Autor de decenas de proyectos que cambiaron la cara al centro comercial de València, el arquitecto valenciano Rafael Tamarit firmó la expansión comercial de la firma Lladró
VALÈNCIA. La historia como arquitecto de Rafael Tamarit (Ruzafa, 1939) nace en una esquina. En concreto en el chaflán de las calles Císcar y Burriana. Allí, sentado en la entrada del humilde negocio de motocarros de sus padres, observaba absorto la construcción de un edificio en la acera de enfrente. Ese mismo local ardería hasta los cimientos cuando Tamarit llevaba apenas un año en Madrid, desplazado para estudiar Arquitectura, en un incendio que causaría la muerte de su padre.
Fue el hermano Andrés, uno de sus profesores en el colegio Hermanos Maristas de València, quien vio las posibilidades que atesoraba un adolescente Tamarit y animó a sus padres a apoyar la decisión de Rafael de trasladarse a Madrid para iniciar los estudios de arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (ETSAM), que por aquel entonces duraban la friolera de ocho años: dos años de Ciencias Exactas, curso preparatorio de dibujo y los seis años de carrera. Casi nada.
Tras el fallecimiento de su padre, Rafael debe contribuir a la economía familiar y a la viabilidad de su estancia en Madrid, así que comienza a dibujar viñetas humorísticas que vende a diversas revistas de la época, como Don José. En la capital, tras estar su primer año en una residencia universitaria, pasa los siguientes cursos en un pequeño apartamento en la Gran Vía, con Massiel y Concha Piquer como vecinas.
Tamarit comienza su actividad profesional sin haber finalizado los estudios. En 1962, un conocido de los hermanos Lladró le traslada la posibilidad de presentar una propuesta para el diseño de la nueva tienda de Poeta Querol, «una calle que ni siquiera estaba asfaltada», recuerda Tamarit. En aquel año Lladró todavía estaba en el pasaje comercial REX. El resultado gusta a los hermanos fundadores y es el inicio de una relación profesional y personal que se extenderá a lo largo de décadas. El boca a boca del resultado de su primera colaboración con Lladró obliga a Tamarit a alternar los estudios con diferentes proyectos de diseño de interior —o decoración, como se conocía en aquel tiempo— que cambian por completo el panorama del centro de València: Grand Style (calle Lauria, 1965), relojería Morera (calle Ruzafa, 1965), Lladró (Marqués de Sotelo, 1965), Don Carlos (1969), Clive (calle Ruzafa, 1973), Muebles Latorre (1973)…
Para afrontar estos proyectos, Tamarit se traslada desde Madrid a València tres días a la semana y el resto del tiempo permanece en la ETSAM. «Los propietarios de estos locales —recuerda Tamarit—, me llamaban porque resolvía los proyectos rápidamente, con un presupuesto razonable. No me podía permitir ir de divino». Tamarit no solo realiza el interiorismo de estos locales, sino que también, gracias a su buena mano, diseña marcas y logotipos.
Uno de los mayores conocedores de la obra de Rafael Tamarit es el también arquitecto Javier Domínguez, promotor de la exposición que el Colegio Territorial de Arquitectos de València dedicó a Tamarit en 2011 y coordinador del libro que recoge toda su trayectoria. «En València, Tamarit descubre un nicho de mercado, el interiorismo de locales, en el que se convierte rápidamente en referente», comenta Domínguez. En su opinión, la València en la que Tamarit aterriza es «una ciudad provinciana a la que Tamarit aporta una visión cosmopolita, ya que la generación de arquitectos a la que pertenece es la primera en tener asumido el viaje como parte de la propia formación».
Tras finalizar sus estudios en 1965, Tamarit permanece en Madrid dos años más, compartiendo despacho con uno de los grandes arquitectos de la época: Alejandro de la Sota —quizá su mayor influencia— y colaborando en proyectos con Julio Cano Lasso. Al tercer año, regresa a València para afrontar una cartera de proyectos cada vez mayor e iniciar su faceta como docente en la antigua Escuela de Arquitectura ubicada en el Palacio de la Exposición (plaza de Galicia), y dirigida por Román Jiménez. Tamarit figuraba como profesor en la asignatura de Proyectos Finales, acompañado de otros dos pesos pesados como Juan José Estellés y Emilio Giménez. Allí iniciará amistad con el también arquitecto y profesor Miguel Pecourt, y llegará a ocupar el cargo de director. Posteriormente también dará clases en la UPV y la UCH-CEU, con alumnos que hoy en día son reconocidos profesionales. Entre ellos, Santiago Calatrava.
