Por San Juan, la sardina pringa el pan.
Saltar la hoguera, bañarse a media noche y quemar los malos pensamientos. Las sardinas son parte de este ritual, de los solsticios de verano en nuestras costas. Con la subida de temperaturas de las aguas saladas, llega la sardina y con la noche de San Juan comenzamos a disfrutarlas, ya pringan el pan.
En la pizarra de Terra Milles están con tiza escritas las sardinas, aquí que ofrecen el pescado de lonja justo al lado de la misma, en el puerto marítimo del Grau de Castelló. A pocas cajas que haya, se las lleva esta cocina, si ellos no tienen es que no hay. Con buena letra, siguen sin tachar, aún quedan raciones.
Kilómetro cero o mejor dicho, terra milles como denominan a la zona de exclusión de pesca por ley, unas millas hasta la costa o la tierra. Antiguamente, con vigilancia laxa era tentador calar las redes, pero hoy en día es imposible burlar la ley, dejando terra milles para comer y fora milles, límite hacia afuera, para pescar.
Sardina fresca, del día, pasada por la parrilla, con ojos blancos y colas rubias, directas a una mesa con la brisa de la lonja. Mis dedos van directos a la media ración, soy la segunda persona que las toca. Separo un lomo de la espina y lo saboreo. Comer sin cubiertos, porque el calor templado y la textura de la piel también alimentan el alma. Mojan el pan como dice el refrán, con esa grasa óptima que acentúan el sabor y aroma de su carne. Y así, acabo el plato. Como dice un proverbio japonés, hasta la cabeza de una sardina puede convertirse en un dios, cuando se le reza con fervor.