Opinión

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Vinosofía

De sommeliers y entendidos

El vino está de moda, se bebe cada vez menos, pero están apareciendo expertos por doquier capaces de estropear el disfrute de una buena botella. Empezando por una aguerrida horda de sedicentes profesionales que carecen de los conocimientos básicos

Publicado: 22/09/2025 ·06:00
Actualizado: 22/09/2025 · 06:00
  • Sommelier
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Aborrezco las redes sociales. La única que ojeo es Facebook porque es viejuna como yo y es la que me ofrece la posibilidad de leer algún que otro artículo y profundizar un mínimo en la información cada vez más ensordecedora (y casi siempre tendenciosa) que nos aturde cotidianamente. Aun así, en parte por amistad en parte por juego, accedí a participar en un podcast sobre vino, junto con compañeros del mundillo. De ahí un par de comentarios que, sacados de contexto, pueden haber confundido a dos de mis cinco lectores que frecuentan las redes.

Me parece necesario matizar el odio profesado, en un comentario deliberadamente provocativo, hacia los sommeliers: no me considero del gremio, aunque haya estudiado y ejercido como tal, a la vez que rechazo rotundamente definirme «camarero de vinos», por la mala interpretación de la palabra ofrecida por la mayoría de compañeros.

Sommeliers son José Antonio Navarrete, Alejandro Hernández, David Rabasa, Eva Pizarro, Nuria Lucía y un largo etcétera junto con algunos de los jóvenes talentosos que empiezan a poblar las salas de la Península. Profesionales movidos por el sagrado fuego de la pasión, que se arriman al cliente con humildad y que mantienen la mente abierta, sin renunciar al ejercicio crítico indispensable en todo ámbito. Gente que engrandece la denostada labor del descorchador de botellas y es capaz de combinar conocimientos de cultura general con la inevitable sabiduría enciclopédica sobre el néctar de Baco. Por eso desconfío de las clasificaciones estilo Top 100 sommeliers que se publicó antes del verano. Sin entrar en el mérito ni tampoco juzgar el criterio, celebro ver los nombres de dos hijos adoptivos de la capital del Turia (Juan José Soria, de Lienzo, y Pascual Tejada, de Askua) en el top 50 y de encontrar a la querida Sandra Rausell, de Carvón, rozando la cumbre, pero me temo que sea la enésima herramienta anglosajona infla-orgullos.

A lo largo de mi (lamentablemente para mi hígado y mis canas) cada vez más estirada trayectoria, me he topado con muchos apasionados dotados de conocimientos y sensibilidad infinitamente superiores a la mayoría de los supuestos sommeliers que inundan las redes con su egocentrismo desatado. Es obvio y fácilmente comprensible que personas inquietas y con poder adquisitivo puedan catar mucha más cantidad y mejor calidad que la mayoría de los empleados de un sector que no brilla por el alto nivel salarial. Por eso, el esfuerzo, incluso económico, de los profesionales auténticos es aún más encomiable. Beber botellas que cuestan como el alquiler de un mes, para algunos es el corolario de las fiestas ibicencas, para casi todos los demás es el sacrificio en pos de una formación continua y necesaria.

Desconfiad siempre cuando escuchéis la frase «yo soy sommelier». Llenar la boca del vanidoso de turno que, desde lo alto de su Wine set 1, se permite pontificar sobre una cultura milenaria que no ha conseguido ni rasguñar.

Hacen falta horas de vuelo, largas sobremesas, mucho viñedo pisado y evidentemente tres o cuatro idiomas para poder alcanzar la cumbre de los Pitu Roca, Alberto Redrado, Andrés Conde, Carlos Orta, Luis Gutiérrez, etc., con la conciencia de que, cuales noveles Sísifo, llegar a la cima conlleva aceptar que el camino está condenado a volver a empezar.

Una vez asumido que el conocimiento es un proceso dinámico, queda ridículo jactarse de una sabiduría etimológicamente limitada para impresionar al cliente o al desventurado comensal sentado en tu mesa. Flaco favor se hace al mundo del vino al intentar convencer al profano de que solo un léxico áulico y una nariz capaz de reconocer aromas imperceptibles permiten disfrutar de una buena botella. Por eso, cuando acudo a un restaurante, no quiero que me atiendan sommeliers altisonantes con su platillo a la vista y sus modales de Ancien Régime; más bien deseo pasar un rato agradable en un ambiente donde el vino tiene su merecido protagonismo... Salut!

* Este artículo se publicó originalmente en el número 129 (septiembre 2025) de la revista Plaza

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