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EL PEOR DE LOS TIEMPOS  / OPINIÓN

Roma 60 años después 

La Marcha por Europa reclama una Europa fuerte, unida y en contra del nacionalismo y el populismo

26/03/2017 - 

Ayer se conmemoró en Roma (y en muchas capitales europeas) el sexagésimo aniversario de la firma en Roma el 25 de marzo de 1957 de los dos tratados que constituyeron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica o Euratom. Como puede verse en la histórica foto, esta firma se realizó en un lugar muy especial, la “Sala de los Horacios y Curiacios” del Palacio de los Conservadores en la Colina Capitolina. Sesenta años después, una marcha simbólica, en defensa del proyecto europeo recorrió la distancia que separa la Bocca della Verità y al arco de Constantino, junto al Coliseo.

La Marcha por Europa fue convocada por un conjunto de organizaciones europeístas, que supera las cuarenta, pero encabezada por la Unión Europea de Federalistas, los Jóvenes Federalistas Europeos, el Grupo Spinelli y el Movimiento Europeo Internacional. Junto con el citado recorrido en Roma, otras 30 ciudades europeas (incluyendo Madrid, Sevilla y Barcelona) y 90 italianas realizaron marchas al mismo tiempo. Trescientos intelectuales firmaron dicha convocatoria, a favor de una Europa fuerte, unida y democrática y en contra del nacionalismo y el populismo, por la continuación del proceso de integración europea y con el fin de completarla. El mensaje ha sido dirigido al Consejo Europeo reunido también en Roma en conmemoración del aniversario.

La importancia de esta iniciativa puede valorarse mejor si se tiene en cuenta el momento histórico y político en el que nos encontramos. Aunque son varios los retos a los que se enfrenta la Unión Europea y el propio proyecto europeo de integración, el más inmediato es el Brexit. El próximo miércoles día 29 de marzo Gran Bretaña activará la aplicación del artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, es decir, solicitará la salida de la UE. Durante los próximos dos años se debe negociar una salida que sabemos, de antemano, perjudicará a todos, tanto al Reino Unido como a los restantes 27. La forma y resultado de dicha negociación será crucial para la propia credibilidad y estabilidad de la UE, especialmente si la deriva populista anima a otros países a seguir la senda de los británicos.

Un segundo reto de gran trascendencia es la evolución de la Eurozona. Con 19 miembros, la existencia del área del euro supone, de por sí, que la mayor parte de los países europeos siguen una velocidad e intensidad de integración superior a la de los 8 restantes. Además de continuar manteniendo este difícil equilibrio, la Eurozona debería seguir la ruta marcada por el Manifiesto de los Cinco Presidentes o, como realmente se denomina: “Realizar la Unión Económica y Monetaria Europea”. Esto supone llegar a una unión fiscal o a un acuerdo que se le parezca. Sin ello, el euro será una moneda incompleta, falto del respaldo y de las herramientas que los gobiernos y los bancos centrales proporcionan a las monedas convencionales.

El tercero de los retos es el comercial. En la era de la nueva globalización, la apuesta de la UE desde los años 90 ha sido estandarizar y ampliar los acuerdos comerciales con otros países o grupos de países, promoviendo en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio (OMC) la eliminación de trabas al comercio de bienes y servicios, fortaleciendo al mismo tiempo la capacidad de arbitraje de dicha institución en las potenciales disputas comerciales. Esta estrategia se encuentra actualmente amenazada por la deriva proteccionista de Estados Unidos, que ha paralizado una parte de las negociaciones internacionales (tanto las trasatlánticas como las del Pacífico), afectando de lleno a la UE. El equilibrio y las cesiones mutuas de los dos principales actores del comercio y la inversión internacional (EEUU y la UE) formaban parte de una dinámica que se muestra ahora incierta. Las consecuencias del proteccionismo son la pobreza y la desigualdad también a escala global.

Finalmente, la gestión de las fronteras, tanto exteriores como interiores, es el cuarto reto al que se enfrenta la UE en los próximos años. La demagogia y el populismo ha hecho imposible, hasta ahora, un debate serio sobre cómo afrontar la movilidad de personas en la era global, al tiempo que los gastos sociales y en pensiones se hacen progresivamente insostenibles en buena parte de los países europeos. Como en el resto de los asuntos, soluciones individuales sólo resultarán en pérdidas para todos. No debe ponerse en cuestión, en primer lugar, la movilidad de los ciudadanos europeos dentro de la UE, pues es una de las libertades fundamentales expuestas en los tratados. Cosa muy distinta es que sea necesario modificar o adaptar las normas precisas para garantizarla. En segundo lugar, las fronteras exteriores deben ser gestionadas por una autoridad común, tal y como ha propuesto la actual Comisión Europea.

Creo firmemente en los principios que llevaron a crear la actual Unión Europea y, por eso mismo, he participado en la Marcha por Europa celebrada ayer en Roma. Lejos de ser ingenua, soy consciente de que el proyecto europeo es también una conjunción de intereses individuales. Precisamente en ello reside la brillantez de la idea de sus fundadores: qué mejor proyecto que aquel en el que el interés común pueda alinearse con los individuales. Porque, insisto en recordar las palabras del desaparecido ministro de exteriores Fernández-Ordóñez, “fuera hace mucho frío”. 

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