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'Sapere aude': Merlí, la filosofía, el sexo y las mujeres

20/10/2018 - 

VALÈNCIA. Merlí arrogante. Merlí generoso. Merlí prepotente. Merlí brillante. Merlí manipulador. Merlí machista. Merlí patético. Merlí egocéntrico. Merlí carismático. Todos esos Merlí y algunos más configuran el complejo personaje que da nombre a la muy exitosa serie de TV3 que ahora revalida éxito en Netflix, hasta convertirse en un auténtico fenómeno en países como Chile o Argentina. El creador y showrunner de la serie es Héctor Lozano y está dirigida por Eduard Cortés. 

Merlí, estupendamente encarnado por Francesc Orella, es profesor de filosofía en un instituto público. Y tal vez eso es lo que le define más certeramente. Es, ante todo, un profesor. O mejor dicho, un maestro. Su vocación es indiscutible, así como su entrega y su capacidad para atrapar la atención de los estudiantes, para desafiarles e impulsarles a aprender. Es el profesor que nunca se olvida, el que todos quisiéramos haber tenido alguna vez o el que quisiéramos ser. Es la representación de la inmensa grandeza del que es uno de los oficios más bellos del mundo, la docencia.

Cada capítulo lleva el nombre de un filósofo (y alguna filósofa) cuyas teorías se desarrollan en el episodio y que, de modos diversos, se vinculan a lo que sucede en la ficción. Desde luego, no es nada habitual en una serie de adolescentes (porque Merlí es, entre otras cosas, una serie para adolescentes) aparezcan referencias a Judith Butler, Zygmunt Bauman, Hegel, Hannah Arendt, Walter Benjamin, Guy Debord, Albert Camus o Kierkegaard. De hecho, la serie ha disparado la matrícula en las carreras de filosofía, sobre todo en Catalunya, pero no solo. Puede que sea una moda y se pase pronto, pero bienvenida sea una ficción que les habla a los más jóvenes de la necesidad de pensar por sí mismos y de la importancia de la filosofía. No olvidemos que, hasta este jueves cuando el Congreso aprobó la obligatoriedad de la asignatura en Bachillerato, la filosofía ya no era obligatoria por obra y gracia de la reforma en 2013 de la LOMCE llevada a cabo por el anterior gobierno del PP. 

Lo que Merlí les inculca 'machaconamente' a sus alumnos, con métodos muy creativos, a veces poco ortodoxos y en ocasiones más que discutibles es la importancia de pensar por uno o una misma, de ser libres, de no ser sumisos, de dudar. Sapere aude: atrévete a saber. Lo aprenderán a trancas y barrancas, a base de golpes de la vida y de desconcierto. Y de reflexionar, de no conformarse.

Claro que la serie no funcionaría si solo hubiera un personaje interesante, por mucho que sea el protagonista. Y ahí es donde la configuración de los y las jóvenes que conforman el aula brilla. Sus historias nos interesan, aunque ya no seamos adolescentes. Sí, están sus amoríos y la tensión e irritabilidad que el paso a la edad adulta provoca, a veces son niñatos insufribles, es lo que tiene la edad, y algunos clichés son inevitables. Tiene todo lo que conforma una serie de y para adolescentes, pero lo cierto es que Merlí está a años luz de la mayoría de ellas. Esto no es Física y química, ni Al salir de clase, ni Compañeros. Hay una vocación de complejidad, de no quedarse con la solución fácil y tópica, de crear personajes con enjundia y capas. Y, desde un punto de vista formal y narrativo, de no caer en el melodrama ni en el culebrón.

El mejor ejemplo, aunque no el único, es Pol Rubio, interpretado con efectividad y mucho carisma por Carlos Cuevas. Al principio el chulo de la clase; el guaperas mujeriego, encantador y egoísta, pronto mostrará que es mucho más que eso, y no solo por su bisexualidad (un aspecto interesantísimo de la serie), hasta el punto de que la tercera temporada es principalmente suya. De hecho, se acaba de anunciar un spin off centrado en este personaje. Pero, en general, todos los personajes, con mayor o menor naturalidad, aunque en general de forma bastante orgánica, van a mostrar complejidad y evolución. Cuando acaban las tres temporadas de la serie nadie, ni profesores ni alumnos, son iguales a cuando comenzaron.

