Que la idea de la amnistía no la apruebo... ¡verdad! Que soy hispano... ¡verdad! Que cada día me cuesta entenderme con un castellano... ¡verdad! Y que dejar de salivar el clásico “Puta Barça, Puta Catalunya” costó más de lo deseado... ¡verdad! Más que nada por estar abonado al cerrilismo de un paravalanchas de la vieja general de Mestalla.
En esta vida es importante reconocer los hechos. Una vez despojado del antisemitismo catalán, el proceso de reconversión a la sensatez fue rápido y veloz. Siempre hay alguien, con más edad que la tuya, que ayuda a superar las barreras del ineficaz embrutecimiento. Mi enemigo en la vida nunca ha sido Catalunya, en cambio, mi rival en la cancha, deportivamente hablando, es el anticatalanista.
Uno no es más español que nadie. Cada ser humano preserva y cultiva su identidad a su antojo, y nadie está capacitado o tiene el don para marcar los parámetros, los ritmos y hasta los himnos de cada uno. Hace años que ya hice primero un promesa y, después, una criba a los grupos del WhatsApp. No tengo hijos. Un alivio, manteniéndome firme en lo de no recibir chorradas en el celular de amigos o conocidos con fines políticos o eróticos.
Suelo recriminar el mensaje al susodicho con el fin de aburrirle para que cese las hostilidades que afectan a mi salud mental. Por ello, ya nadie o casi nadie me felicita el Nadal y posteriormente el año. Mejor. No me gusta darle al pulgar, y es muy cansino responder al protocolario ritual navideño.
Tras la bacanal ley de la amnistía, he vuelto a recibir algún que otro jpg absurdo del boicot comercial a Catalunya enviado por algún hijo ilegitimo y descarrilado del Cid Campeador. El mensaje intentaba con la acción de arruinar la vida empresarial de algunas heráldicas catalanas. A este engominado, que por cierto no cobrará ni el 3% del montante por tal hazaña, acabé respondiéndole más rápido que el propio WhatsApp ante tal torpeza y exponiéndole mi razonamiento
Los trabajadores y sus familias no tienen culpa de tal paranoia sectaria y secesionista, y las empresas no están suscritas a ninguna ideología. De estarlo, si acaso, es a la del color del dinero. Para más inri, a mi colega que es católico prácticamente le acabaría aconsejando que debía recurrir a la confesión. La palabra de Dios precisamente no habla ni reza de ningún boicot, y el patriotismo trata de poder comer y dar de comer a tus hijos. El único boicot que debemos mantener es al hambre, y no a Catalunya.