Opinión

Revista Plaza Principal

La vida a cara o cruz

Capullos

Publicado: 16/06/2025 ·06:00
Actualizado: 16/06/2025 · 06:00
  • Ilustración para el artículo 'Capullo'
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Observo a la gente y disfruto de las diferencias. En un mundo hiperconectado, la diversidad es un valor. Me gustan poco quienes juzgan faltos de datos, circunstancias y opiniones. A veces soy yo quien lo hace, sin darme cuenta del daño que me ocasiono.

Como perro viejo agrupo a los conocidos según mis manías. He simplificado hasta quedarme solo con capullos y molones. Todo debe hacerse como a mí me gusta. Una obsesión que estoy seguro que beneficiaría a la humanidad.

En una fiesta de amigos siempre hay invitados que no conoces. Hace poco escuché una conversación entre dos de fachaleco y gominola hasta en las cejas: «Las mujeres siempre buscan a un hombre que las proteja, y eso es así», decían. Capullos de libro, pensé.

A los que fuman también los tengo como capullos, no por el daño que causan a su salud, porque quién soy yo para juzgar, cuando mi manjar favorito son las croquetas de torrezno rellenas de tocino, salpicadas de bacon crispy y guarnición de panceta. Pero es que los fumadores huelen mal, ellos y su entorno. Y, si son de puro, se les suma ese rictus de entendido, retrogusto bon vivant, que saborea humos en su paladar, poniendo la boca como ojete de botijo.

Y los del vino, otros que tal. En nombre de la tradición, el sabor, la experiencia social, el placer de degustar, o no sé el qué, acaban con suerte en somnolientos o, lo habitual, en euforia tocapelotas total. Tengo amigos a los que he visto pasar del chocoleche al vino y, ahora, ojean la carta mientras maridan sobre lugares y añadas, ¡porque esto es cultura! Me parto. Tengo uno, pobre como yo, al que le gustan los caldos y lo quiere demostrar. Lo tengo calado: ojea la carta y siempre pide el segundo más barato. Es un capullo, sí, pero cae bien.

También están los que durante la comida no se saben comportar. Los buenos modales reflejan educación y consideración. ¿Sabes de ese que mientras aún no has terminado tus lentejas ya anda pelando una naranja con el cuchillo que ha limpiado con miga de pan dejando las corfas en su plato? Otro capullo.

Este es mi listado capullero y que, insisto, si hiciéramos por erradicarlo, el mundo sería un mejor lugar: los que usan relojón de pulsera; los que a su pareja le llaman amor en público; los de la bandera de España; los que nunca apagan la luz; los que te golpean mientras te hablan; los que se admiran en cualquier reflejo; los que escuchan música a todo volumen; los predicadores de moralina conservadora; los que miran al tendido cuando les hablas; los patrioteros; los que dicen «yo ya te dije»; los que no tienen libros en casa; los del pelo sucio -—y no el de la cabeza—; los franquistas fachas y fascistas; los que huelen demasiado, sea bien o sea mal; los que comen haciendo ruido o sorbiendo; los que llevan uniforme; los de los abrazos energéticos; los de la mancha de café en la punta de la nariz; los homotranslesbófobos; los que ni hacen ni estiran la cama; los que conviven con animales de compañía; los que mastican chicle como un camello; los que chillan cuando hablan; los que no limpian y, peor, los que ensucian; los que utilizan paraguas; los que almacenan peines con cremosidad; los que me tratan de usted; los que me obligan a acelerar a su paso; los que les canta el aliento; los que no tienen sentido del humor; los de las religiones y sus dogmas... El entorno: familia, amigos, educación, cultura, aficiones... es lo que te hace diferente, y la manera de actuar lo que te convierte en un capullo.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 127 (junio 2025) de la revista Plaza

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