 

El ejercicio de la sexualidad por parte de los y las protagonistas no se centra en que es una edad en las que las hormonas están disparadas y todo el mundo quiere follar todo el rato (aunque esto está, cómo no), sino en la naturalidad de la vivencia sexual y afectiva. La bisexualidad de Pol que ya hemos comentado, la homosexualidad de varios personajes o la aparición de una profesora transexual son algunos de los hitos que vemos en la ficción y que reivindican, con llaneza y soltura, la libertad y la diversidad sexual. También se tratan sin aspavientos, moralismos o paños calientes temas como las drogas, las madres adolescentes, el suicidio, las enfermedades terminales, la muerte o los trastornos mentales. Son cosas que forman parte de la realidad y como tal han de ser tratados.

Merlí y las mujeres

Donde la serie tiene un problema, en su primera temporada, es en el desigual tratamiento de los hombres y las mujeres. Merlí, el personaje, es un machirulo, esto es así. Su forma de tratar a las mujeres, su condescendencia y su prepotencia responden a un modelo de masculinidad dominante y sin fisuras que ve a las mujeres como objetos. Pero esto no es un problema. Que un personaje en una serie sea machista o misógino define al personaje, no a la serie. Con esas características se pueden sacar tramas de todo tipo y el personaje puede ser interesantísimo. No pasa nada. El problema es cuando ese es el punto de vista de la serie y no solo una característica del personaje. Y es lo que sucede en la primera temporada. A su favor hay que decir que, tras las críticas realizadas desde la perspectiva de género, la serie cambió y subsanó gran parte de las carencias en este sentido.

¿Qué sucede en la primera temporada, más allá del comportamiento machirulo de Merlí que, insisto, describe al personaje? Lo tienen perfectamente explicado en este artículo de la revista Zena, pero resumo algunas cuestiones. No hay prácticamente ningún personaje femenino que protagonice tramas. Las tramas principales, sean de profesores o alumnos, son de los chicos. Las mujeres aparecen como objetos de deseo o como madres, circunscritas al ámbito familiar. De hecho, solo se ve a hombres dar clase, no hay prácticamente planos dedicados a las profesoras ejerciendo su profesión, dado que sus personajes se definen en función de los masculinos: la profesora de plástica, Glòria, como esposa y soporte emocional de otro profesor (Santi); la de inglés, Laia, como objeto de deseo de Merlí y otros; y Mireia, la de latín, como objeto de interés de Eugeni Bosch (Pere Ponce), el de lengua y literatura catalana.

Incluso Gina, el personaje femenino más fuerte, que es, sin duda, interesante y muestra cierta complejidad (muy bien interpretado por Marta Marco), en realidad solo cumple su función como objeto de deseo del protagonista y madre de un estudiante. Las alumnas, por su parte, no tienen tramas importantes y, en general, las que tienen están relacionadas con su cuerpo y los conflictos amorosos. Que también se dan en los chicos, por supuesto, pero no de forma única. Y, desde luego, tienen mucha más importancia y recorrido que los de las alumnas.

 

Como ya he comentado, esto se subsana en parte en las dos siguientes temporadas. Las críticas no cayeron en saco roto, lo cual es una buena noticia que, además, enriquece el producto. Hacen su aparición más personajes femeninos importantes, tanto entre los adultos como entre los jóvenes, y algunos de los ya existentes cobran más relevancia y sus conflictos tienen mayor peso. Incluso la propia actitud chulesca de Merlí con las mujeres se suaviza, y aunque sigue siendo un ligón impenitente y un tipo irritantemente seguro de sí mismo, de vez en cuando recibe alguna lección de humildad y encuentra muchas resistencias provocadas por su actitud, resistencias que en la primera temporada no se veían.

En resumen, y aún con todo ello, Merlí es una serie más que notable. Tramas de interés, personajes atractivos, actualidad y una defensa del pensamiento, de la libertad y de la cultura (y de la enseñanza pública) que no se ve tanto como sería necesario. Ah! Y engancha. Se ve con mucha facilidad, es ideal para un maratón. Cumple la máxima de Horacio, que no era filósofo sino poeta, pero que nos viene al pelo y no disgustaría a Merlí, el profesor rebelde: prodesse et delectare, enseñar deleitando.

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