El ultraprolífico autor de Maine aborda en esta ocasión una historia en la que se mezclan, con dificultades, elementos propios con otros procedentes de mitologías literarias ajenas
VALENCIA. El reverendo Jacobs parecía ser demasiado joven para asumir la responsabilidad de hacerse cargo de las almas de los habitantes de Harlow. Aquella era una comunidad poco dada a la innovación, y menos, en algo tan delicado como todo lo relacionado con la salvación final y la obtención de entradas para el paraíso. Pero la muerte del pastor Latoure había dejado un hueco que era necesario rellenar, y la decisión había sido tomada: Charles Jacobs sería quien ocupase su lugar en la iglesia. Además de su juventud, algo en él comenzó a suscitar dudas poco tiempo después de su llegada. Dentro de él ardía una curiosidad que no podía ser sana, un impulso peligroso que se manifestó en varias ocasiones mucho antes de aquel discurso que pasaría a ser conocido como el Sermón Tremebundo, tras el cual desaparecería de la comunidad para siempre. ¿Qué le había pasado al reverendo? ¿Qué había descubierto o qué sospechaba?
Cuando Jacobs se marchó, Jamie Morton era solo un niño. Todavía no se había convertido en el músico drogadicto al borde de la muerte que sería décadas después, cuando el destino -o algo más malévolo- le hiciese reencontrarse con el pastor de su niñez. Quien tiempo atrás fuese un hombre de fe con vocación de inventor y científico, parecía haberse transformado en un estafador de feria. Esa fue la primera impresión de Jamie. El reverendo Charles era ahora un vulgar timador, un vendedor de tónicos ambulante, un hechicero de a dólar. Sin embargo, tras observar un poco más, no quedaba más remedio que reconocer que sus trucos no eran nada burdos. De hecho, parecían extremadamente sofisticados. ¿Seguro que eran realmente trucos? ¿Dónde había aprendido el viejo Charlie a hacer... eso? Fuese lo que fuese eso.
Stephen King ha vuelto. Ese al que algunos reconocen como gran maestro del terror actual y otros desprecian calificándolo de autor de segunda, vuelve a las estanterías con Revival (Plaza & Janés, 2015), ya de por sí repletas de títulos con su firma. Deben quedarle a King pocos temas terroríficos sobre los que escribir -ojalá que no-. Misery, Carrie, El misterio de Salem's Lot, Christine, El resplandor, Cujo, It, Tommyknockers, La zona muerta... Si a su extensa lista de novelas publicadas le añadimos los relatos, no es ilógico esperar que al superventas de Portland se le pueda hacer cada vez más cuesta arriba escoger un nuevo miedo en torno al cual construir una historia. Sin embargo, King tiene recursos de sobra para no estancarse: desde su serie La torre oscura, hasta secuelas como Dr. Sueño, continuación de los hechos acontecidos en el ya mítico Hotel Overlook. Siempre hay un camino nuevo que seguir. Entonces, ¿por qué este revival?
Que nadie entienda mal. La última novela de Stephen King es una buena lectura, aunque probablemente se hubiese disfrutado mucho más en verano que ahora. Tiene los ingredientes y el aroma del tapas duras estival. Dispone de lo mejor del autor, inclusive sus distorsiones de lo cotidiano y sus paisajes rurales en los que pasa más de lo que parece. La novela entretiene, asusta -menos que en otros- e incluso perturba. Pero esto último, que es una de sus principales bazas -se ha insistido mucho en que el de Revival es el final más oscuro e inquietante de los que ha escrito-, afectará a unos más que a otros en función de un factor clave. El malestar dependerá de si el lector dispone o no en su cerebro de un baúl oscuro, mohoso y repulsivo; un baúl del que emana una voz grave e inhumana apenas audible y que ha sido precintado con un sello en el que reza H.P. Lovecraft.
King ya se ha puesto a prueba en otras ocasiones tratando de emular a Lovecraft, padre de Los mitos de Cthulhu, el universo literario de cuyo Big Bang fue responsable y en el que participarían una buena cantidad de escritores. Sin ir más lejos, la editorial Valdemar dispone en su catálogo de un volumen llamado Nuevos cuentos de Los mitos de Cthulhu cuyo opening es un malogrado relato de King llamado Crouch End, en el que versiona sin demasiada fortuna las ideas del genio de Providence. La onda expansiva de la Gran Explosión de Lovecraft llega hoy día todavía a nosotros, y no son pocos los que intentan aportar su grano de arena a este maravilloso mundo de horror cósmico, dándose de bruces con una dolorosa verdad: era más difícil de lo que parecía.
Homenajear está muy bien, pero en Revival el homenaje va más allá. Va demasiado allá. Sin destripar nada, ya que la edición arranca con una dedicatoria especial para El gran dios Pan de Arthur Machen (también en Valdemar) y con una cita de Lovecraft, podemos decir que King se apropia un poco más de la cuenta de unos referentes demasiado conocidos, para introducirlos de un modo que no casa con la historia que aparentemente está contando. La sensación que a uno le queda tras la conclusión, en caso de haber leído previamente la fuente de inspiración original, es que o bien King ha buscado la sorpresa fácil, o bien que no ha conseguido tampoco esta vez demostrar su admiración a Machen y Lovecraft de la manera en que pretendía.
Revival, que también bebe de la electrizante experiencia del Dr. Frankenstein con su descontrolada creación y de ciertos elementos de la física actual -como la materia o la energía oscura-, en definitiva, gustará especialmente a quienes no se hayan acercado todavía a las desquiciantes fronteras que hacen enloquecer sin remedio al ser humano, a las tierras perversas en las que habitan aquellos de los que se dijo: “Que no está muerto lo que yace eternamente, y en los eones por venir aun la muerte puede morir”.