El reto de dejar atrás el ‘lermismo’

Quo Vadis, PSPV?

Un año después de las elecciones autonómicas, y con unos resultados poco esperanzadores el pasado 26J, el PSPV mira demasiado hacia el pasado para ver cómo encarar su futuro

5/11/2016 - 

VALENCIA. “Torrnarem». Cuando en junio de 1995 Andreu Ferrer, amigo de la infancia de Ximo Puig y actual secretario autonómico de Presidència, escondió en un despacho del Palau de la Generalitat la nota en la que advertía de su vuelta, no pensaba que la espera se demoraría tanto.Veinte años es mucho aunque Gardel sostenga lo contrario. En cualquier caso,las frentes se marchitan y se platean las sienes.

Exactamente medio éxodo bíblico duró la travesía del desierto de un partido que en el penoso camino se fue dejando militantes, alcaldías y secretarios generales. Cuando avistó la Tierra Prometida, tuvo que compartirla. Otros habían ocupado su espacio ­—una parte al menos— aunque aún llegó a tiempo de liderar la reconquista.

Entre 1982 y 1995 el PSPV construyó la autonomía, con sus posibilidades y sus limitaciones. Joan Lerma atribuye la«esperada» derrota ante Eduardo Zaplana a la «profundísima crisis económica»que se manifestó después de los fastos del 92, pero que en tierras valencianas«se arrastraba desde 1991, con cierres de industrias por falta de competitividad y un paro de más del 20%». Otros añaden la falta de liderazgo y de coherencia del presidente en la defensa de los intereses valencianos, con laA-3 como ejemplo. José Bono mantuvo su postura de preservar las Hoces del Cabriel y siguió gobernando Castilla-La Mancha.

Puede leer Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

Ciprià Ciscar, entonces número dos del PSOE, sugirió a Felipe González que lo nombrara ministro y el presidente español aceptó. Lerma no participó ya en la investidura de Zaplana. Aquel 3 de julio les Corts Valencianes lo catapultaron al Senado,un puesto hasta ahora vitalicio.

¿Lermista, ciscarista o renovador?

Joan Lerma atribuye el surgimiento de facciones internas, incluido el lermismo, a la voluntad de algunos medios de crear etiquetas que dieran una sensación de conflicto en el PSPV y en su gobierno. Del éxito de la operación da fe el exdiputado Josep Moreno, interrogado en su más tierna juventud sobresu filiación lermista, ciscarista o renovadora a la entrada del primer congresoal que asistía.

La renovación se llamaba en aquel tiempo Joan Romero. Su renuncia, a pocas semanas de las Autonómicas de 1999 con los carteles ya impresos inauguró una serie de episodios traumáticos que no cesaron hasta que Ignasi Pla consiguió estabilizar el partido en 2003. Joan Romero siempre sostuvo que abandonó por las fortísimas resistencias a su proyecto de aggiornamento del socialismo valenciano. Sus rivales le achacan aún hoy falta de valentía al no querer asumir una derrota cantada y buscar una excusa —el cambio de algunos nombres en su propuesta de listas electorales— para bajarse del barco justo antes del naufragio. «Yo tampoco pude hacer las listas a mi gusto», recuerda Joan Lerma. Antoni Asunción asumió su puesto de candidato. Los resultados confirmaron que habría PP para rato y que la reconquista de la Generalitat iba a resultar mucho más ardua delo previsto.

Nunca se lo perdonaron. Romero se convirtió en el único líder del partido enabandonar la militancia. Lo hizo después de que Las Provincias publicara una confusa trama de dinero negro nunca demostrada que él atribuyó a una filtración de la gestora del PSPV para manchar su figura y destrozarlo personalmente.

La gran oportunidad

Ignasi Pla cayó también por una filtración tras perder por segunda vez ante Francisco Camps en 2007. Otra vez sin recorrido judicial, «un error sin importancia para cualquier ciudadano como puede ser aplazar el pago de la reforma de su casa,pero que en un político puede dar la sensación de que alguien se la ha pagado». Dimitió «por responsabilidad política» y por una sola causa: «la presión mediática».

