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Interiorismo

Pedro Fuset: «Yo salía de decorar un puticlub y entraba a decorar un altar de la Catedral»

Pedro Fuset está considerado como uno de los mejores interioristas del mundo. Este valenciano de sesenta y un años adornó las calles por las que pasaron Felipe y Letizia el día de su boda. También es el padre de Pere Fuset, de quien cuenta que a los doce años ya era «un animal político»

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Si a alguien no le gustaban las entrevistas era a Pedro Fuset. Este reputado decorador e interiorista prefería ir a su aire, haciendo su camino. Y si encima le llamaba alguien y le decía que quería hablar de su hijo, el concejal Pere Fuset, más razón para salir huyendo. Pero ahora le apetecen y, a sus sesenta y un años, cree que es un buen momento para, sin dejar de mirar al futuro, echar un vistazo a todo lo que ha hecho desde que comenzó a dedicarse a esto, casi sin querer, en la tienda de plantas artificiales de su padre. Hablar de la boda de Felipe y Letizia, de los hoteles de cinco estrellas que convirtió en un vergel, de los restaurantes que llevan su sello. Y para eso ha elegido la tienda de Porcelanosa que hay frente al Mercado de Colón. Allí, entre azulejos y palmeras falsas, Fuset acabará reivindicando que está considerado como uno de los tres mejores del mundo en lo suyo.

Luego se quita mérito, pero sí se mantiene firme en que él, Pedro Fuset, nacido en València en 1963, es un pionero en el uso de flores preservadas y jardines verticales. Una profesión, la de decorador, que, en realidad, es una herencia de lo que su padre inició con tanto arte como torpeza. «Mi padre, que venía del campo, tuvo una fábrica de flores artificiales. Fue de los últimos borricos que pensó que China no se lo iba a comer nunca, y China se lo comió con patatas a él y, con él, todo el patrimonio familiar. En aquella época se trabajaba por las casas y repartías por los pueblos con la furgoneta. Pagábamos de mano de obra por un clavel artificial lo mismo que luego podías cobrar por él. Era una ruina. Mi padre fue un agricultor que se hizo emprendedor en los años sesenta sin ser un empresario».

Los Fuset provienen de una familia de agricultores de Sollana. Gente de campo. Pero Pedro dice que, en el fondo, pesaba más el alma de artista que llevaban dentro y, salvo el pequeño de sus tíos, que se quedó en la huerta, todos tiraron hacia oficios más creativos que hundir la azada en la tierra. «El mayor es un poeta espectacular. Mi padre, Pedro Fuset, el segundo, era tan pobre que, para hacerle un regalo a mi madre, compró papel pinocho, fabricó unas flores y las vendió en el mercado. Y con eso le compró una toalla y una pastilla de jabón a mi madre. Mi otro tío era profesor en Escolapios y también hacía unas flores espectaculares con papel pinocho. Y el pequeño sí que se dedicó al campo y se murió en el campo. Eran artistas natos. Mi padre, recién casado, se presentó a un concurso de peluquería en el pueblo, ganó el primer premio y lo descartaron porque no era peluquero. También cosía mantones. Era un artista».

Así que Pedro creció rodeado de flores falsas. Él, que odia las flores y proclama que el día que se muera no quiere ni una flor alrededor de su ataúd, acabó reproduciendo la naturaleza en los espacios que le entregaban para decorar. Su carrera arrancó por casualidad, casi por entretenimiento. «Yo quería estudiar Oceanografía. Era buen estudiante, pero mis padres montaron una tiendecita en Mislata y, un día, por echarles un cable, hice un centro de flores, lo sacamos al escaparate y a los diez minutos lo habíamos vendido. Hice tres más y en la misma semana los habíamos vendido todos. Entonces pensé que igual me tiraba toda la vida estudiando para nada, mientras que para lo que tenía gracia era para esto».

Los inicios no fueron sencillos. Pero todo cambió unos meses antes del 22 de mayo de 2004, la fecha de la boda de los príncipes Felipe y Letizia, los futuros reyes de España. «Me encargaron la decoración de todo Madrid. Tuvo mucha repercusión, en toda España menos en València. Aquí somos muy poco chovinistas. El tejido del traje de novia era valenciano, la tarta también, el vino dulce, la decoración… Y casi nadie se enteró».

