Podemos, un partido que nació en la calle con la intención de ser la voz de los ciudadanos, se enfrenta dividido a su segundo congreso en Vistalegre. Su principal reto: superar el desencanto y demostrar que los principios fundacionales siguen vivos
VALENCIA.- Enero de 2014. Rubén Cervantes conduce su Seat León por la avenida Blasco Ibáñez. Acaba de recoger a Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez y Miguel Urbán en la estación del AVE Joaquín Sorolla. Los lleva a la sala que él mismo, promotor de Podemos en Valencia, ha reservado para que se celebre el primer acto del nonato partido. Este lugar no es otro que un espacio de marcado acento valenciano: la sala Joan Fuster, situada en la planta baja de la facultad de Geografía e Historia, germen de todo movimiento estudiantil que se precie. Unas paredes donde, quién sabe si en un futuro no muy lejano, pudiera hablarse del lugar donde empezaron a marcar la política española.
Salvo Rodríguez, el resto son madrileños —aunque Rubén lleva viviendo en Puerto de Sagunto más de once años porque la flecha del caprichoso Cupido así lo quiso— y juntos han compartido tanto escenarios como sueños. Han luchado por las mismas cosas: marchas antiglobalización, manifestaciones contra la Ley Orgánica de las Universidades (LOU) que el PP aprobó en diciembre de 2001 o contra el Informe Bricall —la enésima reforma educativa— dos años antes. Pero nunca con tanta ilusión como les consiguió imprimir el 15M.
Rubén recuerda hoy aquella época de la que, dice, «el partido sólo conserva la neolengua que le hizo diferenciarse del resto de formaciones. Pero ahora está centrado en batallas que a nadie le interesan». A tan sólo unos días de que se celebre el Vistalegre II —del 10 al 12 de febrero—, los morados se encuentran divididos en dos facciones a nivel estatal por sus diferentes maneras de entender el proyecto político. El enfrentamiento está personificado en la figura del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y su número dos, Íñigo Errejón, que libran un pulso con dos grandes proyectos que no sólo guardan disensiones políticas, sino también orgánicas que buscan redefinir Podemos.
Mientras el líder nacional quiere la confluencia estatal de Unidos Podemos y centrarse en el sorpasso al PSOE, el secretario político y portavoz en el Congreso apuesta por un discurso más transversal, en tender más la mano a los socialistas. Una disputa ideológica que cuenta con su particular duelo por cómo construir el partido. Si Errejón defiende una dirección coral y una mayor descentralización de las varas de mando —unas líneas maestras compartidas con los Anticapitalistas, la tercera y reciente corriente en Podemos—, Iglesias, pese a que se ha mostrado a favor de algunas directrices que circulan en esta dirección, apuesta por un modelo mucho más tímido. Tanto, que el sistema de votación que su equipo planteó para llevar a cabo en la Asamblea Ciudadana Estatal no permitía separar el nombre de los candidatos del proyecto político —las conocidas como listas plancha—. Con un apoyo del 41,5%, Iglesias se impuso a Errejón en este primer desafío previo al congreso.
Estas diferencias también corren por las venas de Podemos en las comunidades autónomas, aunque dicho traslado a veces esté sujeto a matices. En lo que coinciden todas es en una federalización efectiva, prometida por todas las facciones, que no venga dictada por Madrid. Y un ejemplo de ello es la Comunitat Valenciana. Pese a que la formación se encuentra dividida entre errejonistas, pablistas y anticapitalistas, todos encuentran un nexo en común para enmendar los documentos nacionales: la descentralización. Es decir, volver a las esencias del 15M, la fuente de rabia de la cual bebió Podemos para nacer.
Como si fuera una roca, la erosión social provocada por la combinación fatal de crisis económica y corrupción política desgasta el sistema político español. Un clamor gestado antes incluso de 2010, cuando el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero acató las recetas de Bruselas. El detonante que enciende la llama de una sociedad hecha fósforo fue la Primavera Árabe, cuando un joven se inmola por problemas económicos en Túnez. Un suicidio con réplicas al otro lado del Mediterráneo.
Como ocurre en el terremoto árabe, las redes sociales y las plataformas web canalizan la desafección política de gente como Rubén, mecánico frigorista en aquel momento en paro. La frustración de «vivir peor que sus padres» fabrica un movimiento apartidista que pide la extinción del bipartidismo, una democracia más participativa. Al grito de «¡no nos representan!», los indignados salen a las calles, a las plazas. Es así como empieza la avanzadilla del 15M, formada «en su parte hegemónica por una juventud universitaria, titulada, muy formada, pero a la que también le acompaña un sustrato de activistas de los movimientos sociales, de los restos de la derrota de la clase obrera», apunta Rubén. Otros jóvenes como él también se asientan en la plaza del Ayuntamiento de Puerto de Sagunto el 20 de mayo. Guzmán C. H. y Juan Bordera —a día de hoy son amigos inseparables, incluso, se llaman uno al otro «camaradas»— hacen lo propio cuatro días antes, en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. La llama se propaga sin visos de extinción: las acampadas terminan ocupando las plazas de más de cincuenta municipios de toda España.
