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PERFILES CULTURALES   

Recetario cultural: las lecturas de cabecera de Paco Zarzoso

6/02/2020 - 

VALÈNCIA. Puerto de Sagunto. Tarde de enero que se apacigua entre las parcelas de la Ciudad Jardín, los chalets de los directivos de la antigua planta siderúrgica todavía transmiten una atmósfera de privilegio. Son un oasis dentro del urbanismo de aluvión de este pueblo creado alrededor de la factoría vasca.

Paco Zarzoso (Puerto de Sagunto, 1966) ha sugerido el Casino Viejo para charlar sobre su vida en los escenarios y su última producción teatral. Como todo porteño que se precie, nos recordará que el acceso al Casino estuvo vetado para el público general hasta los 80. La conquista, el sueño que se habita. Como su vida de dramaturgo, actor y director teatral consumado.

Su padre trabajaba en la fábrica y en su casa no había un solo libro, pero la separación de clases que respiraba acuñaría en él un espíritu de resistencia que aún perdura. Ha estrenado una veintena de títulos en Barcelona, Madrid, Buenos Aires, Montevideo o Santiago de Chile. Muchos de ellos premiados como Umbral (Premio Marqués de Bradomín, y Premio Enrique Llovet), L´altre (Premio Max Aub), Mirador (Premio SGAE) o Ultramarins (Ciudad de Barcelona y Serra d´Or).

Parece insobornable. En los años de sequía cultural, mientras veía cómo sus iguales sucumbían a los guiones televisivos y escribían una obra al año por vacaciones, él baqueteaba por los escenarios con el tesón de un buey. Las salas alternativas han sido su territorio durante décadas. Hongaresa, la compañía que fundó con Lola López (dramaturga, actriz y directora, como él) y Lluïsa Cunillé (Premio Nacional de Literatura Dramática por Aquel aire infinito, 2010) cumple ahora 25 años. Cuesta seguirlos, giran por España y Sudamérica, se atomizan y se juntan, coescriben, se dirigen. Lluïsa y él han escrito siete obras juntos, ahora ella estrena su Massacre en la Comédie Française de París. Lola López se emplea a fondo con el tema mujeres y memoria (María La Jabalina ─miliciana anarquista en la Guerra Civil─, Encendidas ─homenaje a Paca Aguirre─, y la próxima producción, Tula divina, caótica Tula, inspirada en la escritora cubana Gómez de Avellaneda, que se estrenará en La Nau el próximo 11 y 12 de marzo).

Companya Hongaresa de Teatre es una de las compañías especializadas en nuevas dramaturgias con más solera en Valencia y le ha valido de plataforma para que hoy a Zarzoso le surjan encargos de primera línea. Uno de ellos es la coordinación del Laboratorio de Dramaturgia Insula Dramataria Josep Lluís Sirera, en marcha desde 2018. “Un proyecto apasionante, con la horma del T6 catalán, donde cada año dos escritoras y dos escritores tienen que completar cada uno una obra larga en un trabajo conjunto con reuniones cada seis semanas. De las obras que se crean, dos se representan en un teatro público. Esto, junto con el aumento en becas y en producciones propias, ha supuesto mucho y Rodolf Sirera es uno de los principales impulsores en Valencia”

El otro proyecto es la codirección de La Casa de les Aranyes, montaje coproducido por el Teatre Nacional de Catalunya y el Institut Valencià de Cultura que se estrenará el próximo 14 de febrero en el Teatre Principal de Valencia y ha tenido mucho éxito en su paso por Barcelona.

Preguntado por sus obstáculos y sus éxitos, cree que hay que relativizarlos siempre. “Posiblemente los obstáculos, tanto si los superas como si no, son los que te hacen crecer. Para escribir teatro, cuando además eres el productor, director y a veces actor, tienes que estar muy expuesto y eso es una porquería. Te presentas ante el público, programadores, amigos, críticos, con un material artístico muy frágil. La recepción es muy misteriosa, y más si haces un teatro de riesgo, ¿por qué la misma obra un día late y descalabra y al día siguiente está muerta? No es fácil pasar meses, a veces un año, dejándote la piel y unas cuantas máscaras y que se represente apenas tres veces”.

