No todos los emprendedores son jóvenes nacidos en la era digital, pendientes de la próxima y millonaria ronda de financiación. Algunos, por la pandemia, luchan a diario para pagar sus facturas y seguir a flote esperando tiempos mejore
VALÈNCIA. Bien dicen que en las crisis económicas —cuando se pierde todo, se toca fondo y se entra en una espiral de sentimientos encontrados— las personas se reinventan. Esto es lo que vivió la diseñadora Rosa Al Sibai Giner en la crisis de 2008 cuando lo perdió todo: tres tiendas en València dedicadas a la decoración y al regalo, que tuvo que cerrar, y así experimentar el sentimiento del fracaso, para resurgir de nuevo en un sector que no le era desconocido, como es la moda, pero para el cual no sabía que tenía un gran talento y creatividad.
«En 2008 nos arruinamos; lo perdimos todo. Yo me quedé embarazada del cuarto hijo. Fue pasar de tenerlo todo a no tener nada. Una sensación muy mala que no le deseo a nadie», recuerda la diseñadora y propietaria de la firma de ropa infantil By Pétalos, una línea de prendas que, a base de esfuerzo y trabajo, nace en 2009 y en 2015 se consolida como empresa. Hasta el momento se ha hecho su propio nombre en el sector de la moda para niñas en València, así como en otras ciudades españolas.
La historia de Rosa Al Sibai Giner tiene su mérito. Una empresaria con éxito que se arruinó en una crisis, que resurgió en otro sector en el que ha saboreado de nuevo el triunfo y que sorpresivamente, un día se sintió atraída por la política, en la cual ha incursionado desde hace unos cuatro años como concejal popular del Ayuntamiento de Riba-roja de Túria. Pero para empezar, ella primero prefiere hablar de su pasión, la moda, antes que de política.
La crisis económica del 2008 la estremeció de tal manera que hasta se sintió contrariada con la vida misma. Pero fue precisamente esta la que la llevó a reinventarse como profesional, no sin antes haber tenido el valor de hacer trabajos que muchas veces cuesta reconocer públicamente, pero cuando se trata de llevar dinero a casa, dignifican a la persona. Y ese era su caso: había que aportar dinero a una familia numerosa de cuatro hijos.
«No me da vergüenza decirlo: tuve que empezar a ayudar a amigas a limpiar sus casas, cuidaba niños y hasta limpiaba una casa de comidas preparadas. Por las mañanas hacía eso y en las tardes atendía y cuidaba a mis hijos. Aquí es cuando me dio por empezar a hacerles ropa», menciona la diseñadora, quien a los dieciocho años estudió corte y confección. Desde niña estuvo atraída por el mundo de la moda gracias en parte a que a veces acompañaba a su padre —árabe—, quien era comercial de firmas como Menta, Guminela, zapatos Kickers y Donetta.
La diseñadora se fue familiarizando con el sector: «Me acuerdo que iba de pequeña con él a los talleres y hacían pruebas para ver cómo quedaba un prototipo. Lo mismo que hago ahora para ver cómo queda una prenda». Es así cómo se despierta en ella el gusto por la moda, pero su vida laboral la enfocó en el mundo de la decoración y el escaparatismo, creando espacios y ambientes en comercios y similares; por eso tuvo oportunidad de abrir sus propias tiendas.
Primero empezó confeccionando ropa a sus dos niñas para que fueran vestidas iguales. Lo mismo hacía camisetas o diademas, que otras prendas, hasta que un día empezó a regalarlas a algunas amigas para sus hijas. Le fueron haciendo pedidos, como tocados para comuniones, bisutería y vestidos de arras para niñas. De ahí vino el primer pedido, el segundo y de pronto se vio con trabajo en su propio hogar; acondicionó el garaje de su casa como taller de costura —al estilo de los emprendedores norteamericanos— y empezó a coser con una máquina sencilla que compró en el supermercado Lidl y que aún conserva en un armario como recuerdo.
Sacó tiempo y esfuerzo para dividirse entre limpieza de casas, crianza de los niños y coser sus propias confecciones, hasta que se vio rebasada y se dio cuenta de que empezaba a crecer como emprendedora. «Ya fue cuando me lo planteé de otra manera. Empecé a crear la empresa. Fue una situación difícil, dura, sin ayuda de nada y de nadie, por eso estoy orgullosa de ver hasta dónde he llegado, aunque ahora vienen otra vez momentos duros y malos», comenta en referencia a las consecuencias económicas de la pandemia.
Inicia así su camino de empresaria. Busca gente que le ayude; talleres locales para producir más tirada de ropa; el servicio de una gestoría, y participa en mercadillos donde da a conocer su marca. Las pasarelas vinieron después en otras ciudades del país, las cuales ha alternado con dos markets al año en sitios como el Mercado de Tapinería y Heron City.
Trabaja con talleres locales; prefirió dejar sus creaciones en manos valencianas para contribuir a generar empleo
Crecer como empresaria le llevó a hacerse con un equipo de trabajo en el que ella, como patronista, comparte sus ideas con su asistente, una joven que es su mano derecha y quien plasma los diseños. Luego viene la búsqueda de proveedores, selección de tejidos, botones, puntillas y demás material, con el cual se acerca al taller donde se cortan las prendas y de este se pasa al de confección. Rosa Al Sibai trabaja con talleres locales, pues aunque alguna vez miró la mano de obra en el norte del país, prefirió dejar sus creaciones en manos valencianas a fin de contribuir a generar empleo, aunque es consciente de que el sector textil está muy mal hoy en día.
