El cuerpo humano está hecho, casi en un setenta por ciento, de agua. Un porcentaje enorme que aún deja espacio para todo lo demás: los huesos, los dientes, quizás las emociones y los pensamientos…; siguiendo esta idea se podría llegar al dicho popular que afirma que el agua es vida, algo que se refleja perfectamente en cómo se organizaban antiguamente las civilizaciones. A las orillas del río Nilo se establecieron, por ejemplo, los primeros cimientos de la sociedad egipcia, y los más privilegiados eran precisamente los que vivían al lado del caudal que regaba las cosechas y que servía para que jugaran y se bañaran los niños a la orilla.
Y no hace falta cruzar el charco para encontrar estas historias. A unos treinta kilómetros de València se halla el municipio de Faura, cuya vida se construye —como la del resto de municipios de la Vall de Segó— alrededor de una fuente de agua que servía para regar los naranjos. Esos árboles que dan ese toque de vida al pueblo que, durante años, ha basado gran parte de su economía en la fruta que da nombre al color de algunos atardeceres que se pueden ver tras la montaña de su ermita. Faura, con la fuente de Quart que les da agua y vida, ha cautivado a miles de habitantes (en 2023 había censadas 3.619 personas) que han decidido pasar su vida en el pueblo y que no por ello se privan de nada al hacerlo.
Desde 2018, y gracias al apoyo total del Ayuntamiento de Faura, cuentan con un halo de luz, vida y cultura que toma forma de la mano de Hort-Art, una plataforma cultural que se ocupa de la investigación, producción y movilidad de «las artes del cuerpo» a través de residencias, talleres, exposiciones y espectáculos de danza. Un trabajo cuya idea original nace, en 2014, de la mano del director y coreógrafo brasileño Alex Guerra y el profesor y codirector del proyecto Pere Bodí, nacido en Faura. Ambos se han convertido este año en los anfitriones del festival Dansa València que, en su 38ª edición, ha abierto sus fronteras para preparar un paseo coreográfico por la Vall de Segó a través de la danza y de la mano de esta plataforma.

- El recorrido artístico sigue el agua que da vida al pueblo.
- Eduardo Manzana
Una propuesta para «conectar con el entorno», comprenderlo, amarlo y bailar a su son y que, el pasado 12 de abril, planteó una ruta que iba del Escorxador y el Llavaner de Faura a la Era de Quartell y la Font de Quart. Lo hicieron a través de las acciones artísticas de Ana F. Melero y Luna Sánchez Arroyo, Elena Córdoba, Teresa Lorenzo y Cristina Valdivieso, estas tres últimas adaptando su danza al entorno gracias a la residencia artística en Hort-Art, donde Bodí y Guerra las ayudaron a conectar con el pueblo, con los naranjos y con los lugares claves que forman «la memoria colectiva del territorio».
Para ello se generó un espectáculo que se dividía en cuatro partes que creaban un diálogo único entre vecinos y bailarinas. Una acción que tomó forma gracias a la colaboración de los Ayuntamientos de Faura, Quartell y Quart de les Valls y que queda como impronta en la memoria de quienes consumen cultura a diario dentro del pueblo, de nuevo sin privarse de nada. Aunque, como sucede con las fases del cultivo, para que este espectáculo pueda crecer con fuerza, ha sido necesario mucho trabajo previo antes de que Dansa València encuentre su lugar lejos de la ciudad, en mitad del campo. Es por ello que cabe comprender el proyecto de Hort-Art como un cultivo en sí mismo, y son sus tres fases las que ayudan a conocer el trabajo de Bodí y Guerra a lo largo de más de diez años. Son ellos quienes han tenido la semilla de una idea que ha llenado el pueblo de arte, cultura y danza a lo largo de años y quienes han acompañado a un público que, ahora, baila a su son gracias a sus propuestas.
El establecimiento del terreno: la siembra de una idea
La historia de Guerra y Bodí comienza cuando se conocieron en un taller en Viena en 2014. Aunque aquella ciudad era un punto neutral entre ambos, Bodí tenía bien claro que Hort-Art tenía que echar raíces en su hogar: Faura. Por ello volaron juntos al pueblo y fue ahí donde la visión externa de Guerra le dio una relectura única a Bodí de sus espacios: «Yo siempre he estado muy en contacto con mis raíces, estoy muy arraigado a Faura, y que Alex viniera me ayudó a darle un nuevo valor a Faura y a su cotidianidad. Había cosas que a él le fascinaban y que yo había ignorado por completo durante años, por eso decidimos trasladar todo nuestro arte aquí para generar un público que se formara en cultura y danza contemporánea».