Contra la hipótesis más extendida de una conjura interna ante su resistencia a dimitir, Pla ve tras la maniobra la mano negra del PP. «Apartándome sabían que el PSPV sufriría una pérdida de liderazgo y de fuerza». La versión más oscura incluye a un antiguo colaborador que marcha a Madrid y, además de ciudad,cambia de lealtades. Faltaban unos meses para las Generales y los candidatos por Valencia y Castellón, María Teresa Fernández de la Vega y Jordi Sevilla, lo querían fuera. La Cadena Ser se encargó del resto.

Pla cohesionó el partido tras los años convulsos y en 2003 la izquierda estuvo cerca de gobernar. Al Bloc le faltaron 15.000 votos para entrar al parlamento. No hubieran bastado, pero al menos se habría mitigado la sensación de que el PP era imbatible. La derecha había cedido en Cataluña meses atrás. En 2003 hubo cambio en Aragón. Al año siguiente Zapatero ganó las elecciones. Luego llegó Galicia e incluso Baleares en 2007. A juicio de Lerma, Pla «se equivocó al ir demasiado pegado al Bloc. Se debió centrar más en quitarle votos al PP. Las alianzas de izquierdas quitan votos y movilizan a la derecha. Lo acabamos de ver».

Aunque desde la oposición, Pla reivindica como un logro la reforma del Estatut «que puso al País Valenciano en pie de igualdad con las comunidades históricas por la posibilidad que da al presidente de disolver les Corts». Y recuerda que gracias a su empeño «se eliminó la barrera del 5%» del articulado. Ahora se puede bajar al 3% con una ley y sin tener que reformarlo».

La juventud al poder

Si a Romero le reprocha «haber querido imponer los cambios» en un partido de ritmos cadenciosos, a Alarte le reconoce que recogió el testigo «cuando el PSPV había entrado en una dinámica jodida. Lo intentó, pero no es lo mismo un pueblo (Alarte era alcalde de Alaquàs con mayoría absoluta) que articular un proyecto de país». El reproche de Pla a su sucesor es la «falta de cariño», un concepto que se traduce políticamente en un cierto resquemor porque Alarte quiso hacer borrón y cuenta nueva y no contó con él para nada, ni siquiera con su experiencia. Y a vueltas con las listas, «en las de 2011 se cambiaron demasiados nombres. Se impusieron».

Alarte sonríe cuando se le pregunta si llegó a la secretaría general demasiado joven y si quiso ir demasiado rápido. Pero recuerda que pertenece «a la generación de Pedro Sánchez y Susana Díaz». Define su gestión política como el intento de«debilitar las estructuras creadas por el PP basadas en la corrupción». Pero«la corrupción no pasa una factura rápida». A él no le dejaron seguir. En el último congreso del PSPV hasta ahora —el de Alicante de 2012— no sólo lo destituyeron, sino que en una votación sin precedentes le tumbaron el informe de gestión incluso algunos de los que con él la compartieron. Asegura que no siente «odio por nadie. Decidí que ni un mal gesto ni una mala palabra». Su mayor orgullo es «el de haber contribuido a que Ximo Puig sea presidente». Se entiende que él sembró la semilla, aunque no pudo recoger el fruto. Por eso,ahora que ha visto frustrada su candidatura al Senado se define como un soldado«que se pone allí donde le dicen. Estoy en situación de reserva activa». 

Generaciones cruzadas

Joan Lerma estaba a punto de cumplir 44 años cuando abandonó la Generalitat tras 13años de presidente, y Jorge Alarte 39 cuando recogió los bártulos de su despacho de Blanqueries. Ximo Puig alcanzó la secretaría general con 53 años y la presidencia del Consell con 56.