La ropa de By Pétalos se vende a través de su web y en tiendas de Tenerife, Burgos, aunque también ha hecho alguna venta en Costa Rica. Sus precios son asequibles y los diseños tienden a ser exclusivos, dado que ese es un valor que identifica a la firma. La mayor parte de las prendas son para niñas (de seis meses a catorce años), aunque también hace algunas creaciones para niño.
La paralización económica y comercial que ha traído consigo la pandemia ha frenado algunos de sus proyectos, pero ella sabe que los concretará. Es el caso de la creación de una línea de bañadores para niñas; prendas para niños y una línea para teens. Hay que tener en cuenta que las niñas que empezaron a vestir la firma desde pequeñas han crecido y, sus madres, clientas asiduas, demandan diseños juveniles. Es por eso que la diseñadora contempla ampliar sus creaciones para jóvenes de hasta veinte años, conservando siempre ese estilo actual y desenfadado que distingue a sus diseños. «A mí me gusta mucho el que una prenda se utilice. En mi cabeza no cabe eso de comprarse algo, usarlo y luego no volverlo a gastar. Soy práctica», afirma.
Y tan práctica es como diseñadora que la inspiración para crear prendas le llega en momentos en que hace paseos, ya sea en algún sitio de naturaleza o por el casco antiguo de València, cuyas calles le motivan mucho. «Aunque cuando más me inspiro es cuando me subo con mi marido en la moto —expresa—; ahí desconecto y de repente empiezo a pensar. Ha habido momentos en los que en un trayecto he imaginado una colección de ropa».
Uno puede imaginarse que un diseñador es un buen dibujante, pero no es así y la valenciana lo confirma: «Soy muy mala dibujante». Por eso le ha costado encontrar una buena patronista que le capte las ideas de sus composiciones que están en su mente. Lo que sí es importante para ella en el proceso de producción de ropa es el corte de telas, del cual se encarga personalmente para supervisar el tallaje de cada línea, sin descuidar la calidad y los detalles en la presentación final, ya que esto es precisamente lo que le ha abierto las puertas de pasarelas tan importantes como Madrid o Barcelona, organizadas por la Petit Style Walking, un referente en la moda infantil española, donde ha tenido oportunidad de presentar su firma.
Con estos antecedentes y la experiencia reunida en años, Rosa Al Sibai Giner afirma que le gustaría instalar su propia fábrica: «Me encantaría, pero hemos vuelto a retroceder. El sector está muy mal. Hay compañeras de profesión que lo están pasando muy mal con creaciones de comunión, porque ahora mismo no se está realizando nada de esto y las pocas que quedamos en moda infantil, sinceramente, tenemos la suerte de que aun con la pandemia los niños siguen creciendo. En mi caso la ropa está adecuada a eso».
Comenta que para este invierno tenía planeado sacar una línea de vestidos muy propios para la temporada, pero con la pandemia tuvo que cambiarla y crear otra que se adaptara a la situación que viven hoy los niños, quienes están más en casa. Ante lo cual diseñó ropa más informal y de uso práctico.
Y con todo el trabajo que implica confeccionar ropa, supervisar la producción, hacer pasarelas, markets, shooting, actualizar la web, gestionar las redes sociales, atender las ventas online, incluso las que también se dan en el taller de su casa —que sirve como pequeño almacén de sus colecciones—, Rosa Al Sibai Giner se ha dado tiempo para incursionar en la política, como concejal del Partido Popular en Riba-roja de Túria.
La invitación surge hace años, cuando un 8 de marzo el Ayuntamiento, dirigido por el PP, organizó un homenaje a mujeres, entre las cuales figuró la diseñadora por su trayectoria de emprendedora. Tiempo después algunas amistades le empezaron a felicitar «porque ya estaba en la lista», lo cual le sorprendió y le causó gracia, pues ni ella misma lo sabía. Aun así llegó la invitación, la aceptó y empezó a vivir una nueva etapa en su vida. Sin embargo, lo que ella imaginaba de la política ha resultado diferente.
«Para mí la política era otra cosa. ¡Yo creía que era otra cosa!», expresa con firmeza. «Yo la sigo enfocando como algo más local, sobre todo si se trata de un pueblo. Se tiene que escuchar a la gente; lo que quiere, lo que necesita. Cuando un partido llega a gobernar, tiene que hacer caso de lo que los ciudadanos piden. No se puede gobernar con lo que ha pasado hace años; tiene que hacerse con la actualidad».
Estar en el banco de la oposición es estar pendiente de lo que el ayuntamiento de turno no hace o hace mal «y eso es duro», porque a veces no se entiende este trabajo de supervisión y seguimiento de los proyectos. Aunque afirma que le ha tocado la parte más difícil en la política, hay algo que disfruta como son los casamientos de parejas que tiene a su cargo.
«La parte más bonita, la que más me encanta, es la de las bodas. Las disfruto mucho», expresa. «Soy una concejal que casa. El funcionario me llama y me dice que hay una boda cuya pareja nos ha elegido. Los novios se ponen en contacto conmigo y me hacen ver cómo quieren la ceremonia: corta, sencilla o más emotiva. Llega el momento de casarlos, me preparo y me sigo emocionando luego de varias bodas, quizá porque soy muy sensible y por el significado tan bonito de la unión», concluye.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 78 (abril 2021) de la revista Plaza