¿En qué medida está usted satisfecho/a con su nivel de vida? Esta es la primera pregunta del estudio del CIS de julio de 2018. La respuesta se mide en una escala de 0 a 10, donde el 0 significa “completamente insatisfecho/a” y el 10 que “está completamente satisfecho/a”. Solo un 0,6% de los encuestados eligió el 0 como valoración, frente a un 11,5% que eligió el 10. Entre ambos extremos, la mayoría de las respuestas se movieron por encima del 5: así, entre el 6 y el 9 se posicionó el 67,9%; en el lado opuesto, por debajo del 5, solo un 7,3% que valoraron su situación entre el 1 y el 4. Con un simple aprobado, se situó el 11,8% de la muestra.
Además, a esta visión optimista seguro que contribuye en buena medida que el 77% valora entre un 7 y un 10 la satisfacción con su salud; frente a un reducido 5,2% que no alcanza el aprobado. Quizá sorprenda esa mayoritaria valoración positiva, pero esa tendencia se confirma con el siguiente dato: el 61% de los encuestados del mencionado estudio valora su nivel de felicidad entre el 8 y el 10 de esa misma escala; y solo se dan un suspenso (por debajo del 5) un 3,5%. Si aceptamos como cierta la máxima del marketing de que la percepción del cliente es la realidad, podríamos concluir que estamos en un país donde el nivel de vida, de salud y de felicidad es alto.
Ahora bien, ¿es esta percepción un deseo voluntarista y subjetivo de los españoles?, ¿o tiene una base objetiva en la que apoyarse? Decía el sociólogo Charles Cooley que la percepción que tenemos de nosotros mismos refleja el punto de vista de las personas significativas en nuestra vida. Recientemente el World Economic Forum ha publicado su informe anual sobre competitividad global, en el que compara 140 países en virtud de 12 indicadores o pilares impulsores de la productividad, en la creencia de que el aumento de la productividad es una condición previa necesaria para mejorar a largo plazo los estándares de vida y lograr un mayor desarrollo humano. En esta ocasión, España ocupa el puesto 26, lejos del puesto 42 de 2010, cuando la gran crisis estaba en sus inicios.
Esos 12 pilares se agrupan en cuatro categorías: entorno habilitante (instituciones, infraestructura, adopción de nuevas tecnologías y estabilidad macroeconómica), capital humano (salud, y habilidades), mercado (de productos, de trabajo, sistema financiero, y tamaño), y ecosistema de innovación (dinamismo empresarial y capacidad de innovación). De estos 12 parámetros nos centraremos en el mejor y peor puesto ocupado por nuestra nación. Así, el único criterio en el que España ocupa la primera posición del ranking de los 140 países es en Salud, debido a nuestra alta esperanza de vida con buena salud. Y según el informe, las personas más sanas tienen más capacidades físicas y mentales, son más productivas y creativas, y tienden a invertir más en educación a medida que aumenta la esperanza de vida; por ello, los niños más sanos se convierten en adultos con habilidades cognitivas más fuertes. Parece que esta visión coincide con la autovaloración que nos indicaba la muestra del CIS, y hasta con la del diario inglés The Guardian que publicaba recientemente que España es el mejor país del mundo para nacer.
En el lado opuesto de la clasificación, nuestra peor puntuación la encontramos en el pilar de mercado laboral donde ocupamos la posición 68. Aquí se valora la “flexibilidad”, es decir, la medida en que se pueden reorganizar y aprovechar los recursos humanos y la “gestión del talento”. Un mercado de trabajo efectivo fomenta la productividad al vincular a los trabajadores con las ocupaciones más adecuadas para sus habilidades y propicia desarrollar su talento para alcanzar su máximo potencial. Y una equilibrada combinación de flexibilidad y protección de los derechos básicos de los trabajadores, permite a los países ser más resistentes a las crisis, atraer y fidelizar talento.
Y en este aspecto pese al buen puesto 35 en cuanto a derechos de los trabajadores y la participación de la mujer en el trabajo, y el 44º en cuanto a confianza en la gestión profesional, nos penalizan todavía nuestras prácticas de contratación y despido (puesto 126), la poca relación entre retribución y productividad (puesto 102), y la muy mejorable movilidad laboral interna (puesto 92). En cualquier caso, ese puesto 68 evidencia una notable mejora respecto al puesto 115 que se nos asignaba en el informe de 2010. De hecho, la tasa de desempleo de septiembre se ha situado en el 14,8%, lejos del 26,9% de marzo de 2013, en lo peor de la crisis; aunque todavía muy mejorable en comparación con el de 7,3% de promedio de la Unión Europea, o el 7,9% de junio de 2007. Quizá también esta simple perspectiva de mejora reciente justifique la general satisfacción que con el nivel de vida nos mostraba la repetida encuesta del CIS.
Decía el escritor George W. Curtis que “la felicidad radica, ante todo, en la salud”; y Aristóteles sugería que “la riqueza consiste mucho más en el disfrute que en la posesión”. En estos términos, parece pues que, al menos en esta ocasión, existe cierta correspondencia entre nuestra valoración de la situación, y la que nos otorga nuestro entorno, al menos en cuanto a salud y dinero. De amor hablaremos otro día.