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Viajamos a

Agra, la ciudad del Taj Mahal

La ciudad alberga una de las siete maravillas del mundo moderno, el Taj Mahal, un monumento que merece la pena verlo, al menos, una vez en la vida

  • El Taj Mahal al atardecer
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De algún modo, el Taj Mahal siempre me ha atraído. De niña lo conocí a través de los ojos de Aladdín, que desde su casa contemplaba aquel palacio de Ágrabah donde vivía el sultán. Años más tarde, descubrí que aquel palacio de ficción se inspiraba en el Taj Mahal, el mismo monumento que aparecía en las portadas de las revistas de viajes que compraba mi tía. Curiosamente, fue declarado Patrimonio de la Humanidad el mismo año en que yo nací. Después lo incluyeron entre las siete maravillas del mundo moderno, pero, incluso antes de saberlo, ya ejercía sobre mí una fascinación difícil de explicar. Y, en consecuencia, también la ciudad en la que se ubica, Agra, a la que llego en tren. El viaje desde Delhi ha durado tres horas más de lo previsto, ralentizado por la niebla, aunque tras varios días en la India empiezo a considerarlo normal.

A la salida de la estación, varios conductores de rickshaw se ofrecen a llevarme. El azar me hace escoger a un hombre de mediana edad que, a diferencia del resto, se acerca sin avasallar. Conduce con calma, una rareza en un sector que avanza al ritmo del claxon y se cuela por huecos imposibles. Se llama Munna y se ofrece a ser mi guía en Agra. Para ganarse mi confianza me muestra una libreta repleta de dedicatorias de viajeros de todo el mundo. Finalmente acepto.  Será mi guía en Agra.

  • El pequeño Taj Mahal -

En el hotel, el joven de recepción insiste en mostrarme las instalaciones y acompañarme hasta la terraza. Allí me quedo petrificada al ver la silueta del Taj Mahal asomando entre los tejados de las casas bajas. Me siento como Aladdín observando, desde su rincón, un lugar intocable, lejano, casi imposible. La niebla desdibuja su contorno, pero aun así me parece hermoso. Ojalá mañana amanezca más despejado.

Hasta entonces conoceré otros atractivos de Agra. La primera parada es el Mausoleo de Itmad-ud-Daulah, también llamado Pequeño Taj. Como su hermano mayor, se sitúa a orillas del río Yamuna, uno de los siete ríos sagrados de la India y el segundo más importante después del Ganges. Al llegar, me llama la atención la gran puerta roja y, al cruzarla, el mausoleo aparece enmarcado por sus cuatro torres hexagonales de trece metros que se elevan hacia el cielo. El uso de la arenisca roja y el mármol revela la transición entre la arquitectura mogola primitiva y la moderna.  De cerca, me asombra la delicadeza del monumento: incrustaciones de piedras semipreciosas, celosías talladas como encaje y un silencio que recuerda que este mausoleo fue construido por amor y gratitud. Lo encargó Nur Jahan, esposa del emperador Jahangir, en memoria de su padre, Itimâd-ud-Daulâ (‘pilar del Estado’). Tras la visita, regreso al alojamiento.

Un barrio de artesanos

Todavía es pronto, así que salgo a pasear por el barrio, llamado Taj Ganj. Me pierdo por sus callejuelas estrechas, donde la vida sucede en la calle: un hombre arregla unos zapatos, unas mujeres caminan con bolsas, las vacas —sagradas— se cruzan en mi camino, un mono salta entre los cables con una fruta robada, unos jóvenes charlan en un taller de motos y una niña vende huevos en la puerta de su casa. Unos golpes lejanos captan mi atención y me dirijo hasta el lugar desde donde los escucho. Es un taller. Allí, un artesano sostiene un cincel y golpea con precisión el mármol. Sobre la mesa descansan fragmentos de lapislázuli azul intenso, cornalina rojiza, nácar iridiscente y diminutos trozos de ónix. Cada piedra será tallada y encajada para formar patrones geométricos o florales siguiendo la técnica artesanal del Parchin Kari, que fue introducida por maestros persas e italianos y alcanzó su esplendor con el Taj Mahal. Desde entonces, este arte ha sobrevivido, especialmente aquí, donde muchos artesanos descienden de aquellos antiguos maestros mogoles.

  • Un hombre haciendo guirnaldas -

En otra calle, un joven está sentado en el suelo rodeado de flores de caléndula: la mayoría amarillas, pero también naranjas, rojas y blancas. Con paciencia elabora guirnaldas —llamadas mala—. En su gesto cotidiano se percibe la espiritualidad del país: estas flores sagradas se ofrecen a las deidades como acto de bhakti (devoción), para recibir a invitados distinguidos, honrar a maestros espirituales y lucir celebraciones.

Más adelante, unos niños juegan en la calle. Una mujer sale de su casa y me invita a entrar. Una niña me coge de la mano. «Namaste», dicen. Lo repito al entrar en el patio. Me enseñan un hueco junto al fuego y me quedo un rato con ellas. Se hacen selfis conmigo y llaman a alguien por teléfono para contarle la visita inesperada. Disimulo como puedo mi vergüenza. En su hospitalidad también late su espiritualidad: el huésped es considerado una manifestación de Dios (Atithi Devo Bhava). Me despido y salgo. Ya es de noche y ceno en un pequeño restaurante. Hace frío y en la calle aumentan las hogueras; personas y animales se reúnen alrededor del fuego mientras motos y rickshaws continúan su ir y venir.

