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No éramos dioses. Diario de una pandemia #56

Se traspasa país

1/06/2020 - 

VALÈNCIA. Vamos a estrenar otro mes. Junio huele a felicidad engañosa, a sudor y a arena de playa; junio regresa, una vez más, con la amenaza del fin de curso, la humedad y sus mosquitos, las uñas largas de los pocos turistas que se dejen caer por aquí, y la frivolidad como unidad de medida en las conversaciones de las tardes largas y plomizas.

Por la noche mi madre y yo vemos La última cena. Lumpen televisivo, morralla famosil, trifulcas de taberna. Dos mujeres falsamente rubias —Lydia Lozano y Mila Ximénez— hacen como que se pelean. Sal gorda en sus palabras, mucha sal gorda. El resto de los invitados cena indiferencia y arroz con perdiz. Lydia, muy ofendida, coge un bolsazo y se marcha del plató. Mila la insulta y la manda a la mierda.

Pienso que lo que acabo de ver es una prueba irrefutable de la decadencia de Occidente sobre la que escribió el señor Spengler.

En esto he acabado tras casi tres meses de encierro: en espectador de otro programa de rojos y maricones, según expresión atinada de su presentador.

El Gobierno chino contrata páginas enteras de publicidad en la languideciente prensa de papel con el fin de defender su gestión en la pandemia. Me alegro por los compañeros de profesión. Así sus empresas podrán pagar algunas nóminas.

Dos millones de votos cautivos

Otro Gobierno, casi igual de culpable que el chino en esta tragedia, ha aprobado la renta mínima para familias necesitadas. Será una medida estructural —es decir, permanente— y no coyuntural, advierte el vicepresidente comunista. La paguita, tal como se le conoce en el lenguaje del vulgo, garantizará dos millones de votos cautivos, cifra con la que se conserva o pierde el poder. Bienvenida la pobreza subsidiada.

Un agricultor murciano, desesperado, se queja de no encontrar trabajadores para recoger la cosecha. "Los españoles no quieren pisar el campo", dice. El campo es asunto exclusivo de marroquíes, rumanos y ecuatorianos, de los inmigrantes.  

Ecos del último desacuerdo entre expertos: unos dicen que el virus está vencido; otros que habrá rebrotes. ¿A quién creer?

El camarero del bar Janet se acerca a mi mesa. "¿Cómo va todo?", le pregunto después de muchos meses sin verlo. "Esto es el mundo al ralentí, el mundo a veinte por hora", me suelta. Le comento que el tempo con que se vive en la Península debe parecerse al de La Gomera una tarde de agosto. La cerveza que me sirve está deliciosa.

Galería de un cementerio con la madre del autor al fondo.

Mi madre y yo acudimos al cementerio a la caída de la tarde. Estamos solos mientras caminamos por las galerías. Hileras de hormigas son las dueñas del territorio. Todo tiene un aire como sucio y dejado. El polvo se acumula sobre las lápidas. Limpiamos las de tía Meme y otros familiares. Les dedicamos oraciones breves. Se merecen más, pero tememos que nos cierren las puertas.

Leo novelas pese al criterio de Pla

Tengo más de 40 años y sigo leyendo novelas, en contra del criterio de Pla, que excluía la narrativa de sus gustos literarios a partir de esa edad.

He escogido La peste de Albert Camus, lo que no tiene nada de original. De hecho, el ejemplar de esta edición de Edhasa se acabó de imprimir el 29 de abril, en una de las semanas más aciagas de la pandemia.

Otro francés como André Gide sostenía que sólo se podían escribir malas novelas con buenas intenciones. La peste demuestra lo contrario. Valores como la solidaridad y la piedad con el ser humano —palabras que de tan mancilladas no dicen ya nada— inspiran esta historia que narra la propagación de la peste en la ciudad de Orán, en los años cuarenta del siglo pasado.

Hay páginas que pudieron haber sido escritas ayer. Camus escribe: "Las casas de los enfermos debían ser cerradas y desinfectadas, los familiares sometidos a una cuarentena de seguridad, los entierros organizados por la ciudad, en las condiciones que veremos. Un día después llegaron los sueros por avión. Eran suficientes para los casos que había en tratamiento. Pero eran insuficientes si la epidemia se extendía. Al telegrama de Rieux respondieron que el stock se había agotado y que estaban empezando nuevas fabricaciones".

La desvergüenza de una ejecutiva de Amazon

Una revista femenina entrevista a la vicepresidenta de Amazon en España e Italia, Mariangela Marseglia, que declara: "Me entristece que algunos hayan visto en esta crisis una oportunidad para lucrarse".

¡Y lo dice la directiva de una compañía que ha arrasado el pequeño comercio desde que se fundó en 1994!

Un local vacío se traspasa durante la pandemia.

Antes de regresar a casa paseo por el centro de la ciudad. Veo a poca gente esta mañana de domingo. En la calle Mayor cuento hasta media docena de negocios que se traspasan, venden, alquilan o han colgado el cartel de "Liquidación por cierre". Son tiendas de ropa, informática, muebles y papelerías. Pequeño comercio para el que no se ve un sustituto de igual naturaleza. Los chinos, igual de fortalecidos que Amazon por la crisis, comprarán algunos de esos locales. Será una suerte para los propietarios porque suelen pagar en efectivo.

En otras calles asisto a un panorama igual de desolador.

El coronavirus ha acabado, o está en vías de hacerlo, con el pequeño comercio que había sobrevivido a la crisis de 2008.

España es un país que se traspasa, y lo peor de todo es que nos van a comprar a precio de ganga. 

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