Las rebajas de verano, una tradición comercial arraigada en nuestra sociedad, se encuentran hoy en una encrucijada. La desregulación del sector ha provocado un escenario complejo que, lejos de beneficiar a todos los actores implicados, ha generado una serie de desequilibrios que merecen una reflexión profunda.
La supresión de los períodos fijos de rebajas, eliminando las referencias a las temporadas de invierno y verano, pretendía flexibilizar el mercado y adaptarlo a las nuevas realidades comerciales. Sin embargo, esta medida ha tenido consecuencias imprevistas que afectan especialmente al pequeño comercio.
Por un lado, observamos cómo las grandes cadenas comerciales, con su poder económico y de marketing, continúan marcando el ritmo de las rebajas. Mantienen, e incluso adelantan, los períodos tradicionales, aprovechando el tirón que siempre han tenido estas campañas. Esta situación pone de manifiesto la asimetría existente entre los grandes y pequeños comerciantes.
El pequeño comercio, pilar fundamental de nuestras ciudades y pueblos, se encuentra en una posición de desventaja. Sin la capacidad de realizar grandes campañas publicitarias o de asumir márgenes de beneficio más ajustados durante largos períodos, estos negocios se ven obligados a seguir la estela marcada por las grandes superficies, a riesgo de perder competitividad.
La liberalización de las rebajas, que en teoría debería fomentar la competencia y beneficiar al consumidor, ha creado en la práctica un escenario de "rebajas permanentes" que diluye el concepto original de esta práctica comercial. Los consumidores, bombardeados constantemente con ofertas y promociones, pueden perder la perspectiva del valor real de los productos y la capacidad de discernir entre una verdadera oportunidad y una estrategia de marketing.
Además, esta situación plantea interrogantes sobre la sostenibilidad del modelo de consumo. Las rebajas continuas pueden fomentar un consumismo desmedido, con implicaciones tanto económicas como medioambientales que no deberían pasarse por alto.
Es crucial, por tanto, encontrar un equilibrio que permita mantener la vitalidad del sector comercial, protegiendo al mismo tiempo los intereses de los pequeños comerciantes y de los consumidores. Quizás sea necesario repensar el marco regulatorio, no para volver al modelo rígido anterior, sino para establecer unas reglas de juego que garanticen una competencia justa y sostenible.
En cualquier caso, los consumidores deben ser conscientes de que, incluso en período de rebajas, tienen derecho a exigir calidad y a reclamar ante cualquier irregularidad. La reducción de precios no puede ir en detrimento de los derechos del consumidor ni de la calidad de los productos.
Por su parte, los comerciantes deben entender que las rebajas no son una licencia para deshacerse de stocks invendibles o para engañar al consumidor con falsas ofertas. La honestidad y la transparencia deben ser la base de cualquier estrategia comercial.
En conclusión, el debate sobre las rebajas va más allá de una mera cuestión comercial. Implica reflexionar sobre nuestro modelo de consumo, sobre la sostenibilidad de nuestras prácticas comerciales y sobre el tipo de ciudades y comunidades que queremos construir. Es hora de que todos los actores implicados -administraciones, comerciantes y consumidores- se sienten a dialogar para encontrar un modelo que beneficie a todos y que contribuya a un comercio más justo, sostenible y equilibrado.
Las rebajas de verano pueden seguir siendo una tradición, pero una tradición que evolucione y se adapte a los nuevos tiempos, sin perder de vista los principios de equidad y sostenibilidad que deberían guiar nuestras prácticas comerciales. Solo así podremos garantizar que esta práctica comercial siga siendo beneficiosa para todos y no se convierta en un campo de batalla donde solo los más fuertes sobrevivan.
El autor es abogado experto en consumo.