No es una distopía, es un futuro plausible y cercano.
Un reinado del terror en el que por las lluvias, ni el Ricardo ni ningún otro templo pueda acercar hasta su barra un manjar tan de temporada y clima como son níscalos, rebollones, rovellones o como quieras llamar al lactarius deliciosus.
En el Ricardo los hacen como se deberían hacer siempre: sin añadiduras y con delicadeza. No tiene más: aceite, una majada ligera de ajo y perejil, el tiempo justo en la plancha y la limpieza exhaustiva pero sin empaparlos de agua.
En este clima de permanente verano es tan difícil encontrarlos tanto en un domingo de micología como en un tapeo entre semana en el que se va más por el producto que por el hambre.
Y ahora, bailemos juntos la danza de la lluvia.