  • Una joven vendiendo huevos -

Un sueño viajero

Aún es de madrugada cuando llego a las puertas del Taj Mahal. Nadie ha sabido decirme a qué hora exacta abren: todos repiten lo mismo, «treinta minutos antes del amanecer». ¿Qué hora es esa? Entre los nervios y la emoción, me planto allí a las cinco de la mañana. Quiero ser de las primeras, aunque sé que es casi imposible —el Taj Mahal recibe más de siete millones de turistas al año—. Milagrosamente lo consigo, quizá porque la neblina y el frío disuaden a muchos.

Con el paso de los minutos, la cola crece; la mayoría son visitantes locales. Un guardia nos indica que avancemos y, de pronto, todos echan a correr. Sigo al grupo, consciente de que jamás podré replicar las fotos que he visto cientos de veces. No importa: estoy cumpliendo un sueño. Camino hacia la entrada con la misma emoción que sentí recorriendo el cañón del Siq antes de ver el Tesoro de Petra en Jordania. Y, como aquel día, al asomarme a la puerta y contemplar por fin el Taj Mahal, me emociono. La gente se agolpa a mi alrededor, pero yo permanezco inmóvil, rendida ante su belleza.

La niebla matinal envuelve el monumento y el mármol blanco aparece suavizado por la bruma que se levanta del Yamuna, como si emergiera de ella. Al fondo del jardín —concebido como una representación del Paraíso— se alza sobre una plataforma de mármol que sostiene, en perfecta simetría, sus fachadas, cuatro minaretes y una cúpula principal en forma de bulbo rodeada de otras cuatro más pequeñas. Los minaretes se elevan hacia un cielo gris azulado que se funde con la neblina. No es la imagen perfecta y nítida que tenía memorizada, pero aun así me parece hermoso. Tan perfecto como la historia que lo originó: la devoción de Shah Jahan por su esposa Arjumand Banu —Mumtaz Mahal—, fallecida al dar a luz a su decimocuarto hijo. Tras un rato contemplándolo, saco la cámara y lo miro a través del objetivo.

 

  • El Taj Mahal con la bruma de la mañana -

A medida que avanzo por el jardín, la neblina se disipa y el mausoleo se refleja en el estanque. La luz crece y el mármol cobra vida, aún suspendido sobre los restos de bruma. Ya a sus pies me enamora todavía más: sobre el mármol traslúcido se esparcen miles de motivos florales e incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas. En su construcción trabajaron más de veinte mil personas y, aun así, se tardó veintidós años (1631–1648) en concluir esta joya arquitectónica que combina influencias islámicas, persas, indias y turcas.

Entro en el mausoleo, que alberga los cenotafios de Shah Jahan y Mumtaz, además de varias tumbas reales. De regreso, visito la gran mezquita, la casa de invitados y los jardines. Me siento en un banco y vuelvo a contemplar esta obra maestra. Al poco, la luz ha cambiado de tono. Deshago el trayecto y cruzo la puerta, consciente de lo difícil que será regresar algún día. Miro una última vez atrás y camino en dirección contraria a esa multitud que no quiso madrugar. De algún modo, les doy las gracias.

En un puesto callejero me refugio del frío y me caliento con un chai recién hecho que bebo en un vasito de barro. En un rato he quedado con Munna, así que me apresuro para estar puntual en el hotel. Nos dirigimos al Fuerte Rojo de Agra, que, al igual que el de Delhi, se alza como una gran muralla de arenisca —aunque aquí es doble—. Fue construido por el emperador mogol Akbar entre 1565 y 1573 y sirvió como residencia principal de los gobernantes de la dinastía hasta 1638, cuando la capital pasó de Agra a Delhi. Ocupa una superficie de 380.000 m², con patios amplios, salones de mármol y balcones desde los que los mogoles contemplaron el mundo. Y sí, también desde allí se puede ver el Taj Mahal a lo lejos.

  • El Fuerte de Agra -

La visita a la ciudad prosigue por el caótico bazar Kinari  y termina en los jardines Mehtab Bagh —los Jardines de la Luna—, situados en la orilla opuesta del Taj Mahal. Según cuenta la leyenda, el emperador Babur iba a construir aquí un Taj Mahal negro, pero no lo pudo hacer porque fue encarcelado por su hijo. Sea como fuere, es el mejor lugar para terminar la visita a Agra, con el Taj  Mahal frente a mí en un atardecer mágico, casi de ensueño.

Qué más hacer en Agra (India)

Visitar la tumba de Akbar en Sikandra. Situada a diez kilómetros de Agra, es uno de los complejos funerarios más impresionantes del periodo mogol. La mezcla de estilos de tradición musulmana, hindú y budista muestra el sincretismo de culturas que fomentó el reinado de Akbar. La tumba está rodeada de un enorme jardín poblado de antílopes, pavos reales y monos.

La mezquita de Jama Masjid. Cerca del Kinari Bazaar se sitúa esta mezquita, construida en 1648 por orden de Jahanara Begum, hija favorita del emperador Shah Jahan. La mezquita fue dedicada a su maestro espiritual, Mullah Shah, y en la actualidad se trata de una de las mezquitas más grandes y antiguas del periodo mogol.

Guía práctica de Agra 

Cómo llegar: Desde Delhi se puede acceder en tren. Lo más cómodo es coger el Gatimaan Express, que dura —con suerte— 1h 40 min. Moneda: La rupia india (INR). 1 rupia son 0,0097 euros. Consejo: Planea tu visita teniendo en cuenta que el Taj Mahal cierra los viernes. Además, compra por internet las entradas del mausoleo, es más fácil que en las taquillas. Web de interés: https://www.tajmahal.gov.in.

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 132 (diciembre 2025) de la revista Plaza

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