Siempre que digo mi nombre me preguntan, ¿andaluza? Y no, soy valenciana. Pero ¿qué hace una valenciana llamándose Macarena? Pues oye, cosas de padres o concretamente de mi madre, que me contaba una historia de que me llamaba así porque le di pataditas viendo a la Virgen de la Macarena. Una historia al más puro estilo de la de Dicaprio, que se llama Leo porque su madre lo notó viendo una obra del grandísimo Leonardo Da Vinci.
Sea como fuere, siempre noté una conexión especial con la Esperanza y quieras que no, con Sevilla. Y eso que soy más de norte que de sur, pero me hace gracia pasear por allí que todo lleve mi nombre, que sin Congelados Macarena, que si Traspasos Macarena. ¡No somos tantas por el mundo! Dicho lo cual, volver a Sevilla independientemente de historias personales, siempre es un buen plan. Porque oye, cómo se está poniendo Sevilla. Ha metido el turbo y en nada la tenemos ahí compitiendo con las grandes urbes españolas.
Que ya lo hacía. Dime tú en qué otra hay espectáculos como el Alcazar o la Plaza de España. Pero hablamos a nivel hedonista, del que nos gusta. Para empezar, la capital hispalense celebra una nueva estrella Michelin, la que luce -por fin- Cañabota. En su día ya fue algo rompedor para Sevilla, con el formato barra y cocina a la vista y ahora la guía roja premia la propuesta sin igual de Juanlu Fernández, una clara apuesta por el pescado y marisco como protagonista, que ya ha afianzado platos míticos como la ensalada de hígado de bacalao o el tartar de gamba blanca semi curada en escabeche.