Natalio fue el bisabuelo, Fabio su abuelo, también fue Fabio su padre… y también Fabio es él. Son los Regolf, una saga de cuatro ramas que extiende la librería de viajes y mapas desde 1881
VALÈNCIA. En 1881, el señor Natalio Regolf, después de jubilarse como secretario del ayuntamiento de València, decidió extender sus conocimientos, sacar partido de sus contactos, hasta una papelería e imprenta de la calle la Paz. Llevaban impresos para toda España, servicios de papelería a ministerios. La burocracia en papel. Qué iba a imaginar Natalio que, prácticamente a unos pasos de allí, aunque solo unos 139 años después, Regolf seguiría siendo un colmado de papeles, repletos de coordenadas con las que cruzar caminos desconocidos. Pero es más, Natalio, es que uno de tus bisnietos está aquí, al otro lado del mostrador mientras un globo terráqueo amenaza con girar como un derviche, explicando cómo demonios los Regolf han logrado atravesar los siglos.
El bisnieto se llama Fabio, Fabio Regolf. Como su abuelo. Como su padre. Como ellos, conserva la misma librería. Como ellos, ha consagrado su vida a algo más que un pequeño negocio. Una manera de guiar sus pasos sabiendo que la senda es la adecuada. Pero no avancemos.
Natalio, junto a su equipo, imprimen e imprimen. La leve inclinación centralista comienza a hacer innecesarios los formularios que allí se dispensan. Los servicios de papelería para los ministerios ya solo dependen de Madrid. Desde el número 22 de calle del Mar, su lugar más emblemático, una patria del viaje, comienzan a venderse mapas topográficos y militares. Fabio abuelo y Fabio padre reciben a aventureros intrépidos. Acuden a la Regolf como quien visita la capilla para pedir alguna imposición divina. Serán estas cartografías las que influyan en su suerte. Guías de viaje, de montaña, de escalada, de bicicleta, de esquí, amplios lineales de literatura de aventuras. La librería que mejor ha encarnado en la ciutat la necesidad de ir al lío, de explorar más allá de lo obvio.
Quizá el secreto de los Regolf es que todo ha sido para consumo propio. Los 3 Fabios han hecho de la montaña, el ciclismo o la moto -en el caso del bisnieto- entornos y medios por los que abrirse paso. “Un buen mapa siempre te responde, son resistentes, no pierden la cobertura”, explica el último de los Fabio. Recuerda cómo su padre se adentraba entre montículos de cartografía sabiéndose cada sierra, cada valle, cada cabo.
El 22 de calle del Mar crujía. Con 18 años un profesor me mandó allí a por un mapa y en lugar de un mapa encontré el reverso de un mundo en escala 1:1. Tan añejo que parecía que hubiera que escalarlo para entenderlo.
Regolf ya no está allí, aunque se conserva su cartel, uno de los mejores frontispicios de València. Un rótulo de Se Alquila en la frente. Hace cosa de cinco años la presión inmobiliaria les apartó de su geolocalización centenaria. Justo el cierre de la Librería Valdeska, en la acera de enfrente, hizo posible que Regolf se recolocara y solo tuviera que moverse al número 47. Quizá una de las últimas ocasiones urbanas en la que una librería sucede a otra librería. Con el nuevo espacio, los lineales se ensancharon, el tiempo de permanencia se prolongó y Fabio, bisnieto, tuvo más espacio para ser un sherpa guiando entre libros.
Siguieron, sí, llegando los buscadores de Montañas valencianas, el éxito descatalogado y mayúsculo de Rafael Cebrián. Siguieron entrando aventureros buscando curar su mal de altura con Annapurna, primer ochomil. Y Fabio continuó emocionándose de tanto en tanto al ojear Los viajes de Júpiter, el libro de culto motero para una vida en la carretera.
Cuando nació George Leigh Mallory -quizá el primer hombre en subir al Everest, o quizá no; seguro sí una inmensa figura de la exploración- la Regolf ya llevaba cinco años abierta. Natalio Regolf no podía deducir que, casi siglo y medio más tarde, su vecindario sustituiría los mapas por sistemas de navegación por satélite. O que ya apenas comprarían libros, creyendo que el conocimiento flota solo.
Frente a Fabio, rodeado de guías y mapas, convenimos que, por esta vez, será mejor no hablar del futuro; será mejor no adivinar qué hay detrás de este acantilado por cartografiar. La aventura, ahora, 139 años después, se hace a ciegas.
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