El movimiento —horizontal, sin líder ni jerarquías— se coordina a través de asambleas y comisiones donde se debate sobre vivienda, inmigración, ley electoral y un infinito etcétera. Y de ellas surge un decálogo de propuestas. Los ‘presidentes’ de las mesas son rotatorios; la gente ajena se acerca a darles comida y mantas, y el sueño de asaltar las instituciones, de hacer realidad su consigna —«somos los de abajo y vamos a por los de arriba»—, impregna todos los carteles y rincones de la ciudad. Javier Terrádez, realizador en paro y asentado en la plaza, define como «inevitable» que el movimiento de los indignados terminase, aunque de manera espontánea, consolidándose.
Como si se tratara de una pastilla efervescente y como indican las leyes de la física, todo lo que sube, baja. Y así, después de casi tres años a la intemperie «la gente comienza a cansarse y el movimiento se va disipando», relata Juan. Durante ese impasse, la fiebre por la política se dispara, bulle. Aunque las cifras no demuestran un incremento en la demanda de la carrera de politólogo, sí existe una búsqueda de opinión y análisis de estos expertos para poder entender la crisis económica, sus causas políticas y el cambio de paradigma que supone el 15M. «La sociedad muestra un mayor interés por la política porque juzga que los políticos no han dado una respuesta satisfactoria a la crisis y busca a un colectivo que está en disposición de ofrecer explicaciones rigurosas, que aporte evidencias y perspectiva comparada como hacen los politólogos», asegura la doctora en Ciencia Política y profesora en la Universitat de València, Astrid Barrio.
Sin ir más lejos, Pablo Simón, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra, llegó a predecir en 2012 que de aquel movimiento de indignados nacería un partido como Podemos. ¿Los motivos? La historia viene señalando que cuando existe una fractura estructural y material entre generaciones, el grupo perjudicado busca canalizar sus intereses de alguna manera. No se equivocó.
Germán Gil Sanjuán, exsecretario general de Podemos en Alfafar hasta el pasado noviembre, atribuye el nacimiento del partido del que hasta hace poco formó parte a la brecha que abre el 15M. «Podemos aprovecha esa ventana que abre el movimiento, en la que se señala a los políticos y banqueros como los sujetos que no quieren construir una sociedad para todos y lo toma como discurso propio». Un planteamiento compartido con otros exmorados como Rubén, promotor, además, de Podemos Castellón y fundador de más de seis círculos en las distintas provincias: «El 15M cuando se disuelve busca una representación. Entré en Podemos porque vi, de la misma manera que los hipotecados y otros colectivos, una oportunidad».
De manera totalmente equidistante, Juan, Javier y Guzmán prefieren mantenerse al margen. No entrar a formar parte de ningún partido político. A Guzmán porque no le «seduce la ambigüedad» que Podemos plantea con algunos aspectos en los que para él es indispensable posicionarse. Para Javier es más sencillo: no quiere perder la libertad de movilizarse en la calle que, probablemente, quede más encorsetada en una institución. Juan, sin embargo, recuerda y asocia el 15M con una de las experiencias «más bonitas y a la vez más frustrantes» de su vida. «Me habría gustado que hubiese llegado a más», confiesa.
Tras un movimiento para agitar las primarias de Izquierda Unida, nace Podemos. Y lo que es una formación que recoge la indignación de la calle, pero que se basa en el hiperliderazgo del tertuliano Iglesias, rompe los esquemas. En las elecciones europeas —en ellas Rubén se convierte en responsable de los morados en la junta electoral de Valencia— el recién nacido Podemos se hace con cinco escaños en Estrasburgo. Se abre paso con un 7,96% de los votos de España; suma 1,2 millones de apoyos. Y todo gracias a un mensaje de crítica a la vieja política —a la que denomina «casta»— y al bipartidismo (PP-PSOE).
Con esa inyección de endorfinas se preparan para el siguiente round, las elecciones generales de 2015. «El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto», decía el líder de la formación morada y profesor de Ciencias Políticas Pablo Iglesias, en el Palacio de Vistalegre durante el primer congreso del partido.
Y el principio fue, para gente como Rubén y Germán, el inicio del fin. «Ahí comenzó a torcerse todo. Podemos empezó a entenderse como un fin y no como un medio. Cuando se centró sólo en ganar, ganar y ganar se empezó a olvidar de por qué estamos aquí», señala el primero. El hiperliderazgo de Iglesias, que ya había copado con su cara las papeletas a las elecciones europeas, sigue tomando fuerza e invisibiliza a «muchos que trabajábamos desde las bases. Y eso no representa el espíritu del 15M», añade el segundo.
