La histórica emisora libertaria valenciana, pionera de las radios libres en España, es la única superviviente en un ecosistema completamente distinto al de aquella efervescencia autogestionaria de los años ochenta
VALÈNCIA. ¿Cómo es posible darle sentido a una pequeña emisora alternativa en un momento en el que cualquiera puede hacer y emitir un podcast desde su propia casa, con unas condiciones técnicas mínimas y una conexión a internet? Solo los responsables de Radio Klara tienen la respuesta. Siguen emitiendo desde su estudio en la céntrica calle Hospital de València. Mantienen su ideario incólume. Resisten cualquier adversidad. Así llevan nada menos que cuarenta años. Deberían ser reconocidos como parte de nuestro patrimonio cultural. Como el cinestudio D’Or, otro ilustre superviviente en calidad de único cine de reestreno aún abierto en toda España. Radio Klara, autodenominada desde sus inicios como «libre y libertaria», es la única emisora de radio viva de entre aquellas libres que animaron el panorama de las ondas entre finales de los años setenta y todos los años ochenta en nuestro país.
La catalana Radio Maduixa (Granollers) fue la primera, en abril de 1977. Luego llegarían Ona Lliurea (Barcelona), Eguzki Irratia (Pamplona), Onda Latina y Onda Verde (Madrid), Radio Bronka (Barcelona)... Ninguna vive ya. Tampoco la valenciana Radio Funny, que emitió desde 1986 a 2011, durante 25 años. Un servidor compartió allí su primer programa de radio junto a un buen amigo, a finales de los noventa. Gente de ámbito libertario, autónomo y radical impulsaba estas emisoras en Francia, en Italia o en EEUU. Fue una fiebre que se extendió por toda Europa y parte de América, justo en aquel momento en el que alguien vaticinó (Trevor Horn y su grupo, The Buggles, con aquella canción) que el incipiente vídeo mataría a la estrella de la radio. No podía estar más equivocado.
Todas vivieron en una época en la que no estaban reguladas. Vivían entre la ilegalidad y la alegalidad, muchas veces sujetas a multas, cierres, persecuciones. Eran proscritas. Eso aumentaba su apoyo popular, las manifestaciones en su favor. Suponían la alternativa a las grandes cadenas. Una radio de proximidad, modesta, con un ideario progresista y amplias miras culturales. Cubrían el hueco que las radios convencionales y comerciales dejaban huérfano. Contaban lo que nadie más contaba, desde una mirada poco frecuente. Radio Klara aún lo hace. Fue legalizada en 1989, cuando la Generalitat, de Joan Lerma, le concedió una de las 28 nuevas licencias que salieron a concurso.
«Radio Klara nació en unas jornadas libertarias que se organizaron en el cine Alameda de València en 1979, dentro de una semana cultural en la que se planteó la idea de crear un medio de comunicación alternativo y libertario», nos comenta Aniceto Arias, uno de los responsables de sus primeros tiempos.
Dar voz a quienes no tienen voz
Arias se incorporó un poco después de que Manolo Gallego (aún en la emisora) y unos cuantos socios más dieran carta de naturaleza a una radio cuyo objetivo era «dar voz a quienes no tienen voz». Arias reconoce que no se planteaban llegar a los cuarenta años, pero sí elucubraban con la posibilidad de que «no fuera flor de un día, sino que se proyectara al futuro: esa idea se asentó», recalca. Fue el 26 de marzo de 1982 cuando empezó sus emisiones, desde la terraza de un domicilio de Moncada, antes de echar raíces en la capital.
Por sus estudios pasaron muchos de los periodistas que luego serían nombres de referencia en nuestro panorama comunicativo. Su relevo generacional no siempre fue fácil, aunque ahí está gente como Manolo Totxa, más joven que sus fundadores, dirigiendo ahora la programación de las mañanas. Lo de esta radio es un ejemplo de supervivencia por puro amor a la información libre. Y a las ondas. Se sobrepuso a tres intentos de cierre, uno bajo gobierno de la UCD y otros dos bajo gobierno socialista. Resistió.
«Empezamos emitiendo en Moncada solo porque había un piso disponible de un compañero, con terraza, para las primeras emisiones, porque la policía nos buscaba y hubo que cambiar de domicilio. Yo me incorporé a los dos años, en 1984, y entonces ya estaba en un local que nos cedió el sindicato de jubilados de la CNT, en el número uno de la calle Garrigues», cuenta Aniceto Arias.
