la opinión publicada / OPINIÓN

Sánchez pactará con quien haga falta

28/11/2020 - 

Finalmente, todo indica que el Gobierno va a sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado con el voto afirmativo de independentistas vascos y catalanes y el voto en contra de Ciudadanos. Estupor en el respetable. Indignación manifiesta. Notables que se revuelven en su sillón del Consejo de Administración de Gas Natural para expresar su enfado. Y a Pedro Sánchez... todo eso le da igual.

Parece mentira, de hecho, que a estas alturas haya alguien que piense que el presidente se mueve por irreductibles convicciones políticas, del sentido que sea, y no por un acentuado pragmatismo guiado siempre por el mismo principio motor: ¿qué necesito para seguir gobernando? Y, con tal de seguir gobernando, Sánchez pactará con quien haga falta. Lo cual incluye, por supuesto, a los independentistas catalanes, a Bildu, y a quien pueda necesitar en un momento dado. Sin ningún problema. Si alguna vez Vox se pone a tiro de algún pacto, pues... ¡esos 52 votos, buenos son!

La verdad sea dicha: a pesar de que no deja de fascinarme la capacidad del personaje para sobrevivir y, es más, prevalecer, a costa de dar continuos virajes con total desparpajo, no se debe entender esto como una crítica, sino como una descripción. A Sánchez le dan igual los ademanes de indignación de la derecha española y la prensa de Madrid, porque, en sorprendente demostración de que, después de todo, es economista, sabe sumar. Y sabe que la única suma de fuerzas que puede mantenerle en La Moncloa a lo largo de esta legislatura es la misma que le apoyó en la moción de censura y como mínimo toleró su ascenso en la investidura: la que incluye en la ecuación no sólo a Podemos y el PNV, sino también a los independentistas catalanes y, si hace falta, a Bildu.

La suma de todos estos partidos, más el PSOE, siempre ha sido más que suficiente para gobernar desde que la política española abandonó el bipartidismo: 186 diputados en 2015, 180 diputados en 2016, 195 diputados tras las elecciones de abril de 2019 y 187 tras las de noviembre de 2019 (incluyendo en este último caso a los dos diputados de Más País). Además, es factible considerar que, elección tras elección, una parte significativa de los votantes fluctúa entre los socios del pacto de gobierno y algunos de estos partidos.

 

Incluso si eliminamos a JuntsxCat y antecesores de la ecuación saldrían las cuentas (salvo en 2016, dado que sin su concurso no habría salido adelante la moción de censura de 2018). Se trata de una mayoría más o menos ajustada, pero una mayoría, al fin. No parece que sea la preferida de Pedro Sánchez, pero es lo que hay. Cuando ha intentado pactar con Ciudadanos, o no sumaban ni de lejos (130 diputados en la investidura fallida de 2016) o este partido se negó a pactar (180 diputados habrían sumado tras las elecciones de abril de 2019). Y ahora, en la duda, pero ante las dificultades que suponía para los socios del PSOE que este partido pactase los Presupuestos con Ciudadanos, tampoco ha sido posible.

Los Presupuestos clarifican la política de bloques de la que no hemos salido en ningún momento desde la moción de censura, y en la que puede que algunos dirigentes del PSOE estén incómodos; pero no parece que Pedro Sánchez tenga demasiados problemas.

Sin duda, son socios difíciles de asumir para muchos votantes. En especial, Bildu, dada su vinculación parcial con la izquierda abertzale, que para muchos no puede enmendarse con las condenas de la violencia, ni con el fin de ETA hace ya casi diez años. Son demasiados años de terrorismo y sufrimiento como para que una parte significativa de los ciudadanos, y no sólo los que votan a los partidos conservadores, les absuelva de su afinidad con el terrorismo, aunque sea cosa del pasado (como el propio terrorismo). Pactar con partidos que quieren independizarse del país, evidentemente, conlleva riesgos muy claros para la cohesión del país, y ahí Felipe González tiene toda la razón. También puede ser, por el contrario, una oportunidad para que estos partidos se reintegren mínimamente en el espacio político español, lo cual puede tener efectos positivos a largo plazo.

Sin embargo, desde la perspectiva de Sánchez las cosas se leen de otra manera: son socios con los que las cuentas salen. Y, sobre todo, sin ellos (sin los casi 30 diputados que suman entre ERC, Bildu, y JuntsxCat), difícilmente saldrían, ahora o en cualquier otro momento. De hecho, el mantra de la derecha española de que no se puede pactar con los amigos de los terroristas, ni con los independentistas, ni con los que coquetean con el independentismo, tiene este claro trasfondo: casi todos ellos son diputados que potencialmente podrían pactar con el PSOE, pero no con el PP y adláteres. Así que el discurso de las líneas rojas no es a menudo sino mera estrategia política: si nunca van a pactar conmigo, mejor que no pacten con nadie.

En estas condiciones, en las que no se puede pactar con los diversos y variados enemigos de España, el Congreso se convierte en un escenario en el que la mayoría absoluta sigue costando 176 escaños, pero con unos cuantos escaños, que sólo podrían pactar con la izquierda, inhábiles a los efectos. Si a eso sumamos que, por supuesto, la derecha, a la hora de la verdad, sí que pactará con los independentistas si es factible pactar, toda la retórica de "pactar con ERC", "pactar con Bildu", etc., puede leerse en términos desprovistos de épica.

La cuestión que tiene que dirimir el PSOE, y sobre todo Pedro Sánchez, es si estos pactos tienen un coste electoral inasumible. Y, sinceramente, a la vista de los resultados, no lo parece. Sánchez llegó al poder en 2018 con una moción de censura apoyada por la Hermandad del Mal en su conjunto: tanto ERC como el PdeCat y también Bildu apoyaron la moción. Un año después, en las elecciones de abril, con un discurso centrado en afrontar el reto de la malvada derecha española, al PSOE le fueron muy bien las cosas: 123 diputados. Su mejor resultado desde 2008.

Habrá que ver esos votantes qué hacen ante la manifiesta incompetencia del Gobierno para gestionar la pandemia (cuyo último éxito, ante la reducción de casos, parece ser un sorprendente afán por montar una tercera ola en enero a cambio de un par de cenas de Navidad; es decir, lo mismo que pasó con el verano), cuyos pésimos resultados no tienen parangón en Europa occidental; pero, desde luego, el argumento de que el Gobierno pactó con los malvados independentistas no parece tener demasiado recorrido: ¡pero si el Gobierno es Gobierno precisamente por pactar con ellos, en 2018 y ahora!

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