Este repaso por su trayectoria ha puesto un punto melancólico a Pedro Fuset, que vuelve recurrentemente a la tienda de sus padres, el germen de todo lo que vino después. El origen de sus éxitos y también de las peleas con sus socios. «Yo empecé en la tienda de mis padres, pero eso era un desastre y cerró. Yo realmente comencé como autónomo ofreciéndome por las tiendas de muebles, y recuerdo que mi primer cliente fue Armando Serra. No tenía dinero para comprar todo lo que me encargó y entonces compraba una parte, le pedía que me pagara, y después ya podía comprar lo siguiente. Y así fue como empecé».

A Fuset le gustaba la noche tanto como la decoración. A aquel adolescente le gustaba salir y estar cerca del DJ. Siempre le fascinó la música y, dice, tenía buen gusto y criterio musical. El decorador habla varias veces de los gemelos de Puzzle, como si todo el mundo tuviera que saber quiénes eran aquellos dos hermanos que se dedicaban a poner música en aquella discoteca de la Ruta del Bakalao. A los dieciocho años se casó muy joven y, meses después, ya con diecinueve, nació el primero de sus cuatro hijos —una pareja, chico-chica, con cada mujer—, Pere Fuset, conocido en València porque llegó a concejal del Ayuntamiento de València y presidente de Junta Central Fallera.

Pedro Fuset cuenta su historia sin filtros. Habla de todo abiertamente, sin pensar demasiado en las consecuencias de sus palabras. Está sentado, medio de lado, en un sofá blanco que hay al fondo de la tienda de Porcelanosa, en un rincón decorado por él con plantas artificiales y dos palmeras hechas con troncos de PvC (cloruro de polivinilo) y ramas preservadas. El interiorista lleva unas zapas de Scalpers, unos vaqueros, camisa blanca y fachaleco. «Me casé con dieciocho años y a los diecinueve ya era padre, así que tuve que tirar para delante. Yo era muy DJ. Salía mucho por la noche y era amigo de los gemelos de Puzzle. Mi hijo de quince años está escandalizado, porque dice que me conoce todo el mundo en la noche. Pero era noctámbulo por este trabajo. Yo he decorado Café La Habana, Cayo Largo, Giorgio e Enrico… Había mucho pirata y por eso iba allí por las noches, para que me pagaran. He vivido mucha noche porque me ha gustado mucho la cabina. Aunque el fuerte como DJ ha sido mi hermano. Yo soy más melómano que DJ. Tengo criterio musical. Estaba con los gemelos en Bolsería y les decía “pincha esta ahora”. Yo no era bueno técnicamente. No me va la tecnología; para lo único que tengo paciencia es para mi trabajo».

Su carrera ha sido pura inspiración. Nunca estudió nada y prosperó por su buen gusto. «Eso y que me creé un estilo desde el primer momento. Hay floristas que se caracterizan por el barroquismo, pero yo siempre digo que lo que yo hago es recortar un pedazo de la naturaleza y lo reproduzco en un interior. Tú lo miras y está como desordenado, pero es que la naturaleza es así, desordenada. La gente cogería las hojas secas y las tiraría. Yo no, yo añado hojas secas. No hace falta hacer lacitos o poner cristalitos; la naturaleza es más bonita. Un ramo de flores silvestres es mucho más bonito que un ramo de rosas bien puesto».

Restaurante oriental del resort Sanctuary Cap Cana, ubicado en Cap Cana (República Dominicana), decorado por Pedro Fuset
  • Restaurante oriental del resort Sanctuary Cap Cana, ubicado en Cap Cana (República Dominicana), decorado por Pedro Fuset 

