En Japón, en el año 1450, cuando una cerámica se rompía, decidían, a conciencia, no tirarla. En cambio, empezaron a aplicar lo que llaman la «reparación dorada», una técnica denominada en japonés kintsugi. La filosofía en la que se basa esta técnica defiende que las fracturas de la cerámica forman parte del propio objeto y que deben mostrarse para contar la historia de cada pieza. Tal era la importancia que le daban los japoneses a estas roturas accidentales que comenzaron a rociar las grietas con oro, plata o platino para hacer las fracturas más vistosas y crear así una obra de arte. Esta técnica, que tiene tanto que ver con lo plástico como con lo humano, es una de las que mejor podría definir la vida y carrera profesional de la cantante valenciana Ruki, el nombre con el que se conoce realmente a Marisa, una artista de los pies a la cabeza que según ella no ha hecho más que empezar «una y otra vez» para convertirse hoy en quien es y que, aunque parezca imposible, le ha llevado a ser toda una pionera: con dieciocho años se convirtió en la primera cantante española en debutar en Japón cantando pop japonés.
Una fría tarde de enero, Ruki acude al Buga Ramen del centro de València, todo un templo para japoneses y españoles que adoran la cultura del país. Vestida con su ropa normal y de espectáculo, y tras sus lentillas azules de caracol, Ruki se enfrenta al ejercicio de repasar su vida, desde sus inicios hasta el presente, para comprender cómo ha llegado a convertirse en una pieza única en el mundo de la música. Digamos que su trayectoria se podría comprender a través de las cinco fases de la técnica centenaria del kintsugi que comprenden: en primer lugar, la fractura del objeto —el accidente—; luego, la limpieza de las piezas, el ensamblaje —conocido como el armado—; más tarde, la espera que lleva a la reparación, y, finalmente, la revelación. A través de estas fases, todo lo roto vuelve a relucir, y lo que parecía un accidente se convierte en algo que emana belleza, convirtiendo lo que parece un error en una pieza más auténtica que cualquier otra. Hasta el momento, Ruki ha pasado por todas estas fases para ser realmente quien es, llegando a lo largo de los años a su objetivo —o revelación— actual, en el que aspira a que su música llegue desde València al mundo entero.

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- Marga Ferrer
El accidente: tocar el botón que no era
Cuando era pequeña, Ruki solía ver series de anime con su hermano mayor, como Slayers o Sailor Moon. Las veían dobladas al español porque, en ese momento, eso de la versión original no estaba tan de moda. Un día cualquiera, sin querer, Ruki tocó el botón del mando que ponía la versión original y ahí escuchó la canción que introduce la serie en japonés —también conocida como el opening— y se enamoró por completo de un idioma del que no entendía ni una palabra. En ese momento, cambió las canciones de La Oreja de Van Gogh por los openings de los animes que veía por las tardes: «Empecé a escuchar estas canciones en un idioma del que no entendía nada y me cautivó por completo; quería aprenderme las canciones, aunque aún no sabía cómo». La artista, que ya cantaba en japonés —de oídas— a todas horas, resguardada en la intimidad de su habitación, descubrió en internet la solución a su problema: el rōmaji, un sistema de escritura del japonés con el alfabeto latino. De esta forma, lo que sería un buenas tardes en japonés se podría leer como «kon’nichiwa» y no en símbolos inteligibles como «ん». «A través de este sistema empecé a aprenderme todas las canciones, incluso las de series que no veía. Poco a poco comencé a atreverme a pronunciar, aun sin saber si lo estaba haciendo bien, y ahí es cuando descubrí el mundo de la música japonesa».
Gracias al mundo que le abrió internet descubrió también a la cantante y actriz japonesa Haruko Momoi, a quien se acercó a través de sus trabajos como solista en la banda Under17, y a la que se aficionó porque también cantaba en varios openings. Se hizo fan de su blog y de sus redes sociales y, en su canal de YouTube comenzó a subir versiones de las canciones de Haruko, grabadas con su webcam interpretadas por ella misma en su habitación. La vida de esta joven cantante dio un giro de 180º cuando vio que la artista, desde su sello discográfico propio, lanzó un concurso enfocado a nuevos talentos musicales y una audición en Japón. ¿El premio? Grabar un disco bajo el sello Haruko Momoi. «Me hizo mucha ilusión la idea de apuntarme, solo motivada porque mi artista japonesa favorita pudiera, quizá, ver mi vídeo. Sabía que era muy improbable que ganara, porque no sabía hablar ni pronunciar japonés, pero decidí lanzarme a ello».
Con muy pocas esperanzas, pero mucha ilusión, Ruki presentó al concurso una versión de un tema propio de Haruko, una canción de la artista traducida al español y una canción del anime Haruhi Suzumiya. Tras un año sin noticia alguna de su candidatura, y entre más de cien mil concursantes —tanto japoneses como extranjeros—, se hizo el milagro: la valenciana estaba entre los cuatro finalistas, todos japoneses. «Me llegó un correo electrónico diciéndome que si podía ir a Japón pasaría a la siguiente fase, pero que si me era imposible pasarían mi puesto a otra persona que pudiera ir. Tenía que prepararme en tiempo récord y contarle a mis padres lo que hacía».

