Comenzamos año nuevo con el saque de siempre y lo sacamos este viernes para un beber que no cae en saco roto. Porque es con sake
No es la primera vez que ese bebedizo se cuela en nuestro rincón hedonista, pero recordamos algunos datos básicos, porque el saber nunca está de más ni de menos, así que repasemos. Los primero es acabar con falsas creencias, por favor, mi amor, que esto no es un destilado y por tanto su graduación no es excesivamente alta. Y así sin miedo, podemos seguir. Hablamos de bebida hecha con arroz, agua y el hongo que ejerce la magia y lo convierte en lo que es, el llamado koji-kin. El arroz se pule lo que cada casa estipule y así obtienen de cada grano ese cogollito con todo el almidón, chimpón. Dependiendo del grado de pulido empezamos a hablar de categorías, porque cuanto mayor es, más calidad tendrá. Los hay con alcohol añadido y sin encabezar, pero todos los buenos están ricos, sólo es empezar. Luego está lo de filtrar más o menos, tomarlos en juventud o dejar que envejezcan o incluso darles la vidilla de unas gurbujas saltarinas.
Pero para revoltosos el amigo Pablo Alomar, mentor del sake sin par, y David Arauz, maestro en lo del cocinar japonés. Ellos dos y nuestras ganas de disfrutar nos regalan esta cata singular, llena de enseñanzas y con cositas tan presiozas como el Masumi Aka Junmai Ginjo Yamaha. El primero y a jugar, que el sake se puede tomar tanto frío como caliente y con este lo hacemos de las dos formas. A 40 grados para empezar y como aperitivo, se muestra voluminoso, redondo y con su buena acidez. Luego, en frío, nos pone en el regazo un manojo grandote de flores frescas y fragantes. Alegre y espontáneo nos da una bienvenida de calidez y bienestar de no pensar. Y lo hacemos poniendo nuestra cabesita en la delicadeza de una sopa de vegetales y el arroz fermentado con boletus y salsa de ave, maravilla de plato que nos deja sin palabras.
Pasamos al Tedorigawa Special 150 Aniversario que nos engaña travieso entre el dulce y el seco más total, tal cual. Todo para descifrar a los segundos que ganan la partida los amargosos, que sois unos sosos. Porque es bebida envejecida que nos acerca desde lejos a Jerez, con lindezas de profundo umami y persistencia infinita. Un mundo de sabores iniciáticos que despliegan amor sin fisuras por la parpatana en salazón guisada con patata morada que lo escolta.
El Tedorigawa Yasu Special JDG Yamahai Genshu es complejidad de largo recorrido en paseo bajo almendros en flor. Albaricoques que se asoman por las copas de los árboles acariciando con su suave piel. Vacaciones de caminar sin fin en pensamientos de sueño infinito, aunque de lejos. Porque no queremos que se acabe, ni botella ni compañía, que sería herejía dejarnos a solas con la deliciosa sopa de miso con caldo de tuétano. Receta de hogar y disfrute sin cesar.
Festival bajo un sol naciente
Seguimos de festival de inviernos al sol que sale con el primer sorbo del Masumi Nanagodai Ginjo Nama. Pulcritud que se lanza en línea recta. Reluciente y transparente, se deja ver con fondo de señor perfumado en elegancia. Poderío con contención y el necesario conocimiento para darlo todo en su momento. Que es el del inicio de la perfecta sucesión de nigiris que nos hace abrir boca con los de urta y hamachi, y cortita y al pie, que está todo chachi.
El Imada Fuchucho Junmai Seaside se declara peculiar por personal, porque viene de levadura espacial, de creadora molona y con etiqueta resultona. Suavidad de trazo fino que viene y va en balancín de ácidos a dulces y chispitas que traslucen. Locura desbordada, pero en absoluto mala. Que es de dar la guerra y tirarnos de la lengua con resultados sorprendentes, al menos para los presentes y con esos nigiris de caballa, de melva y de sardina. Humilde hermosura.
De plata asardinada nos vestimos para degustar el Dassai 23. Pulido repulido para alcanzar una elegancia de gran importancia. Estructura en redondo con perfiles de diamante de ponerse para toda la vida. Delicadeza de pétalos de colores variados y a veces hasta osados. Un no parar de cositas bonitas que acarician paladares, los mismos que engullen con voracidad esos mágicos nigiris de quisquilla, akami y calamar.
Terminamos subiendo la montaña más alta y repleta de corazón, melón. Porque el Aiyama S&A Collabo nos lleva derechitos al cielo, sus estrellas y muchos montones de sueños. Esa mano delicada, pero sin dudas, que sabe guiar por el camino indicado. Compañía que, aun recién llegada, se antoja desde siempre. Bienestar que está mejor que bien con los nigiris de anguila y de toro. El cierre perfecto para una noche de recordar, repetir y repartir…besos y abrazos, claro.