A su gusto, o a su estilo, le sumó lo que uno aprende por la noche: congeniar con todo tipo de personas. «Soy un gran relaciones públicas. Yo salía de decorar un puticlub y entraba en la Catedral a decorar un altar. Tenía amigos en todos lados. A mí me saludan desde los seguratas hasta la señora que está limpiando los cuartos de baño. Lo he pasado mal, como todos, pero he salido adelante». A los dieciocho se había casado, dieciséis más tarde se separó, ya con dos hijos, y a los treinta y seis se volvió a casar con su segunda mujer, con la que tuvo otros dos hijos: una niña de doce y otro de quince, Beltrán, que asegura que es el que más se le parece y el que recogerá su legado. «Él será mi sucesor. Se parece a mí hasta en esto. Tiene quince años y no solo es que sea creativo, es que le gusta trabajar. El otro día vio que llegué a casa un poco ofuscado y me dijo que estuviera tranquilo, que solo le quedaba un año y que enseguida iba a poder empezar a ayudarme. Pero, además, es hábil. Tengo unos amigos a los que les gustan las Bultaco y mi hijo, sin haber tocado una moto en su vida, cogió una Peugeot mía que estaba hecha polvo, la limpió, la arregló y la puso en marcha. Es habilidoso con las herramientas. Me estoy rehabilitando la casa de Fuente la Higuera y no me deja que llame al electricista. Y tiene el jardín impecable. Me pidió que le hiciera un huerto. En Escolapias hay un huerto y el jardinero dice que el único alumno que le saluda es mi hijo. Yo tengo una premisa: sed lo que queráis, pero sed buena gente. No voy a pedirles sobresalientes ni nada, pero sí que sean buena gente».

Antes de la boda de los príncipes, Pedro Fuset había abierto una tienda en Madrid y estaba haciendo una obra en León, el Museo de la Fauna Salvaje de Valdehuesa. «Eso lo montó Eduardo Romero Nieto, un médico de Madrid que está considerado uno de los mejores cazadores de safaris del mundo. Allí me pilló una gran nevada, me quedé atrapado y coincidí con un decorador amigo de ellos, Tomás Alía. Hice muy buenas migas con él. Es uno de los mejores del mundo. Y me preguntó si yo trabajaba el natural. Está mal que yo lo diga, pero en lo mío estoy considerado uno de los mejores del mundo. Yo le pregunté si era para un evento y Tomás me dijo que no era un evento, que era el evento, que estaba en el equipo de decoración de la boda de los príncipes».

Una boda real

Su encargo fue decorar las calles por las que iban a pasar los novios y la familia real. «Nos gastamos 950.000 euros en flores, pero eso no lo pagó la Casa Real, casi todo fueron regalos de empresas y particulares». Fuset desechó usar flores frescas y fue fiel a su estilo. «Elegí flores preservadas, por la durabilidad y los colores. Nos reunimos el primer día, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y nos dijeron que la princesa de Asturias quería manzanos en flor por toda la Gran Vía. Y, claro, eso en mayo era imposible, así que los hice artificiales. Las farolas estaban decoradas con unas bolas inmensas. Yo no quería flores frescas porque necesitan agua. Hice una prueba con una farola y pesaba demasiado por culpa de las esponjas con agua. No había farolas que aguantaran eso. En una prueba metí flores naturales y, por en medio, ocho o nueve rosas artificiales. Nadie se dio cuenta de que había flores artificiales, así los convencí».

Bola de hortensias amarillas y rosas, empleada para ornamentar la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz.
  • Bola de hortensias amarillas y rosas, empleada para ornamentar la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. 

El 22 de mayo de 2004 llovió a cantaros y la apuesta de Fuset evitó el fracaso. «Con flores naturales hubiera sido un desastre. En la Cibeles había topiarios de doce metros de altura. Hice un armazón de hierro y con boj natural de la sierra de Cuenca hice los topiarios. Era espectacular. Pero, para mí, no ha sido mi obra más bonita; la más bonita es el Museo de Ciencias Naturales de Boñar (León), que es el capricho de un señor. Es acojonante. Luego me contrataron para hacer el de Bucarest. A mí me gusta la naturaleza y todos los años me escapo a los Pirineos: a Pineta, Benasque y todo aquello. Me gusta tanto la naturaleza que veo belleza en cualquier sitio, como en un ribazo con musgo y raïmet de pastor colgando… Lo que no me gusta es la artificialidad en lo natural. Como la moda de capar los olivos. Yo hago lo contrario: busco la naturalidad con materiales artificiales».