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‘Armarse’ de valor
Los padres de Ruki se enteraron de la pasión de su hija al saber que ganó la primera fase del concurso. Lo que sucedía en la habitación de la joven, aún menor de edad en este momento, se desplegó por toda la casa tras el anuncio de que tendría que ir hasta Tokio para pasar a la siguiente fase del concurso que, en aquel entonces, era muy improbable que ganara: «En este momento yo aún no sabía si mis padres me apoyaban o no, pero tuve mucha suerte de que se atrevieran a acompañarme. Por fortuna, ellos son muy viajeros y vieron la audición como una oportunidad única para visitar otro país y conocer la cultura japonesa… además de que no querían dejarme sola», explica la cantante, quien en ese momento vio el sueño de conocer a su ídolo más cerca que nunca: Haruko Momoi estaba solo a un par de vuelos de distancia.
Sin manejar mucho el inglés —y mucho menos el japonés—, se puso a estudiar «como una loca» para llegar y saber defenderse, mientras repasaba una y otra vez —en rōmaji, claro— la canción que iba a cantar: Wonder Momo-i, un tema original de la artista con el que podía demostrar la potencia de su registro vocal. «La canción va desde un sonido muy ‘mono’ hasta uno mucho más potente; quería enseñar esas dos facetas mientras me enfrentaba a un tema musical de lo más exigente». Armada de valor, y sin una webcam de por medio, Ruki se atrevió a cantar este tema para deslumbrar al jurado que, ante sus rivales japoneses, la acabaría eligiendo como ganadora. En este momento, la artista debe enfrentarse a un reto imprevisto: tendría que aprenderse dos canciones nuevas en un par de días, para poder grabar el disco debut con el que resultó premiada. «Para los japoneses era más fácil porque ya viven allí, pero en mi caso tenía que volver a España tras el concurso, por lo que solo teníamos dos o tres días para aprenderme las canciones nuevas y grabarlas», destaca la artista, quien ahora confiesa que ha llegado a dominar ese estudio por completo: «Para aprenderme una canción para grabarla, con un día tengo suficiente; si es para un concierto necesito una semana».

