Revista Plaza Principal

Tradiciones

Volver a navegar l’Albufera

Hubo un tiempo en el que por L'Albufera navegaban embarcaciones de madera. Un modo de vida que fue languideciendo con la llegada del motor, hasta tal punto que casi desapareció. No lo hizo gracias a sus descendientes, que antes de que cayera en el olvido lo rescataron y lo pusieron en valor. Costó, pero hoy vuelven a navegar por sus aguas. Algunos sirviéndose de una perxa y otros esperando al viento para desplegar las velas triangulares.

  • Sergio Casañ ‘el Pasiego’ junto a su hijo Sergi.
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Un camino de tierra atraviesa campos de arroz, que, por estas fechas, parecen barrizales. Pronto quedarán inundados. Un poco más lejos, un canal que desemboca en el lago de agua salobre de L’Albufera se abre paso. Ha pasado algo más de cinco meses, pero en el paraje natural todavía se perciben las inclemencias de la Dana del pasado 29 de octubre. Hay plásticos, macetas, maderas y objetos diversos que trajo aquella corriente. Las máquinas y operarios trabajan en la limpieza, aunque será difícil quitar los plásticos que han quedado entre los cañaverales.

Antes, donde acaba el último trozo de tierra, se alza una pequeña casa de color blanco que se asoma a un pequeño puerto natural, repleto de embarcaciones de madera que recuerdan a otra época. Ni rastro del ruido de la ciudad. Solo se escuchan los pasos de Sergio Casañ ‘el Pasiego’, que prepara los utensilios para salir a pescar. Debe hacerlo antes de que salga el sol y el viento de levante comience a soplar, así que apremia un ritual que lleva haciendo desde hace décadas y que su hijo Sergi, de tres años, mira con curiosidad.

En ese pequeño puerto, Sergio tiene una decena de barcas, algunas reposan al sequiol (en el agua) y otras al sec (sobre el suelo). La gran mayoría son del tipo barquet albuferenc: «A diferencia de otras embarcaciones de L’Albufera, el barquet albuferenc no tiene vela porque, de madrugada, que es cuando se sale a pescar, no sopla el viento». Hace referencia a las barcas de vela latina, de mayores dimensiones y que, a simple vista, se distinguen por la larga antena que tienen, que sirve de soporte a la vela. Como explica el joven, todas las embarcaciones que navegan L’Albufera tienen el fondo casi plano, sin prácticamente quilla, debido a la escasa profundidad del agua —por debajo de los ochenta centímetros de media—.

  • -

Esas embarcaciones facilitaban actividades cotidianas como la pesca, la caza o el cultivo del arroz, pero, con la llegada del motor, quedaron en desuso y estuvieron a punto de desaparecer. Fueron los descendientes, sus hijos e hijas, quienes sacaron del barro las viejas embarcaciones y reconstruyeron una tradición que estaba languideciendo. Lo hicieron como antaño: de forma oral y en valenciano. Al restaurarlas volvieron a cobrar vida y, también, la historia de sus antepasados, así como las enseñanzas de los vientos, los nudos, y a navegar por L'Albufera, ya sea a la bona mà o sobre l’arbre. «Sabiendo la teoría aprendes la práctica, aunque la mejor enseñanza siempre es cuando vuelcas, algo que puede suceder si el viento sopla muy fuerte», comenta Francesc Ferrer, secretario de la Asociación Tradicional Vela Latina de L’Albufera de Silla. Una lucha por recuperar las raíces que terminó en la creación de varias asociaciones de vela latina en toda L’Albufera, como la de Silla, que se mantiene fiel a la tradición. De hecho, la vela latina y la pesca artesanal son Bien de Interés Cultural (BIC) de L’Albufera desde 2016.

Sergio se crio en este entorno. En aquella casa, llamada motor y situada cerca de los tancats, vivieron su bisabuelo y su abuelo Antonio, que era motorista. Un oficio que consistía en impulsar el agua de riego en los campos de arroz, pues estos se sitúan por debajo del nivel de la laguna. Lo hacía activando una gran turbina, ubicada en una habitación de la casa, y que ponía en marcha un complejo sistema por el que las acequias reciben el agua por gravedad y la drenan.

