ver con el fenómeno de la “Gran Dimisión” que ha protagonizado la “Generación Z” norteamericana. Los “quiet quitters” son aquellas personas trabajadoras profundamente desencantadas con su puesto de trabajo y que como no pueden permitirse dejarlo, se limitan a hacer ver que trabajan o a cumplir con los mínimos requisitos exigibles sin implicarse demasiado.
Khan lo describe exactamente así: “No dejas directamente tu trabajo, pero sí la idea de ir más allá. Sigues cumpliendo con tus obligaciones, pero ya no estás sometido a la mentalidad de la cultura ajetreada en la que el trabajo tiene que ser tu vida”.
La idea generó aún más revuelo cuando fue comentada de manera entusiasta por el columnista del “Financial Times”, John Gapper, quién además se atrevió a dar toda una serie de consejos a los más jóvenes sobre la mejor manera de implementar esta idea. En su artículo recomendaba por ejemplo, prestar especial atención a los horarios y no desconectar de manera abrupta sino hacerlo de manera progresiva. La oficina es un sitio perfecto para hacer ver que estás trabajando, reza el artículo, simplemente estando allí ya envías un mensaje de compromiso con el trabajo.
Posteriormente el debate ha continuado en los medios y entre los expertos, la mayoría tratando de averiguar si el término aporta algo nuevo y si tiene alguna correspondencia con lo que estamos viendo en la realidad. Ciertamente, todos y todas conocemos en mayor o menor medida a “quiet quitters” y en este sentido el fenómeno no parece ser una gran novedad, pero tal vez sí lo pueda ser su intensidad y su especial incidencia en las generaciones más jóvenes.
Según una encuesta publicada recientemente por la prestigiosa casa “Gallup”, al menos un 50% de toda la fuerza de trabajo en Estados Unidos son “quiet quitters” y la implicación laboral de los trabajadores menores de 35 años habría disminuido un 6% entre el año 2019 y 2022. La situación, afirman rotundamente en su análisis, es el síntoma de unas prácticas de gestión empresarial deficientes.
Huelga decir que esta situación, de la misma forma que el fenómeno de la “Gran Dimisión”, tiene lugar sobre un contexto laboral muy favorable en Estados Unidos. El paro se encuentra en mínimos históricos y el mercado laboral se ha vuelto extremadamente competitivo en muchos segmentos donde es realmente difícil encontrar mano de obra dispuesta a realizar determinados trabajos. Al mismo tiempo, los malos augurios de los que hablábamos al principio todavía parecen no haberse materializado, ni allí ni aquí.
Así pues, la pregunta que nos podemos formular es: ¿tiene alguna relevancia para nosotros el fenómeno de los “quiet quitters”?
Me atrevería a afirmar que indudablemente sí. El gran interés que ha generado el debate sobre la reducción de la jornada laboral a cuatro días o la conversación sobre los inconvenientes de nuestra cultura laboral extremadamente presencialista son buena muestra de ello. En España tenemos un grave problema de productividad que nos impide tener estabilidad económica y buenos salarios, por no hablar de los bajos índices de satisfacción con nuestro trabajo, y buena parte de ello se debe a la persistencia de una cultura organizativa y empresarial anticuada, sólo preocupada por contener los costes salariales y muy poco abierta a la experimentación y a la innovación.
El choque de una realidad empresarial precaria con las distintas expectativas y prioridades vitales de los más jóvenes en España, robustecidos por una alud de crisis incesantes, se está produciendo, alimenta grandes debates, e irá a más, es una cuestión de tiempo, y sino baste referirse a la epidemia de enfermedades mentales que estamos sufriendo.
Ojalá los “quiet quitters”, los dimisionarios, los disidentes, bien sean ruidosos o silenciosos, nos ayuden a todos y todas a pensar sobre nuestro trabajo, sobre lo que esperamos de él, y sobretodo sobre el papel que éste tiene que jugar en nuestra vidas.
Managers del futuro, tomen nota.
Joan Sanchis i Muñoz es profesor Asociado de Economía Aplicada en la Universitat de València y asesor de la Secretaria Autonómica de Empleo de la Generalitat Valenciana