Javier Pérez, conocido en el ambiente cultural valenciano simplemente como Javi ‘Gafotas’, es otro de sus grandes veteranos. Un tipo que lleva treinta y seis años frente a sus micros, conduciendo su programa musical por excelencia, El Club de Amigos del Crimen. «Empecé en 1986, sumándome como colaborador al programa Fanzine Magazine que dirigía Eduardo Guillot, y que apenas duró un año en antena, y en 2003 cogí el testigo del programa que dirigía Álvaro García en Radio Funny desde 1991, y que pasó a emitirse en Radio Klara, quedándome ya como miembro único del equipo desde 2007 hasta la actualidad», cuenta Javi.
El ya veterano radiofonista valenciano, a quien es muy habitual ver en primera fila en multitud de conciertos en las salas de la ciudad, coincide con Aniceto Arias en una de sus consignas, la de dar voz a quienes no la tienen. Y en su caso, predica al cien por cien con el ejemplo: no hay ningún plumilla o locutor que dedique más tiempo a los músicos locales, aquellos que lo tienen francamente crudo para que sus propuestas generen algún eco mediático.
En su caso, hay razones particulares y generales. «Yo, que fui cocinero antes que fraile —cuenta— y había tocado en grupos musicales emergentes, sabía lo difícil que era acceder a medios de comunicación para dar notoriedad a nuestra música, y por eso mi primera visita a Radio Klara fue para ser entrevistado en un programa que se interesaba por la música que hacía: ahí vi que programas así eran absolutamente imprescindibles para que las bandas como la nuestra tuviéramos un escaparate», rememora. Y en segundo lugar, hay una razón más de fondo: «he creído siempre que el movimiento se demuestra andando, que hay que mantener viva la llama, y como el empobrecimiento intelectual es ya galopante y se extiende como una plaga bíblica, porque no conviene que la gente piense, tenga criterio o decida, y creo que el arte nos hace más libres y más despiertos, pues si a mí me apasiona la música y además entiendo que apoyar el arte es un buen método para despertar conciencias, ¿por qué no unir ambas cosas haciendo un programa de radio?».
Es de una lógica aplastante, pese a la ausencia de beneficio económico que conlleva trabajar en una radio así, más en un modelo de sociedad cada vez más inclementemente capitalista.
Y es que ahí damos con el quid de la cuestión. En un sistema en el que prácticamente todo se mide por la lógica de la contraprestación monetaria, ¿cómo se logra prolongar en el tiempo el derroche de voluntarismo que supone mantener una emisora de radio tan solo con las aportaciones dinerarias de los socios, de todos aquellos que se reservan invariablemente un día de la semana para perfilar su guion y ponerse ante el micro durante un par de horas, incluso a veces en fines de semana y fiestas de guardar, llueva, truene o haga sol? ¿Cómo se regenera esa sana obstinación? ¿Cómo se puede mantener así durante años un programa de música, o de cine, o de ecología, o de esperanto, o de análisis político o un magazine de entretenimiento? «Esto no es un hobby, y eso quiero dejarlo claro. Es muy serio. La necesidad de medios alternativos es seria», recalca Aniceto Arias. Hacer radio por amor al arte no es, pues, un brindis al sol, una muestra de ingenuidad incurable o un derroche de generosidad. No, es una clara opción ideológica. Con todas las consecuencias. De las que no solo se asumen al cien por cien, sino que también se respiran. Y eso lo tienen claro quienes aún están en Radio Klara.
Mantener la ilusión de los primeros tiempos, en todo caso, no parece fácil. Aunque si se tienen las ideas tan despejadas, la dificultad ya lo es menos. «La ilusión se mantiene porque se van consiguiendo cosas, logrando los objetivos marcados», afirma Aniceto. «Mantengo mi ilusión intacta, pese a solo haber perdido tiempo y dinero por hacer mi programa, porque creo en lo que hago», dice Javier, quien —no obstante— lamenta que haya «gente que crea que trabajo aquí y cobro un sueldo a fin de mes», pese a no tener compensación pecuniaria alguna. Aunque eso también tiene su contrapartida positiva: «Con el dinero que pago, compro mi absoluta independencia, ya que si fuera un asalariado tendría que rendir cuentas ante mi patrón y someterme a su criterio y voluntad», dice. La irrupción de internet, las redes sociales y los podcasts podrían haber sido quienes pusieran el último clavo en el ataúd de unas emisoras teóricamente agonizantes, pero (paradójicamente) no ha sido así. Hay una connotación agridulce para una radio libre como es Radio Klara en la consolidación de un nuevo paradigma comunicativo, que en lo formal es radicalmente distinto al de hace cuatro décadas, pero en el fondo también tiene mucho de aquella autogestión. De la vuelta a la multiplicidad de voces, a veces casi anónimas. Y en el fiel de la balanza, pesa más para ellos lo positivo.