Manualmente controlaba el flujo de agua del lago necesario para los arrozales, atendiendo al momento del año y su crecimiento. Hoy, todo se hace automático e, incluso, una misma persona puede controlar distintos motores, pero, en aquellos tiempos, era impensable abandonar el lugar. Tanto que su abuelo solo salía del motor para ir a comer a casa, en Silla, y regresaba nada más terminar. A Sergio también le gustaba aquel mundo: «Los viernes por la tarde, al salir del colegio, me iba con él y regresaba el domingo por la noche». De él aprendió a manejar el motor, un oficio del que, por aquel entonces, con la llegada de las nuevas tecnologías, ya se auspiciaba su final. Al fallecer su abuelo (2003), y debido a la falta de relevo generacional, Sergio tuvo que hacerse cargo del motor durante un tiempo, «hasta que formé a una persona para sustituirme». En la actualidad, hay unos doscientos motores, todos ellos automatizados.

  • -

La pesca tradicional

Antonio hizo bien su labor y esa tradición pesquera pervive en su familia. Incluso, algunas de esas barcas que hoy llenan el pequeño canal le pertenecieron. Al mirar el motor y el entorno, los recuerdos de Sergio viajan a sus días en El Pasiego y a sus primeras veces pescando: «Una vez al año se permitía la pesca en la mata del Fang, una reserva de pesca, y me dejaban faltar a clase para acompañarle. Ese día era muy especial y cogíamos una de las barcas grandes y a ella le atábamos otras, para poder transportar todo el pescado. Solo tenía cinco años, pero lo recuerdo perfectamente». Como bien recalca Sergio, la pesca tradicional «es la actividad más antigua de L'Albufera de Valencia —fue legalmente reconocida en el año 1250—». Actualmente, se articula a través de las tres comunidades de pescadores que existen (la de El Palmar, la de Catarroja y la de Silla), que regulan, dentro de su ámbito territorial, las distintas modalidades de pesca: lugares fijos (redolins) en el caso de El Palmar, y la pesca ambulante en el caso de Catarroja y Silla. Él pertenece a la de Silla, asociación fundada en 1886 y de la cual es el tesorero.

Padre e hijo suben a un barquet albuferenc, de veintiún palmos, habitual para la pesca de llissa o el llobarro. Carece de motor, así que Sergio coge un bastón de madera —hoy de bambú, pero antaño de chopo— de más de tres metros de largo bifurcado en el extremo inferior y, clavándolo en el fondo del lago, se aleja lentamente. La perxa, que es así como se llama, es uno de los métodos tradicionales, junto a la vela latina, para navegar por el lago de L'Albufera. El dominio de Sergio con la perxa es admirable —ha ganado varios concursos—, deslizándose por el canal con gran maestría y sin aparente complicación. No es así, porque si clava la perxa más de lo necesario se queda encallada en el fondo y la embarcación no avanza. La alterna con los remos, especialmente en esos tramos donde el fondo es más profundo o cuando se aleja del canal.

Una tradición que transmite a su hijo. Le enseña a calar el mornell, la red más característica de las nasas aisladas, formada por un tubo ciego (mornell cec) de metro y medio de longitud, donde el pez entra y queda atrapado (se usa para la pesca de cangrejos y anguilas). Sergio saca el mornell, que estaba junto al borde de una mota, y al ver que hay anguilas en él Sergi ríe y grita de felicidad. Inmediatamente ayuda a su padre a ponerlas en el cubo. Alguna se escurre, pero con gran premura la atrapa. No tiene miedo y se nota que no es la primera vez que lo hace. En ese cubo, y a consecuencia de la riada, se pueden ver anguilas de río, que se distinguen de las de L'Albufera por tener un color más marrón.

  • -

Estamos en marzo, así que se puede pescar —la pesca de la anguila está prohibida de mayo a septiembre—. «La anguila tiene mejor sabor en los meses que hay una ‘r’. Tanto que si se consume fuera de esos meses tienes más probabilidades de que el all i pebre tenga sabor a tarquim (barro o lodo)», especifica.

El joven se pone en pie y comienza a perxar, aunque pronto se sienta y coge los remos. Así llega a un punto en el que la laguna se abre, aunque está cerca de unas matas, pero lejos de los cañizos. Flotando se ven unos corchos. Es la red (tir) que va de extremo a extremo y que la colocó antes del anochecer. La recoge al amanecer —deben transcurrir unas cuatro o cinco horas—, para que esos peces que se han quedado atrapados en la red no cojan el sol del mediodía. En esa red, de mínimo 25 metros, se ve alguna llisa, tenca, lucioperca y llobarro. También algún cangrejo azul, especie invasora, pero ningún black bass. «Muchos de estos pescados los regalo», especifica. Cargado, regresa a su pequeño puerto, donde atraca su pequeña embarcación hasta el próximo día, siempre y cuando el tiempo lo permita.