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- Marga Ferrer
La espera eterna
Aunque Ruki ganó el concurso en marzo de 2010, el disco no llegó hasta junio de ese mismo año; entre medias la cantante volvió a València, siendo casi la única conocedora —junto a sus padres— de su éxito lejos del país nipón. Cuando llegó mayo, Haruko Momoi anunció en su canal de streaming que Ruki ha sido la ganadora del concurso y ahí empezó a sonar su disco. «Los fans comenzaron a escuchar el tema y yo lo veía todo desde aquí. Hice vídeos en japonés presentándome y dando las gracias a quienes lo estaban escuchando», apunta la artista, que no pudo volver en los meses de después por una catástrofe natural: el gran tsunami y terremoto de Japón de 2011.
Mientras en Japón el mundo quedó paralizado, en España la cantante comenzó a ganar popularidad llegando a salir en varios diarios y algunos canales de televisión. Es a partir de ahí cuando su carrera empezó a fraguarse en España, mientras ella seguía con sus estudios: «Me empiezan a llamar para dar conciertos en España, pero a la vez mis padres pensaban que no iba a poder dedicarme a lo de cantar toda la vida, así que me pidieron que termine mis estudios. Por otra parte, mi mente está en Japón y en todo lo que estaba pasando».
La artista comenzó a ahorrar con un objetivo muy claro: volver al país que la vio nacer como cantante. Lo hizo vendiendo dibujos y manualidades en los Salones del Cómic a los que le invitaban, con lo que consiguió ahorrar lo suficiente para irse de forma independiente a Japón durante un año, tirando de sus ahorros. ¿El plan? Aprender japonés allí e intentar contactar con Haruko de nuevo para ver las posibilidades en la discográfica y poder relanzar su carrera allí junto a su público, aunque, para su sorpresa, la discográfica con la que había debutado ya había dejado de existir, lo que le llevó a un drástico cambio de planes: «Llegué allí y seguí con el plan de cantar, pero lo hacía en unas salas de conciertos privados en los que cada artista tiene veinte minutos para cantar. Yo misma tenía que llevar a mis seguidores para llenar la sala —lo que se llama norma en Japón, que aquí sería la anticipada— y conseguí llenar la sala un par de veces por semana durante varios meses».
Reparar las grietas entre España y Japón
Continuando su formación en japonés mientras cantaba en las salas de conciertos, sacó un disco junto al compositor musical Komietsu titulado Koi no Meikyu, que en español se traduce como «laberinto del amor», generando así el primer álbum autoproducido por ambos. Con este disco aprendió la experiencia de la autogestión y el coste económico de entrar en la industria musical de forma independiente. Aunque las voces en su cabeza —y su visado de artista— le decían que, sin una discográfica que la amparara, su trabajo no serviría para nada, no se detuvo. «Empecé a presentarme a audiciones para conseguir algo más profesional porque quería conseguir la visa —el permiso para quedarse en el país— de artista, pero en Japón emplearte como cantante extranjera es un riesgo, a no ser que seas Lady Gaga o alguien muy famoso que les vaya a revertir seguro».
Entre su búsqueda apareció una empresa —prefiere no mencionarla— que le ofrecía justo lo que buscaba: hacerle el visado para que pudiera seguir en Japón, grabar canciones de anime y una oferta que no podría rechazar, poner voz al tema del videojuego RPG bishojo card con la canción Granatha eternal. Todo parecían ventajas, y el éxito de la cantante hace que la Warner Music Japan posara su mirada sobre ella y se aliara con la agencia de talentos, ofreciéndole sacar un disco que conectara España y Japón llamado Japani Beats! RUKI vol.1, aunque Ruki lo grabó todo en su habitación desde España. «Me pasé un año grabando para ellos de forma telemática, porque al final no se extendió mi visado, pero confié en su palabra porque me prometieron volver a Japón para pagarme los royalties de mis temas. Llegamos a un acuerdo para volver a grabar a Japón, pero cuando llegué al aeropuerto dejaron de contestarme».
Viviendo una situación extrema de abandono laboral —y emocional—, Ruki recurrió a sus amigos y seguidores de Japón para poder hospedarse, mientras intentaba solucionar el problema con la discográfica, que además tenía su imagen y voz en exclusiva, llegando incluso a obligarle a abandonar su canal de YouTube: «No me dejaban seguir subiendo vídeos, ni covers y tuve que dejar de hacer mis streamings. Durante años no pude grabar nada por placer y, mientras tanto, no vi ni un euro de los discos que habíamos ido sacando», apunta la artista, que ese mismo año se vio sumida en una terrible depresión: «Perdí la pasión por cantar y actuar por completo y creí que nunca más sería capaz de hacerlo ni delante del público ni de la cámara». Y cuando parecía que nada más podía pasar, llegó la pandemia y tuvo que estar sin entrar en Japón durante casi dos años, aunque nunca se dio por vencida en su carrera musical.
En su vuelta a España siguió estudiando japonés mientras se planteaba si demandar o no a la discográfica —aunque como extranjera tenía todas las de perder— y se iba alejando cada vez más de su comunidad japonesa de fans, dejando su cuenta inactiva durante estos años. Al pasar la pandemia, y convirtiéndose en una de las primeras personas en pisar Japón después de que abrieran las fronteras, consiguió dar un par de conciertos en Tokio junto a sus fans, que no la habían olvidado: «Pensaba que no vendría nadie, pero todo el mundo seguía muy activo conmigo a pesar de todo. Subirme al escenario de nuevo me hizo reconectar con mi comunidad y darme cuenta de que lo que realmente quería era seguir con mi sueño de cantar».

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- Marga Ferrer
La gran revelación
Pasando de cantar en rōmaji a dominar el japonés, con una gran comunidad española que le seguía a todos los conciertos y los fans japoneses que estaban deseando que volviera para bailar sus temas, Ruki olvidó a las discográficas y empezó a depender totalmente de ella misma. Esto la llevó a dividir su vida en dos, entre València y Tokio, y a abrirse varios canales de YouTube y Twitch para dirigirse a sus dos públicos: «Aprendo a desdoblarme en dos idiomas y en dos culturas. A la comunidad japonesa le hablo de una forma y a la española de otra, aunque sigo siendo la misma por dentro, pero modulando mi humor y mis referencias», destaca la artista, quien además enseña japonés a españoles a través de uno de sus canales de YouTube. Su público converge en un solo canal: el de las covers musicales, donde se dedica a lo que una pequeña Ruki descubrió una vez por error: los openings de animes.
Mientras sigue trabajando ante las cámaras y sobre los escenarios de Estados Unidos, España y Alemania —lo que combina con su faceta de DJ—, explora su faceta de compositora original, y ahora mismo está preparando la continuación de uno de sus temas más populares: Owaranai Night —junto al productor catalán LaXal— que habla sobre una noche que nunca termina: «Hablamos sobre el desfogue, sobre olvidarse de todo y escapar de lo malo», lo que para ella supone la música japonesa, una vía de escape; «estamos preparando la continuación de ese tema que habla sobre ser uno mismo y mantenerte fiel a tu esencia para alcanzar el éxito». Y, con este tema, Ruki aplica la última capa dorada a su vida, que parece que se ha roto en pedazos cientos de veces y que, con sus grietas hace que, contando su propia historia, las piezas de su vida se recompongan con una historia que no cabría en una sola canción, ni en un solo vídeo, pero que intenta capturar ahora entre las páginas de esta revista.

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 123 (febrero 2025) de la revista Plaza