No obstante lo dicho, lo más conocido de sus textos es el humor que lo salpica todo. En su última pieza, La Casa de les Aranyes, ha puesto el acento en el drama por primera vez, pero no faltan las notas cómicas. Un personaje roto, como lo suelen ser los que pululan por su imaginario, le pregunta a un médico por un medicamento que le ayude a llorar de la misma forma que otras moléculas ayudan a ir al baño, “porque me duelen los cristales en las venas…” Ilustra así las heridas emocionales de dos mundos que desaparecen, en una obra escrita en corte clásico donde lo oculto pesa más que lo que se muestra. “Quería hablar de esto y quería hablar así: dos familias a la deriva en un pueblo anegado y sus monstruos, que se juntan en un momento dado. Quería hablar de esa negrura pero también de redención. De ese don que tienen algunas personas para llorar por el otro, ponerse en el lugar del otro. El teatro es el espacio que nos queda para eso: para encontrar al otro, para entenderlo

Es un consuelo que un dramaturgo se preocupe por ese espacio en vías de extinción. No ignora a Zygmut Bauman y sus descripciones de nuestra sociedad líquida, acelerada. El pensador que más le ha tocado el alma, no obstante, es Byung-Chul Han (lo descubrió con En El Enjambre, Herder Ed.) y sus acertadas descripciones de cómo nos explotamos a nosotros mismos. “El enemigo en las sociedades arcaicas era el lobo, en la Edad Media era la rata, en el S.XIX la bacteria, luego ha sido el virus, incluso informático: y ahora somos nosotros nuestro propio verdugo; la dramaturgia tiene ahí mucho que explicar”.

Es curioso que lo señale, cuando muchas de sus obras están pobladas de criaturas descomunales y decrépitas, como la ballena de Ultramarins (Arola Editors, 2000), la tortuga de La piedra de la locura (2018) y las grandes arañas de La Casa de les Aranyes (2020). Seres que basculan entre la metáfora de lo extinto y lo amenazante, algo oscuro que se mueve por dentro y que se teme matar y resucitar, a partes iguales. Estas criaturas parecen añadirse a sus marcas de estilo. “En Gabriel ─descubre─ también aparece un personaje que ha quedado ciego después de quemar a las abejas...” Y una vez más recrea el argumento de una de sus obras donde no falta la locura, un arcángel, dos mendigos, “una niña sorda y una madre oracular… y sí, a menudo hay un ciego”.

Antes ha confesado que tuvo una relación difícil con su padre porque se quedó ciego, “y en Piedra y Encrucijada (2020), la obra que estamos representando ahora en Hongaresa (junto con Marcos Sproston López y por Madrid, Salamanca, Buenos Aires, Córdoba de Argentina…), hablo con mi padre a través de una piedra”.

Ciegos, animales gigantes, umbrales… El trabajo con las fronteras, con el territorio de lo ambiguo, “que siempre es el espacio más fértil”, parece su mapa natural. “En todo momento conviven los dos territorios fronterizos de la condición humana. En La Casa de les Aranyes (codirigida por Lurdes Barba y con medio elenco valenciano, medio catalán: Santi y Pep Ricart, Francesc Garrido, Rosa Renom, Verónica Andrés y Águeda Llorca), los actores se han esforzado en ser generosos con la zona de tiniebla, con esos monstruos. No se trata de juzgar sino de mostrar. Ahí hay una voluntad mía, un personaje Caín y un hermano opuesto. Y una temperatura concreta que les concedes, pero ellos deben ser intensos y contenidos, me interesan los personajes inflamables y crear el punto climático que precisa el teatro: si enseñas el incendio al principio de la obra, no funciona”.

Hay en él un gusto también por la ebriedad que él no niega. “Así es, detrás de Don Quijote y de Hamlet, hay ese punto y el teatro es un espacio idóneo para moverlo, tienes 120 minutos para hacerles ir del amor al odio, la ebriedad permite que trasciendan y que sean de una gran valentía. En Buñuel la ebriedad es muy poderosa. Beaudelaire decía “hay que estar ebrio de poesía, de vino y de virtud”. También las atmósferas ebrias son interesantes, son lo que a menudo se recuerda de una obra o película. Uno queda en un sitio que quiere que sea ebrio, como este Casino, que no es el Tortoni de Buenos Aires, pero dice cosas…”. Se detiene un momento para observar de reojo a un grupo de jóvenes que han copado el patio con sus altavoces y su música tecno, han arruinado el aire caduco de la tarde. Hace un mohín divertido antes de continuar y los olvida enseguida. “El teatro necesita salir del coloquialismo, ir a zonas inexploradas. También vivimos en un mundo muy lógico y la ebriedad nos permite ir desde lo animal, lo más bárbaro, a otra cosa”. Toma aire, los médicos le han pedido que evite el estrés pero parece difícil que alguien pueda frenar la borrachera de teatro que lleva encima. “…Hay una diferencia entre acción y acción dramática: ésta última tiene que ver con los movimientos del corazón. El conflicto interno es lo que interesa…”

Ha brotado el pedagogo que hay en él. Culturplaza aprovecha para sondear su experiencia docente en la SGAE, donde ha trabajado en distintos cursos. “Aprendo mucho de los alumnos, de gente que viene, no con la idea de profesionalizarse, sino de acercarse al teatro y a la literatura, ¡qué envidia los músicos que esto lo hacen con mucha más naturalidad! Yo aprendí mucho del oficio en los talleres, José Sanchis Sinisterra y Sergi Bellbel fueron maestros de los que aprendí las reglas, hay una gran parte de intuición, pero se tienen que conocer las reglas para poder romperlas. Me gusta pensar en el teatro como un arte capaz de transformar el dolor en belleza, en humor. Chéjov usa el dolor humano como nadie. En Tio Vania, una de mis favoritas, el monólogo final de Sonia con el tío es impresionante: cómo ella esconde su dolor, ella no es agraciada, pero lo compensa con un corazón enorme y aquello de venga, tío Vania, todo va a ir bien… Para dirigir a Chéjov hay que tener una calidad humana inmensa, no puedes frivolizar, debes entender la complejidad humana, reconocerla. Teatre El Micalet tiene una buena versión de El Jardín de los Cerezos, quedó finalista con La Piedra de la Locura y ganaron el Premi de les Arts Escèniques Valencianes en 2019. Ahora la reponen”.

“El teatro te obliga a parar y encontrarte con los otros“, insiste. “Y debe remitir a lo sugerente, lo misterioso. Autores como Javier Cercas me han ayudado a pensar que siempre hay un punto ciego, un lugar donde no llegamos a saber. Muchas obras maestras empiezan por una pregunta: ¿qué es Moby Dick? ¿Está loco Hamlet? Las obras que permanecen son las que auscultan el corazón de todos los seres humanos y también el corazón de una época. Esto es lo que hace Chéjov: les habla a sus hermanos humanos y también a sus hermanos de época”.

Le alarma lo que ha oído del dramaturgo alemán Botho Strauss, “que ha renunciado al oficio porque entiende que el teatro ha dejado de ser erótico para ser pornográfico, ¡y eso en un país como Alemania!” Nadie parece dudarlo, el teatro debería permanecer como un oasis para el mundo atropellado de individuos que se diseñan a su aire su propio ocio.