- Eduardo Manzana
Aunque al principio fuera difícil captar a un público no habituado al lenguaje de la danza contemporánea, pronto se metieron a los vecinos en el bolsillo a través de programas de mediación, charlas y talleres que adaptan la historia de la danza a un lenguaje que llega a todos los públicos: «Lo importante es abrazar el relato de lo que mostramos, no se pueden implantar una muestra y actuación sin un acercamiento. La mediación nos ayuda a que la danza llegue a quienes no la conocen, y lo que hacemos es adaptarla al lenguaje del pueblo». Bajo esta idea de ‘traducción’ de los lenguajes, Bodí explica que lo que hacen en algunas actividades es poner ejemplos de historias del pueblo para que el relato recale con naturalidad: «No hay que dar por hecho que la gente conoce el proyecto, ni que sabe lo que está viendo, ni en un teatro, ni en una representación callejera. La mediación es clave para que el proyecto crezca y se comprenda nuestro trabajo».
A modo de anécdota, Bodí recuerda que el primer taller que presentaron en Faura se llamaba Taller de Nuevas Arquitecturas Corporales, algo que para las vecinas que le conocían de toda la vida como «el bailarín del pueblo» hizo que creyeran que se había sacado otra carrera. En realidad, lo que buscaban desde Hort-Art era comprender la arquitectura del pueblo desde la danza. También pidieron al Ayuntamiento de Faura un espacio para generar su «incubadora artística», pero para «ganársela» tuvieron que demostrar que podían contar el mito de Teseo y el Minotauro a todos los públicos llenando de arena una de las plazas principales del pueblo. Tras esto, en 2019, les cedieron el espacio del Escorxador para que les sirviera como taller y escenario de danza y también la Casa Gran para acoger las residencias artísticas.
Un crecimiento rápido: los brotes miran al cielo
Una vez preparado el terreno, Bodí y Guerra comenzaron a trabajar en el proyecto de Hort-Art para generar un punto de encuentro para el pueblo, mientras se mimetizan con este. Es por ello que su forma de trabajar parte de la base de poner en valor el territorio y «mirar con sabiduría lo que los rodea», algo que para Guerra nace de generar cultura dentro de la comunidad: «No hay que pensar que traemos la cultura al pueblo, porque ya está aquí. Lo esencial de este proyecto nace de la autenticidad del público que contempla nuestras acciones, de su sinceridad y de cómo dialogamos sobre las propuestas y los espacios. En la danza, el lenguaje es universal y esto nos sirve para definir la historia y reinventarla».
- Eduardo Manzana
Lo hacen rompiendo con las «vías» que marcan los edificios cerrados y las instituciones, y generando un espacio que no se ve encorsetado entre los muros. Para ello, tal y como lo explica Bodí, lo importante en sus talleres, residencias y propuestas artísticas es trabajar con horizontalidad y mirando a su entorno: «Lo que queremos es que las propuestas dialoguen con lo que nos rodea; nuestros proyectos nacen en relación al territorio. Dialogan con los espacios, las personas y tienen que resignificar el territorio». Una de las cabezas pensantes del proyecto apunta que «en las residencias nos interesa que los artistas estén en contacto con el espacio, con los vecinos y que aprendan sobre dónde se encuentran».
Es por ello que una de las actividades clave para ambos es que los artistas residentes formen parte de su rutina diaria, donde uno de los primeros pasos es ir a tomar el café al bar del pueblo. Allí pueden generar un punto de encuentro natural entre los vecinos y los artistas, aunque, a veces, los primeros se adelantan: «Las vecinas saben que estamos tramando algo cuando ven caras nuevas en el supermercado y dicen: “Esta es la de Pere”, como si fueran parte de nuestra familia», explica Bodí entre risas. De estos encuentros les importa que las artistas formen parte del panorama del pueblo para que este se sienta parte integrante del proyecto.
Otro de sus puntos claves, tal y como la entiende Guerra, es comprender el cuerpo como un «contenedor permeable», algo que les ayuda a valorar la danza como el lenguaje que lo atraviesa todo sin importar edad, clase social o género. «La danza tiene una capacidad única de generar imágenes e historias sin hablar. Provoca al movimiento y hace que el espectador pueda sentir lo mismo que un bailarín. La vecina que ve una de nuestras piezas poco a poco conecta y empieza a bailar. Nos importa que el mensaje cale, que se reciba y que provoque emoción en quien lo ve; así es como se comprende el idioma del movimiento».

- Eduardo Manzana
¿Y cómo se traslada esta idea a todos los que vienen desde fuera a través de Dansa València? Con un recorrido planteado desde el interior hasta el exterior: comenzando desde el Escorxador junto a Ana F. Melero y Luna Sánchez Arroyo y trasladándose hacia el Llavaner de Faura, con Elena Córdoba. «Nos importa que la danza se comprenda como un camino que va avanzando por la historia del pueblo», explica Guerra, quien, junto a Bodí, organizó para esta ocasión un ‘trenecito’ que llevaba a los asistentes a este espectáculo hacia la Era de Quartell, donde fue el turno de Teresa Lorenzo, para terminar en la Font de Quart, entre naranjos y con la actuación de Cristina Valdivieso. Un espectáculo que culminó, como no podía ser de otra manera, con una paella para hacer piña con los vecinos del pueblo, y para generar un diálogo «natural» sobre lo vivido en Faura.
El endurecimiento: la plantación sobrevive en el territorio
Después del amor… las cenizas se mantienen y tras el match entre Dansa València y Hort-Art el pasado 12 de abril, queda mucho trabajo por hacer para poner el terreno en barbecho para posteriores cultivos. Desde la plataforma cultural, Guerra y Bodí aseguran que visitas como estas ayudan a que el arte se desplace del centro y de las instituciones, donde se suele enmarcar generalmente. Consideran que, para que las piezas viajen y tengan un sentido dentro de los territorios a los que llegan, es importante que los festivales, los propios bailarines y las compañías comprendan que son ellos los que se tienen que adaptar al espacio y no al revés.
Aunque para ello existen las residencias y mediaciones que elaboran desde Hort-Art y que para Guerra suponen un punto clave de diálogo entre ellos y cualquier espectáculo: «Cuando viene un espectáculo, la persona que lo realiza tiene que obligarse a comprender el espacio que está habitando. A nosotros nos encanta ver cómo se repiensan las acciones para que tengan sentido dentro de Faura y que crean en nosotros y en la gente que nos rodea. Tenemos un proyecto que cuenta con mucha riqueza y que ayuda a incluir los relatos dentro del entorno, generamos un espacio para la gente que viene a vivir la experiencia y que va más allá de cualquier ideología».

- Eduardo Manzana
«Cuando una persona viene a ver un espectáculo —sea de donde sea— puede encontrarse con un nuevo grupo con el que generar un diálogo y con el que conectar. La importancia de la mediación es escuchar a quienes nos rodean y encontrar un lugar común entre todos», explica Guerra, quien comprende que para seguir labrando el terreno de Hort-Art solo tienen que continuar contemplando su entorno, traduciendo los lenguajes de la danza a términos comprensibles para todos y seguir su intuición, como llevan haciendo más de diez años. Para ello, Bodí apunta que su manera de enfocar las residencias, mediaciones y charlas seguirá siendo la de incluir a los artistas en su día a día, con naturalidad y poniendo el foco en que los relatos dialoguen con lo que los rodea.
«Para que una propuesta tenga sentido debe comprender el espacio en el que se encuentra. Nosotros entendemos las residencias como una experiencia inmersiva, y su riqueza está en la posibilidad de sumergirte en otro contexto, y dejar que este te atraviese», explica Bodí; «es crucial que la rutina forme parte de la experiencia y que la idea de una residencia no siempre se enlace con la idea de encerrarse con personas que piensan como tú». Es por ello que la horizontalidad es una de sus herramientas clave para comprender su vida, su proyecto y para hacer que el mensaje llegue a todo tipo de públicos, incluso a aquellos que se desplazan más de treinta kilómetros para disfrutrar de la danza al aire libre y con un lenguaje universal que no entiende de fronteras.
Como una planta a la que le da el sol, a la que le hablan y a la que cuidan con esmero, Guerra y Bodí dejan que Hort-Art campe a sus anchas por la huerta, rompen las vallas varadas de las ideas impuestas sobre la creación y generan una vista clara de sus campos rodeados por naranjos. Con este sustrato, generan un proyecto en el que el cuerpo está siempre en movimiento, y en el que dejan espacio para llenar ese treinta por ciento que no ocupa el agua de amor, pasión y movimiento. Lo hacen para construir cuerpos permeables, en los que quepan todas las ideas, creaciones e inquietudes de los vecinos, vecinas e invitados que bailan siempre al ritmo de Faura, dejando que fluya la creatividad y esperando que, año tras año, se pueda seguir augurando una buena cosecha.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 125 (abril 2025) de la revista Plaza