VALÈNCIA. “Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron por mi, y no quedó nadie para hablar por mí”. El poema del pastor Luterano alemán Martin Niemöller sobre el régimen nazi podría ser una buena ilustración de una suerte de consenso que hay par afirmar que están en riesgo algunos derechos humanos fundamentales. En un clima de extrema agitación, en el que lo mediático parece comerle terreno a lo racional, primero se iría a por la libertad de expresión.
Este diagnóstico es el que sostienen desde PEN Catalá, una delegación de la organización mundial que desde principios del siglo XX aboga por la defensa de los artistas perseguidos. Con esa causa como objetivo se creó el Día del Escritor Perseguido, y València ha sido la ciudad elegida por la ONG para celebrarlo por primera vez desde que se fundara la delegación, allá por finales de la década de los 70. El Centre del Carme acogió una conferencia con testimonios en primera persona de lo que puede ser esa persecución por sus ideas.
Ramón Esono era un dibujante muy crítico con el gobierno de su país natal, Guinea Ecuatorial, tachado de autoritario. Cuando se casó con una española y surgió una oportunidad laboral lejos de su hogar, no dudó en irse. Tampoco en seguir haciendo sátira y denunciando las injusticias del régimen. Un día, de vuelta a su país para renovarse su pasaporte, varios policías le detuvieron a él y crearon una causa de blanqueo de dinero y falsificación de dinero con pruebas falsas. Pasó seis meses en la cárcel, con la condena de organismos como la ONU o el Congreso de los Diputados, donde todos los partidos votaron a favor de pedir la liberación. La presión popular de todo un movimiento global puso el caso de Esono en el foco mediático y tras celebrarse el juicio, le dieron la razón. Tardó otros tres meses en abandonar el país con todos los papeles en regla.
Elías Taño es un ilustrador canario afincado en València. Aunque ha puesto su firma en fanzines, calendarios o piezas de arte, sus murales han sido en numerosas ocasiones polémicos, utilizados incluso como armas políticas arrojadizas. El servicio de limpieza del Ayuntamiento le borró un mural en el que defendía la libertad de los jóvenes de Altsasua y, tras corregirse y disculparse, le ofrecieron otro espacio para que pintase a su gusto. Mientras tanto, políticos y medios de comunicación crearon un debate que acabó con una respuesta ciudadana. O a favor o en contra. Su segundo mural lo borraron ciudadanos con celeridad y rabia.
Los dos se sientan en la mesa de un bar para Cultur Plaza con Manolo Gil, delegado de PEN Català en València y con Laura Huerga, editora de libros que la próxima semana publicará Tú, calla!, un ensayo sobre la libertad de expresión y de manifestación.
El miedo
“A mí el régimen no me quería en la cárcel. Me quería llevar a un descampado, pegarme una paliza y dejarme ahí”. Así de cruda suena la increíble historia de Ramón Esono. Los seis meses de encierro le salvaron la vida, igual como el apoyo de sus más cercanos: “cuando tienes problemas con el régimen, allí las familias se apartan porque no quieren contaminarse, pero la mía consiguió que mi caso se conociera en todo el mundo”. En efecto, la respuesta global llegó a una intensidad que el gobierno guineano no podía ignorar, pero en esa represión lo que se escondía en realidad era cultivar miedo a criticar el poder. Nada más lejos de la realidad, Esono se siente reforzado a nivel personal y profesional y no tiene intención de dejar de dibujar como antes.
El caso de Elías Taño es muy diferente en tamaño y forma, pero sí comparte el fondo. El encierro del canario es su casa: no es tanto que los murales que pinta son manchados sistemáticamente (ya so cuatro casos en la Comunitat) sino que además, la polémica provocó que muchas colaboraciones que tenía apalabradas se perdieran en el camino y su nombre provoca recelo cuando las instituciones lo ven en una lista de candidatos a un concurso. “Sé que estoy poniendo en juego mi carrera profesional, pero yo he tomado una decisión y quiero ser consecuente con ella”, dice Taño.
El debate y el posible punto de encuentro
“No se trata del eje izquierda-derecha, porque existe la izquierda democrática y la derecha democrática, y también las no democráticas” y “el debate no es izquierda o derecha, es democracia o fascismo” son algunas de las respuestas que da la mesa cuando se les pregunta a los cuatro sobre si hay un posible punto de encuentro en un clima que parece tan crispado. Entonces llega la parte política del arte, y se alinean con dureza contra un poder “heredado de la dictadura que se dedica a intentar controlar ideológicamente a la ciudadanía”. También les resulta indignante que haya un pensamiento que se dedique a silenciar al otro en vez de sentarse a debatir.
Manolo Gil lo achaca a la Historia reciente: “la caída del muro también es el fin del debate entre ideologías y se antepone una socialdemocracia que es un parche. Y como no se tiene proyecto de cambiar el mundo, se crean estas situaciones dramáticas”, apunta. Ramón Esono cuenta que cuando le ofrecieron visitar a los Jordis a la cárcel, la gente le advirtió de que se estaba metiendo en camino pedregosos, algo que le resultó desagradable: “Todos los partidos españoles pidieron que me sacaran de la cárcel para apoyar mi libertad de expresión, pero de repente no puedo reunirme con unas personas que me invitan para conocerles y hablar tranquilamente”.
Y sobre los límites de esta libertad de expresión, que no ha dejado de debatirse entre cancelaciones, chistes y portadas de revistas, todos niegan con la cabeza y se atropellan al hablar para decir a la vez que sin libertad absoluta, hay censura. Ni de abajo a arriba, ni de arriba a abajo, ni de un lado a otro.
Y, por qué no, las soluciones
A veces, los titulares se conforman solo con el diagnóstico, pero los cuatro conferenciantes se animan también con las posibles soluciones. Entre la receta que plantean, está la de "no blanquear un problema grave de intolerancia política", propone Laura Huergas, y ahí juega un importante papel el lenguaje y "los dueños de este", es decir, agentes políticos y periodistas.
Otra es la de blindar legalmente la lbertad de expresión, desjudicializando así los mensajes políticos. También lograr ser uno ciudadanía lo suficientemente informada y critica como para que la espontánea solidaridad del caso de Esono no sea una excepción. O que la gente deje de tener miedo a perder y se autocensure.
Acaba la conversación con más y más política, porque al final se trata un poco de eso. Y mientras aparentemente todo está por hacer, el arte comprometido se sigue jugando el tipo en la calle, esperando a que todo lo que rodea no le haga morir.