VALÈNCIA. La reciente crisis económica nos ha dejado múltiples creaciones, sobre todo en el campo de la literatura y el cine, que muestran el verdadero y profundo cambio, personal y de valores, que ha transformado nuestra sociedad. Como siempre, se produce de arriba abajo: la miseria moral de los estamentos financiero y político contamina, poco a poco, uno tras otro, a cada uno de los cuerpos sociales hasta que la metamorfosis es completa y se ha instalado en la ciudadanía esa ambigüedad inadmisible de principios como lealtad, integridad o justicia.
Ni el protagonista de Reikiavik ni la mayoría de los personajes de la novela manejan planteamientos tan elevados. La mayoría se conforman con sobrevivir en escenarios poco alentadores: una prisión en Sicilia, los locales de la mafia en Barcelona y un complejo tecnológico en Islandia. Sebastiá maneja los cambios de ambiente y los saltos temporales con maestría y deja al lector el trabajo de hilvanar medios y tramas hasta dar sentido a la historia.
El autor castellonense, dotado de un gran sentido del humor, parece jugar así con sus lectores. Y no sólo. También al elegir como casi el único personaje de la novela con valores humanos al rottweiler de color negro que acompaña al protagonista, Hannu, mientras éste ajusticia mafiosos y policías corruptos. No hay tiempo de pensar en los porqués de sus acciones, aunque éstas vienen precedidas de citas bíblicas que, de alguna forma, las justifican y reflejan también la lucha del sicario consigo mismo.
La pelea moral es, sin duda, el centro de Reikiavik. La trama que se desarrolla en Islandia lo refleja aún mejor, al fabular con experimentos en los que se traspasan todas las líneas y en los que se tienen en cuenta, por encima de todo, los intereses de un capital de origen más que dudoso. Sebastiá es honesto, porque ha declarado que el desarrollo tecnológico no debe supeditarse a nada; ni a la economía, ni a la moralidad, ya que a través de él llegaremos a ser lo que, como especie, debemos ser.
La dualidad es visible desde el principio. Reino de Cordelia, que edita sólo unos pocos y escogidos libros cada año, ha elegido una doble portada muy elocuente. En la sobrecubierta, una imagen de los protagonistas según la interpretación del gran ilustrador Raúl Arias y debajo un revolver sobre el mapa de Islandia. Reikiavik es, sin duda, la obra de madurez de Pablo Sebastiá, que ha publicado thrillers de acción como La Agenda Bermeta o El Último Proyecto del Doctor Broch y ha jugado con la sátira política en La Sonrisa de las Iguanas.
En esta ocasión, nos sirve un thriller tecnológico en el que se aventura con experimentos, como la teletransportación, que se están ya ensayando y serán una realidad en unas pocas décadas. El libro evidencia una ardua labor de documentación por parte de Sebastiá y, desde luego, más que ciencia ficción sería apropiado etiquetarlo como ciencia avanzada. Aunque también como thriller social, con un retrato de una Barcelona corrupta que no sale muy favorecida y los densos tentáculos de la delincuencia de la droga, el juego, la prostitución y el comercio de seres humanos.
Ambos planteamientos sirven a un mismo fin y esta es la grandeza de Reikiavik: el conflicto moral en el que se debate un Hannu sin sentimientos, que no es, en modo alguno, un personaje malvado, sino alguien que no distingue el bien y el mal. Su un único valor es el de la lealtad, ensayado y aprendido con su alter ego, el perro que siempre le acompaña y que también le mostrará lo que en él hay de persona.
Al final, a Pablo Sebastiá le ha salido un libro redondo. Sorprendente de principio a fin, de lectura apasionante y asombroso, tanto en los planteamientos, como en el desarrollo y, sobre todo, en el desenlace. Una historia con vocación cinematográfica y que no nos importaría en absoluto, que se convirtiera en el primero de una serie con la que seguir obteniendo respuestas.
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