Aquella boda real, cuenta, pudo haber entrado en el Libro Guinness de los récords junto a otras dos obras suyas: una fuente que hizo en Kuwait, en un centro comercial, con rosas preservadas, y el Centro Comercial El Saler, donde asegura que metió sesenta mil plantas para la inauguración. También ha decorado el Marriott de Santo Domingo, el Museo Grigore Antipa de Bucarest, la cadena Tatel, acaba de trabajar en el aeropuerto de la isla de La Palma… En su casa, es mucho más modesto. «Yo vivo en la calle San Vicente y tengo pocas plantas. Pero tengo un chalet en El Perellonet y me estoy rehabilitando mi casa familiar en Fuente la Higuera. Yo necesito monte y naturaleza. Por eso me gusta irme a Pirineos y oler a pino. Y, si no puedo, me voy al lado de Madrid, a La Pedriza (en la sierra de Guadarrama)».

Este valenciano amante de la naturaleza también adora la Ofrenda. Esos dos días se los pasa en la calle. Aunque cree que se puede mejorar. «Mi hijo fue presidente de Junta Central Fallera, ojo, pero yo haría un concurso para el ramo de la Fallera Mayor. Porque van a menos, con tres claveles y dos hojas. Me gusta la Ofrenda como barbaridad que es, pero más por la indumentaria que por las flores, aunque luego me gusta ver el cadafal de la Virgen, claro». Pedro ha abierto la puerta de su hijo, Pere Fuset. «Me gustó ver que mi hijo se metía en política, porque era un animal político desde niño. A Pere me lo llevaba a Madrid con doce o trece años y quería que le llevara a las Cortes. Entonces se presentaba allí y pedía un ejemplar de la Constitución en valenciano. Yo tenía amistad con Vicente Burgos, que era el presidente de Nuevas Generaciones del PP, y este decía que solo vería preparado para la política a un joven si le aguantaba un debate a Pere Fuset. Y Pere tenía doce años».

Es curioso que empieza a hablar de su hijo Pere y se pone a hablar en valenciano. Pedro habla de su hijo con devoción, pero sin ponerse cursi. «Cuando Pere estaba en política, me emocioné y me asusté a la vez. Porque es muy entusiasta. Yo tengo amigos de la otra cuerda, como Vicente Burgos o Gerardo Camps. Y yo me iba a los mítines de mi hijo al Botànic. Me preguntaban qué hacía allí y yo decía que era mi hijo, que cómo no iba a ir a ver a mi hijo. Si lo que quiere él es eso, yo tendré que apoyarle».

Se nota que ha vivido con intensidad sus polémicas y sus críticas. «El gran enemigo de mi hijo ha sido un compañero suyo que luego ocupó su sitio. Salían los dos juntos de la mascletà y dos señoras se ponían a insultarlos, a llamarles rojos y catalanistas y ateos. El otro agachaba la cabeza y se iba, pero Pere hablaba con ellas y les decía que se tranquilizaran, que les iba a dar algo. Que él no era ateo, que había sido catequista. Y que no era catalanista, que él era de la Geperudeta, del Valencia CF y de las Fallas. Al final, las abuelas decían que les había convencido…», comenta Fuset, que, confiesa, ha votado a la izquierda y a la derecha. «Yo me considero transversal. No creo en las ideas, creo en los principios. Me considero social demócrata, que no del PSOE, y he votado a Compromís, a mi hijo, claro, y también al PP. Y pude decorarle la casa a Santiago Abascal. Me llamó Lidia Bedman, su mujer, cuando se casaron, y lo dejé pasar. No quiero que me etiqueten».

También tiene un pasado fallero, de la falla Luis Oliag-Mariola-Granada. Pero ya se cansó. «No volveré a ser fallero, porque a mí me gusta ver la Ofrenda, la mascletà, el castillo, ver fallas por ahí… Y cuando estás en una falla, no ves nada. Me gusta ir por libre. Pero es un movimiento social casi único en el mundo», explica rodeado de plantas preservadas. Un tipo de decoración que está por todas partes y que muchos, casi todos, no saben que es la firma de Pedro Fuset, el hijo de un artista de Sollana con callos en las manos.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 124 (marzo 2025) de la revista Plaza

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