La forma de organizarse de la primera Asamblea Estatal ya visibilizó dos almas internas en la formación. La horizontalidad y falta de jerarquías que caracterizaba al 15M parece no haber hallado hueco en Podemos. Al contrario. Los sistemas plancha que en su día criticó Pablo Echenique —actual secretario de Organización— y que ahora defiende, lo impiden. Precisamente este método que volverá a repetirse en Vistalegre II fue lo que hizo que Rubén abandonara el partido. Y también Germán, que aunque continúa en la formación cuando se organiza la primera asamblea estatal, vive un punto de inflexión en su relación con Podemos. «Me desencantan las primarias en las que se dice que es el partido de la gente, pero aprovechan la maquinaria para ganar y buscar estrellas». Y es que, aunque hayan pasado dos años de aquel primer congreso nacional y las fichas en el tablero hayan cambiado, no lo han hecho tanto los nombres de los dirigentes —aunque sí sus alianzas—.
A este modus operandi que le distancian no sólo del electorado, sino que van sembrando la semilla del desencanto en el jardín interno de la formación, se suman otros platos que a algunos exintegrantes de Podemos les cuestan digerir y que podrían volver a cocinarse en el segundo Vistalegre. Uno de ellos es el extremo poder del secretario general del partido. Si en 2014 ganó la alternativa de Iglesias frente a la de Teresa Rodríguez —Sumando Podemos—, que proponía un sistema más proporcional con una secretaría coral como la que ahora proponen los críticos con el secretario general de Podemos en la Comunitat Valenciana, Antonio Montiel, en esta ocasión podría volver a ganar la opción que defiende Iglesias. A pesar de todo, el sector errejonista en Valencia ha hecho hincapié en acabar con las dinámicas verticales y abogar por un partido más descentralizado.
El partido está fracturado entre quienes quieren «mayor centralización y verticalidad y los que quieren más participación y horizontalidad que, por otra parte, es un modelo que tiende a ser menos eficiente», asegura Astrid Barrio. «El secretario general tiene todo el poder en Podemos» indica Rubén. Una fórmula que iba dirigida a cohesionar un partido recién fundado que tenía como reto fundamental pasar «de sujeto social a sujeto político, pero con ello han restado todas las competencias que los círculos pudieran tener. ¿Para qué existen entonces? Volvemos al protagonismo excesivo de una figura que en el 15M ni entendía ni existía», indica Germán Gil, que también participó en las acampadas de las plazas durante dos años. Para su compañero Rubén, los círculos han perdido toda la autonomía de la que gozaron en apenas dos años.
Una concentración de poder en los secretarios generales que hace apenas unos meses permitió a Montiel destituir a la secretaria de Organización, Sandra Mínguez. Una polémica que fue, si cabe, más sonora no tanto por lo inesperada —que también—, sino por el método: debido a «un error informático», la propia Mínguez se enteró por la red social Telegram de su cese. El caso levantó tantas ampollas en el seno del partido en la Comunitat como lo hizo la destitución del portavoz de Asamblea Madrid, José Manuel López, cuando Ramón Espinar ganó las primarias a secretario general de Podemos en la Comunidad de Madrid. Una decisión con olor a «vieja política» —en palabras del propio López, del núcleo errejonista— que traspasó las fronteras de la M-40. Incluso la portavoz adjunta del partido en Les Corts, Fabiola Meco, desaprobó aquella decisión abiertamente. «Me entristece esto. Es un error político. No hemos venido a esto. Yo no vine a esto. No es el camino para construir dentro y mucho menos aún para seducir fuera», escribía en su muro de Facebook la diputada autonómica después de calificar esta destitución de «incomprensible».
«Tampoco la nueva política ha sabido huir de enchufismos ni del nepotismo. La disolución de la Comisión de Garantías en la Comunitat después de que emitiera un dictamen desfavorable al proceso de contratación de personal llevado a cabo por el Consejo de Coordinación del partido lo demuestra. Ese gesto es la antítesis del 15M», remata Germán.
Si el grito de guerra del 15M fue «no nos representan», Podemos podría haber fallado también en esta tarea que muchos le encomendaron. Las listas plancha, el excesivo peso y poder del secretario general, las luchas por el quién con su juego de destituciones o las prácticas con aroma a vieja política han generado desafección en un partido que presume de asambleario, pero donde muchas voces piden mayor democracia interna.
Como cuando dos personas inician una relación, en Podemos hubo ilusión en su gestación. Por conocer al otro, por seguir sintiendo ese cosquilleo en el estómago por algo o alguien que está cambiando tu vida y de la que esperas muchas cosas. Una persona —en este caso un partido— idealizado por las ganas del cambio que inyectó el 15M de renovar el sistema. Pero dicen que los sueños cambian, que nada es para siempre y que algunas relaciones tienen fecha de caducidad desde que prácticamente comienzan.
Ambas partes descubren cosas que no comparten cuando se conocen mejor y en un punto de inflexión, una de las partes toma una decisión. Para Rubén fue después de la organización del primer Vistalegre, para Germán tras la consulta de los documentos preparatorios para el segundo. Juan, Javier y Guzmán no tuvieron que fijar fecha porque nunca decidieron entrar. Y es que ninguna relación es idílica, y a la que así se califique, la realidad le hará consciente en algún momento de que vivió bajo las consignas de la utopía. Como tratar de asaltar los cielos.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 28 de la revista Plaza