En política no hay un escalafón generacional. La edad no es sinónimo de continuismo o renovación. Existen tendencias y culturas políticas. Todos los secretarios generales del PSPV coinciden en que el suyo es un partido de gobierno. Joan Romero matiza que como instrumento de la socialdemocracia en su papel de valladar de los valores de justicia y libertad de la izquierda está siendo rebasado por otros.

Los demás admiten este empuje, pero niegan que esos otros puedan encarnar algún día lo que el PSOE y el PSPV representaron y aún representan. La imagen de PabloIglesias reivindicándose sucesor de la socialdemocracia suena en este contexto como un perturbador chirrido. 

El mismo Romero se lamentaba hace unos días en un debate de los resultados del26J. «Había tres actores nuevos, jóvenes, formados. Era su tiempo y lo han desperdiciado. Unos querían asaltar los cielos y ahora acabará gobernando la derecha la tierra». Sus homólogos sienten al menos el alivio del frustrado sorpasso de Podemos y se plantean qué hacer. Pla es partidario de permitir que el PP gobierne, «de desbloquear la situación». Lerma y Alarte, en consonancia con Ximo Puig, abogan por dejar que Rajoy busque todos los apoyos necesarios en la derecha y no quieren hablar de abstenerse en la investidura.

Todos coinciden en que el gran reto para Ximo Puig es mantener la cohesión de su gobierno de coalición, al que ven bien encaminado pero ante un muro de deudas y de hipotecas con un autogobierno bajo mínimos y un país imbuido aún de 20 años de hegemonía cultural del PP. La palabra «relato» —nuevo, alternativo,diferente— surge por doquier.

¿Y el PSPV-PSOE?

A Joan Lerma no le obsesiona el debate sobre el modelo territorial de su partido.«Sólo hay un PSOE. El resto son realidades sociales diferentes donde el partido se expresa según las circunstancias concretas». Pla apuesta por profundizar en el federalismo, un proyecto «que debe encabezar Ximo Puig». Romero niega la mayor: que alguna vez el PSOE haya funcionado como un partido federal. Su apuesta por dotar al socialismo valenciano de voz propia fue una de las causasd e su caída en desgracia.

QueLerma niegue la existencia del lermismo es comprensible. Pero el resto también lo hace. Hablan de una cultura política en la que desde que el PSOE,inspirado por su fundador Pablo Iglesias, apostó en 1921 por no integrarse con los comunistas ha primado «la libertad y la tolerancia». No hay purgas y apenas bajas de dirigentes. La sangría de militantes se debe sobre todo al decrecimiento vegetativo. Lerma dejó el partido con unos 40.000 miembros. Alarte lo encabezó con 24.000 y Puig con 18.000. El censo de 2014 daba 16.500socialistas con carnet.

La excepción de Romero confirma la regla de que el PSPV asume, al menos en este aspecto, su pasado. Los consejos de Pla son requeridos por Puig. Alarte es incluso miembro del Comité Federal en representación de Blanqueries. Joan Lerma y Ciprià Ciscar, el socialista valenciano que más ha mandado en el PSOE después del exiliado del franquismo Rodolfo Llopis, no se privan de ofrecer su copiosa experiencia en extensas intervenciones ante el Comité Nacional del PSPV.Ciscar, además, fue uno de los principales negociadores del Acord del Botànic.

Pero,¿y el lermismo? A Ximo Puig se le atribuyó esa etiqueta como una acusación de continuismo y apalancamiento. Ahora que gobierna y en la medida de cuán profunda sea su huella quizás haya que crear otra marca con su nombre para los que vengan después. O tal vez sea el sino de todo padre fundador, en este caso de la autonomía. Dicen los teólogos que Cristo no pretendió fundar el cristianismo. Pero el movimiento que impulsó necesitaba un nombre. Jorge Alarte, el último socialista que quiso romper con el pasado lo expresa así: «No se puede ser socialista valenciano sin ser un poco lermista. Todos hemos sido o somos lermistas». 

(Este artículo se publicó originalmente en el número de junio de la revista Plaza)

Noticias relacionadas