La relación con los Lladró se estrecha y amplía con el paso de los años. Con el inicio de la década de los ochenta, Tamarit realiza los proyectos de arquitectura e interiorismo de sus tiendas nacionales e internacionales (Nueva York, Miami, Houston, Tokio, Rodeo Drive, Londres…). Sobre la estrecha relación entre el arquitecto y Lladró, Javier Domínguez apunta que «Rafael Tamarit aporta a la empresa una visión emprendedora que es un factor clave en su internacionalización. Él tiene la total confianza de los hermanos fundadores para hacer proyectos de llave en mano en cada una de las tiendas que proyecta».
Para el edificio de Nueva York, Tamarit desecha las primeras propuestas y escoge como emplazamiento un solar en la calle 57, próximo a Tiffany’s. El edificio proyectado tenía la intención «de servir como tienda y como una ventana al proceso creativo de la firma», apunta Tamarit. Gracias al proyecto para Lladró, Tamarit recoge en la Gran Manzana el testigo de otro arquitecto valenciano, Rafael Guastavino.
Tras los proyectos desarrollados en Estados Unidos, Tamarit sopesó la idea de establecerse allí. «Había conseguido proyectar un edificio en una plaza tan complicada como es Nueva York, pero debí escoger entre continuar labrando una trayectoria allí o una vida familiar en València», recuerda el arquitecto. Para quitarse el gusanillo, Tamarit escogió de nuevo Nueva York como destino pero, esta vez, para su viaje de novios.
Uno de los proyectos más conocidos de Tamarit en la ciudad de València, es Nuevo Centro (1975), que recayó en sus manos un tanto de rebote. El prediseño original, ideado por el estudio GO-DB, pasó a sus manos al sobrevenir un cambio de propiedad y entrar los Lladró como accionistas. Tamarit desarrolló la solución final del proyecto y solventó el interior del espacio, así como las tiendas en las que se instalaron buen número de sus antiguos clientes. Posteriormente, en 1989, fue también responsable de la renovación del espacio con el propósito de rejuvenecerlo comercialmente.
Con posterioridad a Nuevo Centro, Rafael Tamarit trabaja en el proyecto del centro comercial Metrópoli (1978) en la calle San Vicente, así como Galerías Londres (1987) —hoy ocupado por la Fnac—. Previamente, en 1972, había elaborado una propuesta de renovación integral de la calle Ribera, a petición de los comerciantes del área, y en la que colaboraron algunos de sus alumnos. El proyecto planteaba la integración de los comercios con la plaza del Ayuntamiento, para evitar la estrangulación derivada del incremento del tráfico.
Rafael Tamarit no se limitaba a mostrar un proyecto; al mismo tiempo vendía sus bondades. A su faceta de arquitecto añadía la de comercial de su propia obra. Tal y como señala Javier Domínguez, «un arquitecto ha de tener dos virtudes: tener lápiz y tener relato, y Tamarit atesoraba ambas. Gozaba de un discurso propio y elaborado para convencer al cliente con la propuesta que presentaba, además de que la excelencia de su concepción ayudaba a que este se entusiasmara con la idea. Era un arquitecto apasionado, que se involucraba en cada uno de los proyectos. Por ese motivo terminaba por mantener una relación de amistad con los clientes».
Tamarit se enmarca en una generación muy anterior a la aparición de las redes sociales y el marketing digital. Por ello, como apunta Javier Domínguez, Rafael Tamarit «debió ganarse su prestigio proyecto a proyecto, contando con el apoyo de una burguesía local, que reconoció su valía desde sus primeros trabajos».
Tras más de mil proyectos firmados, Javier Domínguez describe el legado de Rafael Tamarit con la ciudad de València más allá de la propia obra, «extensísima y de gran calidad», apostilla. Desde una vertiente docente, Domínguez afirma que el recuerdo de Tamarit está plenamente vivo, «ya que ha formado a cientos de profesionales actuales de distintas generaciones», subraya el arquitecto. «Profesionales a los que Tamarit enseñó una concepción ética de su trabajo; a vivir la arquitectura no como una mera actividad económica, sino con una pasión vital».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza