VALÈNCIA. Aunque a menudo no seamos conscientes de ello, nuestra memoria está plagada de ecos botánicos: raíces, semillas, hojas, y tallos que nos han acompañado a lo largo de la vida. La buganvilla de ese jardín que tanto te fascinaba de pequeña, las infusiones de tomillo legendarias que preparaba una tía abuela, las macetas que reinaban esplendorosas en el balcón de la casa en la que creciste, el ficus que conseguiste sacar adelante fingiendo ser una adulta independizada, el cactus que regalaste a esa amiga con la esperanza de que no lo matara por exceso de agua como hizo con los 45 anteriores… Habitamos una existencia atravesada de arriba a abajo por el campo semántico de las plantas y por los aprendizajes que hacen brotar a su alrededor.
Ahora, la iniciativa Botàniques de l’àvia
busca recuperar los episodios vegetales que más nos han marcado y generar a través de ellos un inventario de saberes tradicionales en torno a la clorofila y sus periferias transmitidos de generación en generación. Ya sabéis, esos remedios caseros y trucos para la vida cotidiana que, en su mayoría, eran cultivados por las mujeres de la familia, guardianas del bienestar doméstico y, por tanto, expertas en calmar todo tipo de males con los recursos que tuvieran a mano. Y, claro, lo que había a mano casi siempre eran plantas.
El proyecto, puesto en marcha por el artista Marco Ranieri junto al Centre del Carme, consta de dos fases. La primera, que lleva en marcha varios meses y emprende ahora su recta final, se basa en establecer una correspondencia de temática herbácea, ya sea por vía postal o electrónica. Toca seleccionar y enviar un recuerdo o una información relacionado con ramas y estambres: “puedes escribir sobre una especie con la que tienes cierta relación, porque te gusta mucho, porque la utilizaban tus antepasadas para un remedio, para una receta … O sobre un espacio vegetal con el que tengas un vínculo especial: un huerto, un jardín, un patio. Sea como sea, lo más destacado son los lazos emocionales y afectivos que muestran los participantes con las plantas o con los lugares en los que se encuentran”, indica Ranieri. Para el creador, el objetivo de este registro es “por una parte, recuperar esos conocimientos orales y subalternos no recogidos por el canon académico. Valorar esos saberes implica poner en el centro los cuidados, la vida; por ello, es muy importante hablar de ellos en el contexto del museo. Pero también, en un contexto de crisis climática como la actual, busco proponer un catálogo de recursos que nos puedan inspirar hacia una transición ecosocial”.
Mientras se va nutriendo este herbario de evocaciones (en el que todavía estáis a tiempo de participar), comienza la segunda fase del programa: encuentros presenciales entre fanáticos de la clorofila, que tendrán lugar en el CCCC los días 3,10,17 y 24 de mayo. Como señala Raneri, estas citas “están pensadas para personas apasionadas por las plantas que quieran compartir su pasión con otra gente. Pueden intercambiar semillas, esquejes, planteles, pero también recetas, trucos, vivencias y anécdotas”. Por cierto, puedes llevar como acompañante a tu planta preferida para que trabe amistad y lo que surja con otras macetas.
Respecto al germen del proyecto, Ranieri reconoce que el cosmos botánico “está siempre entre las materias principales de mi trabajo artístico, también la creación de contextos y espacios efímeros en las que conversar, compartir y generar empatía. Además, me interesa mucho recuperar conocimientos locales y habilidades tradicionales”.
Memorias, mujeres y afectos
En el caso de Paula Ramos, fue la posibilidad de rebuscar en la memoria hogareña lo que la animó a participar en este festival de la fotosíntesis: “me hacía mucha ilusión indagar en los álbumes de fotos familiares de los 80 y 90 imágenes en las que se me viera en el patio de mi abuela, con sus flores. Quería poder establecer ese nexo espacial y fotográfico. Buscaba una foto en concreto… ¡y al final la encontré!”. Su aportación a este imaginario en clave vegetal gira en torno al anís en grano: “en el texto que envié, hablo de cómo se daban llavoretes a los bebés para paliar los gases. Y también de cómo se utilizaba en infusiones de hinojo para adultos”.
En esta expedición a la intimidad a golpe de clorofila se enroló también Teresa Juan: “me parece un ejercicio de recuperación de la memoria colectiva e individual muy necesaria. Además, se realiza a través de la afectividad. De esos recuerdos personales con las plantas se desgranan otros recuerdos y relaciones. También supone una reconexión familiar y una forma de subrayar el valor de la artesanía y los procesos de aprendizaje. Pero es importante no romantizar toda esa sabiduría porque viene un contexto y unas necesidades específicas que no siempre eran idílicas”, comenta. Su correspondencia tiene un protagonista indiscutible: el lino. Así lo explica: “mi familia materna procede de Galicia y en casa tenemos muchas telas en lino creadas por mi bisabuela. El lino es crucial en la cultura gallega: se cultivaba en los campos y tejerlo era una profesión de mujeres. Con él se confeccionaban sobre todo sábanas y toallas. Tratar y tejer el lino es una costumbre que se perdió totalmente, se está recuperando ahora”.
Seguir el rastro de estas nociones que han brotado en los márgenes del conocimiento académico implica aventurarse en las genealogías femeninas, en esas crónicas de la rutina doméstica que durante tanto tiempo fueron ignoradas por la historia oficial. “No pude conocer a muchas de las mujeres de mi familia, porque murieron antes de que yo naciera o eran muy mayores, pero me interesa mucho poder acercarme a los testimonios de las demás. Estas ideas tan ligados tradicionalmente a lo femenino, como los cuidados, durante mucho tiempo no se han valorado como deberían”, reflexiona Paula Ramos.
Geranio a geranio, Botàniques de l’àvia va integrando un inventario que se conjuga en plural. “Trabajo en el mundo de la fotografía y me parece fundamental el revival que está protagonizando últimamente el mundo del archivo, porque es una forma, por una parte, de no generar más basura digital, pero también de cuidar la memoria. En cuanto a este proyecto, me parece precioso que sea participativo, que hayamos interiorizado que en el arte no solo es observar una obra que alguien ha creado, sino que formamos parte de ella y que se puede desarrollar entre todos algo conjunto y colaborativo”, explica al respecto Paula Ramos. “A través de nuestra relación con las plantas estamos construyendo un archivo que nos revela antropológicamente muchas otras cosas sobre las relaciones familiares y sociales. Creo que eso es muy valioso tanto para pensarnos en el ahora, en el pasado y en el futuro, pero también en lo íntimo. Lo estrictamente personal, puede convertirse en universal”, sostiene Teresa Juan.
Hablar de raíces y tallos implica aparcar por un ratito la hipervelocidad que domina nuestras agendas y nos hace cabalgar de una semana a otra sin solución de continuidad. “Estamos un poco hartos de la velocidad de todo y los tiestos nos permiten volver a procesos más lentos y calmados”, apunta Ramos. En este sentido, Juan expone que “nuestro tiempo tecnológico vive en la inmediatez, carece de las latencias y lentitudes de las plantas. Desechar la velocidad que nos impone la vida contemporánea, aunque sea de un modo muy casero, nos conecta con esos ritmos. Si esto nos lleva a reflexionar sobre el planeta de una forma más comprometida, maravilloso”.
Macetas y adolescencia, un combo inesperado
Carmen Prieto es profesora de Secundaria y ha participado en varios proyectos que tratan de llevar el mundo vegetal a su centro educativo, incorporando plantas al aula e intentando crear pequeños jardines en el recinto escolar. “Los alumnos pasan mucho tiempo en las aulas, un espacio que puede resultar inhóspito y poder incorporar algunas macetas ayuda a mejorar las sensaciones. Ahora son ellos los que piden regarlas, cuidarlas…”, explica. Por ello no dudó en zambullirse en este registro herbáceo. Su carta no habla tanto de pétalos y hojas como de los recursos hídricos que alimentaban a esos vegetales. “El agua que servía para regar el jardín de mi abuela venía de un pozo cercano y ella, para que no nos acercáramos, se inventó a una bruja que vivía allí. Ese personaje se quedó muy interiorizado en mí”, explica Prieto.
Pero en esta exploración por los meandros del verde, Prieto no ha estado sola, sino que ha llevado consigo a su alumnado: “me parecía muy interesante trabajar los temas de Botàniques de l’àvia en clase porque muchos de mis estudiantes que no tienen relación directa con la naturaleza, muy pocos salen de la ciudad el fin de semana. Algunos de mis estudiantes han llegado aquí hace poco o sus padres son originarios de otros países y al compartir los saberes sobre las plantas que forman parte de su familia, nos damos cuenta de que los conocimientos de unos y otros no son tan diferentes entre sí. Hablan de las semillas que trajeron consigo en el proceso migratorio y que ahora tienen en casa, de los vegetales que cultivaban sus abuelos o de los árboles de los que tradicionalmente se sacaba jugo para beber”.
Para estos jóvenes, investigar sobre los tiestos que conforman su ADN familiar y comentar a sus compañeros los hallazgos realizados “ayuda a crear una mayor afinidad y comprensión porque encuentran puntos en común a través de recuerdos y hábitos, es un modo de descubrirse los unos a los otros y darse cuenta de que son muy parecidos”. Pero también, explica la docente, constituye una forma de conexión íntima “consigo mismos y con sus parientes y su trayectoria. La adolescencia es una etapa compleja y a través de estas historias están suscitando vínculos diferentes con su propio árbol genealógico”.
Por otra parte, en el marco de Botàniques de l’àvia y como aperitivo de los encuentros que comenzarán esta primavera, ya se han ejecutado actividades como el taller de tintes naturales que impartió Laura Cardona en el CCCC: “empecé a investigar con tintes naturales para colorear telas porque tengo una marca artesanal de bolsos, Sembra, y quería lograr que fuera lo más sostenible posible. Decidí probar a crear una gama cromática con residuos de la alimentación que todos tenemos en casa, como piel de cebolla, cáscara de nuez… Luego pasé a trabajar con la flora autóctona para buscar otros colores. Me interesan especialmente los productos que puedo tener a mano, que no son difíciles de conseguir y que, además, implica aprovechar materiales que de otra manera acabarían en la basura. Por ejemplo, me encanta trabajar con huesos de aguacate”.
Una jardinera a reventar de claveles, un aloe vera multiusos, la hierbabuena de mamá, una monstera estilosa, una aspidistra selvática… Para la arriba firmante, hablar de fotosíntesis y memoria implica nombrar esa clivia proveniente de la Ribera Baixa que lleva cuatro generaciones en la familia y cuyos esquejes vehiculan nuestros afectos. Os toca jugar: en vuestro caso, ¿qué rincón botánico es sinónimo de hogar? Raíces, sustrato, regadera… ¡acción!