Siempre he caído en la trampa. Era un firme defensor de la máxima. No me cabía ninguna duda. Y nada ni nadie me haría bajar del burro. Pero también dije que jamás tendría perro y ahora tengo uno bajo el escritorio mientras aporreo el teclado. A lo que íbamos, yo siempre estaba de ese lado, de los que creían que los políticos eran un fiel reflejo de la sociedad. Sobre todo, en los últimos diez años. Cuando alguien denostaba el noble arte de la política, cuando menospreciaba al representante de turno, cuando metía a todos en el saco de la corrupción o de la mediocridad, servidor, siempre, recurría al tópico. Y defendía con extraña vehemencia que no más era un espejo, que por ahí había de todo, malos, buenos, egoístas, generosos, corruptos, honrados. Como en la calle, como en la empresa, como en las grandes empresas, como en la fábrica, como en tantos sitios. Pero no, lo único que sigo defendiendo es que generalizar no es bueno y que los hay, que sí, que se meten en esta profesión con voluntad de servir, muchos. Incluso, con intención de cambiar el mundo. Yo diría que los que llegan hasta el final, también. Bastantes, al menos. Sí. Pero no. La clase política es eso. Una clase. Y, ahora mismo, son el fiel reflejo de ellos mismos. De lo que han creado.
Brian Klass, una eminencia, según muchos, en esto de las ciencias políticas, dice que no todo el mundo puede llegar a lo más alto, que suelen estar hechos de una pasta especial. Psicológicamente deben estar preparados. Vamos, tener cuajo, pues se toman decisiones, o no, que afectan a miles o millones de personas, que pueden causar enormes problemas a la ciudadanía, o provocar escenarios de muertes, como quien decide llevar a sus jóvenes a la guerra, o hacer un genocidio, o no confinar a la gente durante la primera oleada de la covid, o estar de sobremesa tomando un gin-tonic mientras tu tierra se hunde y tu gente la palma. Y todo eso lo pueden hacer viviendo tal cual, durmiendo sin problemas y con la única preocupación de seguir detentando el poder. Perdón, detentar, no: conseguir o retener.
Sostienen opinadores que, aunque nos reviente, sí somos un reflejo. Vale. Creo que tenemos rasgos comunes, claro. Joder. Somos humanos. Y todos tenemos miserias y virtudes. Pero ellos han creado su propio reflejo con el paso del tiempo. Es más, creo que eso de que somos un reflejo de ellos lo fomentaron ellos. No veo a mi alrededor, y fíjense que tengo la suerte de conocer a mucha gente, a tanto mediocre, a tantos mezquinos y a tanto narcisista, agrupados en un sector, donde, repito, hay gente decente, bastante, sí, pero que no suelen llegar alto, claro. Sobre los que llegan o pretenden hacerlo, el tal Klass es de los que apuestan por hacer exámenes psicológicos de los candidatos antes de que se hagan con ese poder. Yo añadiría que a los que entran en política, claro.
Porque esa es otra espita. O es la verdadera y más importante. La que hay que abrir. La de los cachorros, la de las juventudes, la de las nuevas generaciones. La de chicas y chicos que han crecido y desarrollado toda su carrera bajo el amparo y abrigo de unas siglas. Sin más habilidades, si es que las tienen, del politiqueo. Por fuerza, alejadísimos de la realidad. Y a cada paso que avanzan en sus carreras profesionales, más y más distanciados de lo que pasa a su alrededor. Y cegados por el amor, nada romántico, que tienen por aquellas siglas. En manos de personas que no han conocido más vida que la de sus cuitas, cuya máxima preocupación es saber salir en la foto. Cuándo, dónde y con quién. Esa es su gran prueba de fuego. Esa y saber resistir, y de eso aprenden de los más veteranos. Suelen tener grados. Pero lo de ejercer lo estudiado no es lo habitual. Claro, eso lo pagan. Cuando tu partido ha tocado poder y ha estado ocho años colocando a los suyos en altos cargos y completando los escalones siguientes, si llega el relevo, cuando llegan los otros, y tienen que salir, si es que salen, si es que no pueden mantenerlos en la estructura, están jodidos. No saben hacer la 'o' con un canuto, por tirar de frases boomer. Y no hay empresa privada que les pueda ofrecer un sueldo como el recibido. Por eso, si tienen la mala suerte de no ser elegidos para continuar bajo las siglas, no lo pasan bien, suelen cruzar desiertos, hasta que deciden opositar o buscarse la vida en la carrera que estudiaron y dejaron por amor a las siglas.
Todo ello provoca, sin duda, y no soy Klass para captarlo, que, para esta generación, todo lo que hace su partido, sea o no defendible, es lo mejor. Que lo defenderán hasta la muerte. Cruzarán ríos peligrosos, líneas éticas y morales, si es necesario. Usarán y pervertirán el lenguaje. Exagerando una barbaridad, es como si quien lidera tu formación asegurase que hay que matar niños de ojos azules y pelo moreno. Y tú lo apoyas. Y el contrario hace lo mismo, pero que mejor matar a quienes tengan ojos marrones y sean de pelo rubio. Y tú lo apoyas, aunque creas que es una locura. Porque lo es. Pero joder, que es tu pan, y con tu pan no se juega. El de los demás es lo de menos, o, al menos, no es la prioridad. No generalizo y, quizá, sea injusto lo escrito. Seguramente, pero mi perro sigue ahí abajo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 130 (octubre 2025) de la revista Plaza