Revista Plaza Principal

Viajamos a

Bucarest, la pequeña París del Este

La capital de Rumanía es una ciudad de contrastes, de apariencia gris y decadente, pero que enamora por su personalidad y por una energía que la hace única

  • El Palacio CEC, en la Calea Victoriei
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En un mundo tan globalizado es complicado encontrar ciudades con personalidad, que no se dejen llevar por las modas actuales y que miren al futuro sin influencias externas y respetando su pasado. Ciudades en las que no haya restaurantes de postín, que perfectamente podrían estar en València o en Nueva York, y cuyo centro no esté plagado de tiendas más que conocidas. Quizá me estoy precipitando, pero tengo la impresión de que Bucarest tiene esa personalidad. En cuestión de unos metros he pasado de transitar por una vibrante avenida, con edificios comunistas y repleta de personas, a una tranquila calle empedrada con una belleza melancólica y un tanto decadente. Entre tiendas de alimentos y bloques de viviendas, un edificio abandonado soporta como puede el paso del tiempo. Su fachada está ennegrecida por la contaminación, pero aun así se entrevén relieves decorativos que recuerdan su pasado burgués. En los balcones crece la hierba, señal de que la naturaleza ha comenzado a reclamar su espacio, y sus ventanas están tapiadas, quizá desde hace más tiempo del que me puedo imaginar. Un esplendor que está ahí, esperando a ser embellecido de nuevo y que contemplo con cierta fascinación.

No es un edificio viejo sino la cicatriz de la historia de la capital de Rumanía y sobre todo su alma. Es el peso de los avatares que se han producido desde 1459, año en el que Vlad Țepeș (Vlad el Empalador) menciona oficialmente, y por primera vez, a Bucarest en un documento. Desde entonces ha sufrido distintas invasiones, incendios y terremotos. Ha pasado de la opulencia del XIX, y de crecer a imagen y semejanza de las ciudades europeas, a los estragos de las guerras mundiales y al comunismo de Nicolae Ceaușescu. No solo ha sobrevivido a todo, sino que le ha conferido ese eclecticismo que me sorprende desde el principio. Vale, quizá la primera impresión desconcierta y no tienes ese «wow» que producen otras ciudades, pero no hay que olvidar que hay amores que llegan por sus rarezas y su singularidad. Y esa mezcla de decadencia, comunismo, hípster y romanticismo que voy descubriendo me encanta.

  • Pasaje Macca-Vilacrosse -

Los vestigios de la pequeña parís

Durante mucho tiempo, Bucarest se apodó ‘La Pequeña París’ y no precisamente por capricho. A principios del siglo XX, la urbe vivió un auge cultural y arquitectónico que la convirtió en una joya europea, una mezcla ecléctica de Belle Époque, modernismo y resiliencia histórica. Incluso en sus calles, muchas familias de la élite hablaban francés. Han pasado muchos acontecimientos desde entonces, pero quedan algunos vestigios. El más evidente es el gran Arco del Triunfo, situado en una rotonda por la que circulan cientos de coches. Hoy se alza robusto y de piedra, como el parisino, pero inicialmente no fue así, pues el original se construyó en madera (1878) para celebrar la independencia rumana.

No es el único vestigio de aquella época. Si abres bien los ojos, te das cuenta de que esa esencia la conservan edificios de estilo modernista y neoclásico inspirados en el modelo Haussmann, el urbanista que rediseñó París bajo Napoleón III. Es cierto que las dificultades de las dos Guerras Mundiales, el terremoto de 1977 y el proyecto de renovación — o destrucción más bien— del presidente Ceausescu eclipsó esa etapa, pero aún se respiran aquellos aires parisinos en muchos lugares.

  • Esculturas de edificios. -

De hecho, la Calea Victoriei (avenida de la Victoria) no es solo la principal arteria de la ciudad, sino un  bulevar al más estilo parisino, flanqueado por palacetes y edificios de inspiración francesa, cafés con terrazas, boutiques y museos. Entre otros, está el Círculo Militar Nacional; el hotel Capsa, donde solían reunirse escritores, artistas y la aristocracia; el palacio Cantacuzino (actual museo George Enescu), o el Palacio CEC —sede del CEC Bank—, que, con su gran cúpula de vidrio y hierro, es uno de los ejemplos más representativos de la elegancia parisina aplicada a Bucarest.

Siguiendo la avenida se puede llegar al río Dâmbovița, pero yo decido acercarme hasta el casco antiguo. A medida que me aproximo al Centrul Vechi, la atmósfera va cambiando. Hay más modernidad, más bares con luces tenues que te invitan a sentarte y más algarabía —en la noche hay muchísima más—. La frescura de esa Bucarest del futuro se mezcla con la del pasado. En la cervería Caru’cu bere hago un alto en el camino. Con una decoración art nouveau, pruebo el mici y una cerveza del país, la Ursus.

  • Iglesia de Stavropoleos -

Al salir, una pequeña iglesia llama mi atención. Se trata de la iglesia de Stavropoleos, fundada a principios del siglo XVIII por monjes del monte Athos (Grecia). Al entrar, llego a un pequeño claustro. En sus paredes reposan lápidas y los pájaros aplacan el sonido de la calle. Me quedo aquí un buen rato, dejando mi mente en blanco y disfrutando de esa calma. El interior de la iglesia está decorado con frescos, iconos y un iconostasio tallado precioso. No me canso de decirlo: muchas veces, las apariencias engañan.

Caminando por esas calles me encuentro con la librería Carturesti Carusel, considerada una de las más hermosas del mundo. Suscribo esas palabras. Además de la foto de rigor, es un buen lugar para comprar un libro o tomarte algo en la cafetería del piso superior.

  • la librería Carturesti Carusel. -

El casco antiguo tiene numerosos callejones en los que perderse, pero el más concurrido es el pasaje Macca-Vilacrosse, una galería cubierta con techos decorados por vidrieras y repleta de garitos para tomar algo. Y sí, también con aires franceses. Un lugar perfecto para tomarme una copa y descansar un poco antes de irme a cenar y, quién sabe, tomarme otra en alguno de los bares que ya empiezan a estar concurridos. Por algo será que Bucarest proviene de Bucur, que significa alegría...

El pasado comunista de bucarest

Si ayer me centré en la Belle Époque, hoy toca conocer la Bucarest comunista. Me acerco hasta la plaza de la Revolución para volver a los envites del pasado: aquí, el pueblo rumano se enfrentó al régimen comunista, luchó por su libertad y derrocó al comunismo. Fue el 21 de diciembre de 1989 y, al día siguiente, Ceaușescu y su esposa Elena huyeron en helicóptero desde la azotea del edificio del Comité Central, en esta misma plaza. No les sirvió de mucho, porque al poco fueron capturados y, tras un juicio sumario, ejecutados. El Memorial del Renacimiento conmemora al pueblo rumano que perdió la vida durante la Revolución de 1989. Aquí también está el Palacio Real de Bucarest (alberga el Museo Nacional de Arte de Rumanía).

La figura de Ceaușescu llama mi atención, así que decido visitar la mansión de Ceaușescu (palacio Primaverii), donde vivió la familia. La visita es guiada, así que compro una entrada. Al acceder, me quedo sin palabras y, en cada estancia mi sorpresa va creciendo. Por así decirlo, es un pequeño Versalles —tiene 4.000 m2—, en el que cada espacio, mobiliario y decoración refleja la opulencia y extravagancia en la que vivió.

  • Palacio del Parlamento -

Ese pasado comunista se percibe en los edificios grises de hormigón del centro de la ciudad, pero sobre todo en el palacio del Parlamento, mandado construir por Nicolae Ceaușescu. Sus dimensiones reflejan la megalomanía del régimen comunista: 330.000 m2  de mármol y acero, con más de tres mil habitaciones repartidas en doce plantas en superficie y ocho debajo. Para hacerle espacio, además, fueron derrumbadas más de siete mil casas. Tales son sus dimensiones que se trata del segundo edificio administrativo más grande del mundo, solo superado por el Pentágono. Hoy alberga el Parlamento y el Museo Nacional de Arte Contemporáneo.

Aquí comienza —o termina— el bulevar de la Unificación, una especie de réplica de los Campos Elíseos, con árboles y edificios de estilo socialista. En él está la fuente Artesiana, que por la noche se ilumina y las familias se sientan en los bancos para disfrutar del espectáculo. En uno de ellos estoy yo, mojándome cuando el viento sopla. Lo agradezco. Regreso al casco antiguo, entre edificios soviéticos, neoclásicos y bares con las terrazas repletas de personas. Disfruto, una vez más, de toda esa mezcla. Definitivamente soy de rarezas, porque Bucarest, con su personalidad, me ha conquistado.

  • Fuentes de la plaza Unirii -

Qué más hacer en Bucarest 

El hotel de los espías. El Athenee Palace Hotel, ahora bajo el paraguas de la cadena Hilton, era el lugar usado por los espías para reunirse y guarecerse. Lo fue en las dos guerras y en los años del Telón de Acero, sin sospechar que casi todo el personal y los gerentes eran informadores del servicio de inteligencia rumano.

Las termas de bucarest. A unos quince kilómetros de Bucarest está uno de los balnearios y centros de bienestar más grandes de Europa.  Hay distintas entradas, pero la más habitual es la de 4,5 horas de duración, para la zona The Palm y la zona Galaxy, con toboganes y piscinas. Un lugar distinto para desconectar y relajarse.

Guía práctica de Bucarest

Cómo llegar: Wizz Air vuela directo a Bucarest desde Valencia y desde Castellón. Moneda: Leu rumano (RON). 1 RON equivale a 0,20 euros. Web de interés: casaceausescu.ro

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 127 (junio 2025) de la revista Plaza

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