«Es verdad que internet, por una parte, ha sido algo maravilloso para nosotros, porque somos una radio muy precaria y te da la posibilidad de emitir con muy pocos medios, y los podcasts también nos facilitan mucho las cosas: incorporan nuevos mensajes y nuevas experiencias», dice Aniceto Arias. Pero también asume que, «por otra parte, quita esa frescura propia de las radios libres y comunitarias, porque aquella comunicación directa con el oyente forma parte de la razón de ser de las radios libres ante las comerciales».
De la misma opinión, aunque matizada quizá por un cierto halo de mayor optimismo, es Javier Pérez, quien piensa que «internet nos ha permitido llegar a todos los rincones del planeta donde haya un punto de conexión a la red de redes, y muchos oyentes que se nos engancharon a través de la emisión hertziana han continuado oyéndola a través de internet cuando han tenido que abandonar Valencia por el motivo que fuera». También los podcasts han supuesto una importante sacudida, porque «nos han obligado a conocer su funcionamiento y añadirlo a nuestra forma de trabajar, que al fin y al cabo, la radio ya no es algo que tiene que oírse en directo y pegado al transistor: cada vez son más los oyentes que escuchan sus programas favoritos sin someterse a la tiranía del directo».
Pese a todo ello, entre enlatar un programa y emitirlo a quemarropa de forma instantánea, él lo tiene claro: «como buenos resistentes, nosotros todavía mantenemos en El Club de Amigos del Crimen la esencia del directo». Es esa magia de la transmisión de sensaciones y emociones en tiempo real que cualquiera que alguna vez haya hecho radio conocerá de primera mano. Es casi imposible que ningún podcast pueda suplantarla.
La supervivencia casi milagrosa de Radio Klara se ve amenazada por lo difícil que se vislumbra su relevo generacional. Por lo complicado que se antoja que jóvenes de menos de treinta años vean una emisora libre y libertaria como un destino apetecible, ya en lo laboral o ya como un acto de mera militancia. Se han criado, al fin y al cabo, en otro modelo. Es como pretender que quien siempre ha escuchado música por Youtube y Spotify ahora compre vinilos de forma compulsiva. Raro, ¿no?
«El gran problema es el relevo generacional», dice Arias, «porque quienes fundaron la emisora y quienes nos hemos ido incorporando poco después, vamos cumpliendo años, y mucha gente prefiere grabar un podcast desde casa que implicarse en hacer un programa en directo en una emisora que implica mayor compromiso por horario y distancia». La prueba de todo eso, asume, es que «ninguna ha durado cuarenta años». Pero, en cualquier caso, sigue habiendo «una necesidad de medios alternativos». Sobre eso, no duda.
Tampoco está claro que cuando a Javier Pérez le deje de picar el gusanillo de la radio, si es que eso alguna vez ocurre, vaya a tener a alguien ahí para seguir testando el efervescente estado de salud del pop y rock valencianos. Reconoce que un montón de «diamantes en bruto» han sido la razón de ser de sus desvelos radiofónicos, pero también que lo que peor lleva es «la absoluta dejadez y tibieza» con la que esa misma escena musical valenciana «ha respondido a los eventos que he organizado en nombre de mi programa y de la radio», ya que cuando montaba fiestas del programa en alguna sala, «todos, en un ejercicio de disculpa no solicitada, nos contaban los motivos por los que no habían podido venir a nuestras fiestas, pero nuestras fiestas nunca eran motivo de excusa para no acudir a otras cosas: dejamos de hacerlas». Lo dicho: todo un ejemplo de templanza, constancia y resistencia.
* Lea el artículo íntegramente en el número 92 (junio 2022) de la revista Plaza
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