Una actividad que se paralizó tras la Dana. «Al tener las barcas en el motor no tuve ningún problema y al poco pude salir, pero otros pescadores que las tienen en el puerto de Silla y Catarroja no han tenido tanta suerte y todavía no han podido salir, porque los canales están repletos de residuos y cañas», comenta. Eso sí, la pesca estos días se realiza con mucha más cautela: «Hay que mirar bien dónde se pone el morrell, porque las máquinas que trabajan en la orilla quitando los residuos pueden romperlos».

  • -

Las embarcaciones de vela latina

Mientras Sergio limpia la barca y la guarda hasta el próximo día, otros hacen precisamente lo contrario: las preparan para salir a navegar. Son los patronos de las embarcaciones con vela, empleadas antiguamente para el transporte y, ahora, para el recreo. La época de navegación está a punto de comenzar (de marzo a octubre), aunque, este año, las primeras exhibiciones serán a principios de mayo. «Ha sido imposible salir antes por las condiciones del canal», comenta Francesc Ferrer, secretario de la Asociación Tradicional Vela Latina de L’Albufera de Silla. Las máquinas trabajan en el canal para retirar las cañas y, después, rehacer la mota.

Llegado el día, quitarán los quarters que las protegen y desenrollarán las velas, que antaño eran de algodón y hoy de nailon. «Encontrar algodón 100% es muy difícil y, además, tiene unos cuidados más complicados, porque si se moja se puede pudrir». De ellos, solo Joan Rosaleny iza una vela de algodón.

Muchas de esas embarcaciones fueron restauradas. Es el caso de La Trobada, la barca de José Chaqués que, con sus casi cien años, sigue surcando L’Albufera: «Mi padre empleaba la barca para comercializar el arroz, que lo llevaba a Dénia y lo cambiaba por productos como aceite o vino». Eran años de miseria y el llamado coto arrocero estrangulaba a los agricultores durante la época de Francisco Franco. Otras embarcaciones están siendo reparadas a causa de la riada. Paco Gil, carpintero de ribera, construye barcas desde los veintiocho años y sabe bien el trabajo que conlleva. En los meses de otoño e invierno acude al puerto de Silla para realizar las reparaciones, arañando horas al día para tener sus embarcaciones listas para el primer día de navegación que, generalmente, es después de San José.

  • -

Tradicionalmente han sido los hombres quienes han salido a navegar, pero las madres y las hijas han estado siempre presentes en la tradición de la vela latina. Lo han hecho reparando las redes, cosiendo las velas o vendiendo el pescado y la gambeta, aunque hoy hay quienes se animan a tomar las riendas de la embarcación. Es el caso de Nieves Clemente, que, desde hace dos años, aprende los entresijos de la vela latina. «Es increíble la intuición que tienen y saber en qué posición deben poner la vela, si cenyint, per l’aleta o de empopada…». Precisamente esa posibilidad de las velas de tomar los vientos por ambas caras las hace más rápidas, pero también más complicadas de maniobrar. Se transmite de forma oral, así que no hay opción de anotar las indicaciones en una libreta.

Desde el año pasado no salen con sus barcas y hasta el 27 de abril —fecha en la que está prevista la primera exhibición— deben esperar para volver a surcar esas aguas. Cuando llegue el ansiado momento, en equipo extenderán la vela e irán aparellant (anudando) en la antena. Requiere mucha destreza y coordinación. Cuando todo esté correcto encenderán el motor para salir al canal. Es la única manera de salir del puerto, pues las matas impiden que se puedan extender las velas y, por las dimensiones de la embarcación, es más costoso salir perxant.  El ruido del motor cesará al llegar a las aguas abiertas de L'Albufera, donde izarán la vela. Un viento constante permite una navegación placentera, disfrutando del paraje natural desde el agua. En los días de mucho viento, las velas triangulares se hinchan y ponen la vela en empopà, movimiento que requiere la atención de todos, aunque es la destreza del patrón con la ayuda del remitger la que permite maniobrar la barca a su conveniencia. De esta manera la vela se pone en forma de cruz, movimiento que otras embarcaciones a vela no pueden hacer. Es la riqueza de la vela latina y de practicarla en el entorno natural de L’Albufera y sus vientos. Será a finales de abril o principios de mayo, cuando vuelvan a surcar las aguas de L'Albufera dejando una estampa casi del pasado.

  • -

* Este artículo se publicó originalmente en el número 125 (abril 2025) de la revista Plaza

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo