Si hay que elegir una variable que explique la mayor parte de la evolución biológica, la historia o la política, la geografía sería sin duda una buena candidata. Océanos, montañas, desiertos o hielo han sido los elementos con los que la naturaleza ha dirigido los movimientos de la vida y, desde luego, de la vida humana.
Uno de los pensadores que más ha defendido la geografía como la clave de la historia ha sido Robert D. Kaplan, periodista, analista político y prolijo escritor. Aunque muy controvertido, siempre ha contado con prestigio en las esferas políticas. Su tesis principal, recogida en su obra La venganza de la geografía (2012), describe la historia como las sucesivas adaptaciones de los grupos humanos, su sistema económico, su tecnología y su cultura, a la geografía donde esos grupos se desarrollaron, siendo siempre una consecuencia de esta. Por tanto, la geografía marca el destino, inexorablemente. Los mapas no solo describen el espacio, sino también el pasado, el presente y el futuro.
Su último libro, Tierra baldía (2025), extiende su ideario a la época de crisis creciente conforme avanzamos en el siglo XXI, un mundo alterado por los cambios acaecidos después de la crisis financiera de 2008-2013, la pandemia, el incremento en las tensiones internacionales, la expansión del populismo, el cambio climático, las amenazas a la democracia, el peligro de la inteligencia artificial y las tecnologías de control social, aparecidas en lo que él llama la segunda ola de globalización digital.
Kaplan, que se mueve entre un fatalismo apocalíptico y un entusiasmo juvenil sobre las posibilidades del ser humano, pronostica un enfrentamiento creciente entre las dos grandes potencias mundiales, EEUU y China, la decadencia de una Europa llena de incertidumbres y un futuro sombrío en las áreas del mundo que él define como desconectadas, principalmente en África y Asia.
El resumen de sus tesis es que la historia ha sido siempre una lucha entre el orden y el caos y que cuando predomina el caos —como parece ser en estos tiempos, donde nadie se libra de estar en problemas— todo es posible; y eso incluye cosas malas para las que no es fácil prepararse.
Sin embargo, si ya es difícil hacer una teoría de la historia, resulta imposible reducirla a una sola variable que, además, escapa a nuestro control. En relación a sus temores presentes, su diagnóstico parece deberse más a creencias subjetivas que a los datos. Aunque es un cronista ameno e inteligente, Kaplan deja que desear como analista de conflictos, como demostró cuando redujo a una mera cuestión tribal la guerra en los Balcanes a principios de los noventa. Por otro lado, muchos de los países que considera apagados están registrando crecimientos económicos y de desarrollo social destacables.
China, por ejemplo, a la que califica de «colmena desorganizada», está experimentando un crecimiento de sus clases medias inédito en la historia por su magnitud. Los ideólogos del capitalismo siempre han argumentado que el libre comercio y una amplia clase media con alto nivel de vida eran sinónimo de libertades individuales así que, según esto, el margen de libertades individuales debería empezar a ser equiparable al de Occidente.
Las supuestas amenazas a la democracia se desenfocan por los prejuicios de una visión etnocéntrica. Ese mismo Occidente no ha dudado en dominar al resto del mundo con los métodos que fueran necesarios, incluso tras la descolonización formal. La decadencia que se percibe desde Massachussets, donde reside, no deja de ser una miopía cultural, que añora un tiempo feliz que nunca existió, al menos para la mayoría de los seres humanos.
El orden envejece con el paso del tiempo. El que pierde con los cambios siempre denuncia el caos: el que gana entiende que es un orden nuevo y mejor.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 128 (julio 2025) de la revista Plaza