Si algo han demostrado los últimos comicios electorales, no sólo los del 28M, sino las pretéritas elecciones en Andalucía o Madrid, es que con los argumentos que en ellos desplegó la coalición gobernante no será suficiente para revalidar dicha coalición en las elecciones generales del 23J. Dichos argumentos son fundamentalmente dos: a) España va bien, en un sentido homenaje al Jose María Aznar de la primera legislatura; y b) si llega el PP, lo hará de la mano de la ultraderecha.
Puede que las cifras macroeconómicas sean positivas, pero olvidan que parten de una fosa, la provocada por la pandemia, que hundió la economía española en mayor medida que las de nuestro entorno (en parte por la dureza del confinamiento y en parte por cómo afectó la pandemia a sectores específicos, como el turismo), y que posteriormente la inflación está generando enormes dificultades a la mayoría de la población, que vive una realidad de incertidumbre y precariedad con la que los dirigentes de izquierda resultan singularmente poco empáticos. Es una "bonanza" muy frágil y con demasiados puntos discutibles como para que el Gobierno se ponga a sacar pecho de la economía.
En cuanto al segundo argumento, se parece mucho a la fábula de Pedro y el lobo. Funcionó muy bien en abril de 2019 e incluso en mayo de 2019, pero, claro está, como Pedro Sánchez nos había convocado a las urnas para frenar a la ultraderecha, logró frenarla, y luego se pasó meses sin querer forjar una mayoría de gobierno que, efectivamente, la frenase, para después abocarnos a una repetición electoral por puro cálculo electoralista, la verdad es que la cosa había perdido fuelle desde hace tiempo.
Sin embargo, últimamente se acumulan los factores que favorecen, aunque sea en una medida modesta por ahora, las expectativas de mejora de la izquierda. Quizás no para revalidar su mayoría, pero sí para evitar que el PP pueda arrebatarles el poder fácilmente.
Por un lado, obviamente, la ultraderecha se ha hecho carne, y se está visualizando diariamente ante toda la población. Hasta ahora, sólo teníamos las cuñadeces y chapuzas de Castilla y León, pero a ella se han sumado muchos ayuntamientos en los que el PP gobierna con Vox, e incluso algunos en los que es Vox quien gobierna con el apoyo del PP, como es el caso de Náquera. El caso de la Comunitat Valenciana y su pacto exprés se dirige en la misma línea: la de fomentar la movilización del electorado de izquierdas con tentaciones abstencionistas, que es mucho, porque las patochadas de Vox son tan eficaces para movilizar a la izquierda como cada actuación estelar de la Secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, "Pam", para cosechar miles y miles de votos conservadores.
Pero, por otro lado, por fin en el Gobierno parecen haberse percatado de que el público no está tan encantado de su gestión de la economía como al parecer lo están ellos. Y que no basta con exhibir cuenta de resultados (por muy buenos que crean que son) para que la gente se lance, desatada, a votar por el PSOE o por Sumar. Tampoco es suficiente con hablar a los ya convencidos a través de los medios afines, porque con ellos no salen las cuentas.
Por esta razón, desde la convocatoria de elecciones hemos visto a un Pedro Sánchez hiperactivo, primero con su propuesta de múltiples debates con Núñez Feijóo y después con su sobreexposición mediática en espacios y programas hostiles al presidente y al "sanchismo". Sánchez ha visitado a Carlos Alsina en Onda Cero, a Pablo Motos en El Hormiguero, y en breve hará lo propio con Ana Rosa Quintana en Telecinco. Sánchez quiere transmitir a los votantes de izquierda su convicción de que estas elecciones se pueden ganar, y que para ello han de ir a votar. Una estrategia mejor que la que ya conocíamos de las últimas convocatorias.
En frente, la izquierda cuenta con otra ventaja que en principio no es tal, como es la condición de favorito del PP y de Núñez Feijóo. Toda la campaña del PP se resume en generar la expectativa, casi la inevitabilidad, de una victoria "suficiente" (con o sin Vox), combinada con la mínima exposición, el mínimo riesgo, y la idea de que votar en verano es muy cansado, para qué tomarse tantas molestias si la gente lo que quiere es irse a la playa o al pueblo ... sabedores de que sus votantes están movilizados y votarán desde la playa, desde el pueblo, o desde donde sea. La cuestión es que el votante de izquierdas enajenado para este Gobierno siga donde está y no les dé por movilizarse.
Pero, como Feijóo es favorito, ahora todo el mundo tiene la mirada puesta en él. Su reacción instintiva, quedarse en la cueva, no está funcionando, porque no es fácil ignorar en plena campaña el bombardeo insistente de los medios y del público. La primera reacción de Feijóo es dejar pasar las cosas, que las solucione el tiempo (¡cómo nos recuerda este hombre a Rajoy!), pero hasta ahora este sistema le ha generado problemas adicionales, como con el caos y las contradicciones en que ha incurrido el PP en sus negociaciones con Vox y, más recientemente, la chapucera gestión del sobresueldo que cobra Feijóo del PP en calidad de presidente del partido, además de su sueldo como senador.
Una práctica, la del PP, que suscita muchas dudas en sí (¿por qué es incompatible ser senador con gestionar una empresa o trabajar como asalariado en otro lugar, pero no cobrar una asignación específica del partido?), pero que sobre todo genera muchas preguntas, y posiblemente bastante enfado, de los ciudadanos en el contexto electoral en que nos hallamos. Sobre todo, si el interfecto pretende mantener en secreto su sobresueldo. ¿Cómo una persona que aspira a ser presidente del Gobierno puede ocultar al público una información así? Peor aún: pretendía ocultarla hasta después de las elecciones.
Finalmente, el PP ha filtrado que Feijóo cobra unos 50.000€ del partido. Unas cifras en absoluto menores y que no le ayudarán ante el electorado. Feijóo es el favorito, pero eso hace que la mayoría de la gente se fije más en él y que el escrutinio sea particularmente intenso. Y, por ahora, no está saliendo muy bien parado. No es que vaya a perder las elecciones por estas cosas, pero puede desinflarse lo suficiente como para no sumar ni con Vox. Mientras, Sánchez, que no tiene nada que perder, continúa su frenesí de campaña, mostrando su convicción de que hay partido. El primer paso para que, en efecto, haya partido, aunque sólo sea para dilucidar si Feijóo logra la investidura o no.