En su charla brotan tantos autores y textos que suenan como una respiración propia. Las chimeneas de la fábrica, que en su infancia todavía vigilaban el Puerto de Sagunto como un padre protector y severo, él las cambió pronto por los grandes de la dramaturgia: Valle Inclán, Chéjov, Ibsen… “Con Samuel Beckett y Thomas Bernhard me rio mucho, son mis inspiradores de la tragicomedia”. Y no le resulta difícil hilvanar una cronología.  “Empecé a escribir poesía a los dieciséis ─arranca, entusiasmado─. Después de probarlo no pude parar y todos los días escribía algo. Había llegado a mis manos una antología de García Lorca. Poeta en Nueva York me enloqueció, esos versos con aquellas imágenes brutales y tan inspiradoras. Para esa época se estaban cerrando en Puerto de Sagunto los Altos Hornos y había mucha incertidumbre, al tiempo que un movimiento social revolucionario. En el instituto del Camp de Morvedre el grupo de teatro hizo La Cantante Calva, de Ionesco. Nunca había ido al teatro y la experiencia me encantó. Aquella obra tan absurda: de pronto la entendía. No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor, ni conmigo  mismo, pero aquello que ocurría encima del escenario sí. Imagino que esa mezcla de poeta intuitivo y aprendiz de actor me animó a escribir pronto escenas de teatro. Las ruinas de la fábrica desmantelada, esas catedrales a la inutilidad, inspiraron mis primeras atmósferas. Gané un premio de poesía en el instituto y en vez de verme con un estúpido diploma me vi con diez mil pesetas para gastar en libros. Mi profesor de literatura (Ximo Cruz) me acompañó y me hice con siete títulos que todavía me acompañan: El teatro y su doble (Antonin Artaud), El escritor y sus fantasmas (Ernesto Sábato), Espadas como labios y la destrucción o el amor (Vicente Aleixandre), Antología (Kavafis), El Castillo (Kafka), El Extranjero (Camus), La montaña mágica (Thomas Mann)”.

De todos ellos destaca a Artaud porque “fue clave su teatro de la crueldad, un teatro que acerca la mano al fuego,  a la fuente del dolor. Textos donde la barbarie y la civilización, el amor y la muerte, es asco y la clarividencia, la baba y el latido se dan la mano. Poesía y teatro abrazadas para siempre”. Tampoco deja de acudir a Cesar Vallejo y a Pessoa, a Juan Ramón Jiménez y Luís Rosales, a Paca Aguirre o a Wislawa Szymborska. Entre sus autores de cabecera incluye a narradores como Melville, Robert Walser, Dostoievski o Bruno Schulz, pero también entran sus amigos y amigas poetas y dramaturgos: Lluïsa Cunillé, Juan Noyes, José Iniesta entre tantos. Con ellos puede charlar y compartir los procesos de creación.

Confirmada su agudeza en la anatomía de las emociones, se resiste a hacer la autopsia de la cultura y su estado de salud aquí o fuera de aquí. “Sólo sé un poquito de la salud del teatro, y, sobre la cultura en general: sé que su falta provoca ceguera moral. A falta de cultura, de una vida plena, el ser humano enferma, se debilita. Y no me estoy refiriendo a la élite de la cultura, porque antes la gente cantaba sus jotas, su folclore, y eso también aportaba calidad. Una de las cosas más hermosas que hicimos un verano fue montar una adaptación de Los ciegos, de Maeterlinck (un simbolista belga) en un pueblo: era gente de allí, no eran actores, y los llevamos a través del bosque en una noche de luna, al encuentro con los ciegos (que sí tenían un guión). Generó una magia que aún persiste. Ahora tienen un grupo de teatro, ven lo que les aporta. En general, asistimos a un sobrepeso social por el exceso de productos basura, llenos de azúcares añadidos, productos televisivos y musicales que engordan: hay demasiada grasa de baja calidad. El auge de Vox es un síntoma: la gente culta, aún estando en paro, no les votaría. Igual que se necesita la Seguridad Social para que cuide el cuerpo, se necesita la cultura para cuidar la mente. El otro día leí que España sólo dedica el 0,3% de los Presupuestos Generales del Estado a la cultura, mientras que en Francia es el 4%...”

La barra del Casino huele a salmuera y a grasa coagulada como todos los bares de España que enseñan la raíz. El zócalo de azulejo mil veces fregado rebota el murmullo creciente e invita a visitar el viejo silencio que rodea el edificio de la Gerencia. Los eucaliptus, plantados para absorber los antiguos vapores industriales, recogen la primera brisa de la noche y la despedida de Zarzoso. Preguntado por su mayor éxito, se cala el impermeable usado y contesta que se trata de continuar. “Continuar haciendo teatro. Continuar en este oficio sin perder la pasión. Con el deseo de explorar nuevos territorios sin repetirse. Es lo que anima a seguir viviendo”.

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