VALENCIA. Le cuento a Serge Haroche (Casablanca, 1944) que, de camino a la entrevista, he tratado de explicarle su teoría de la decoherencia cuántica y, como extensión, la superposición de estados a mi hijo de 13 años usando la metáfora del gato de Schrödinger. “Espero que hayas tenido éxito”, me responde entre risas. Premio Nobel de Física en 2012, en sus experimentos consiguió, con ayuda de un láser, atrapar en una caja un campo formado por unos pocos fotones y prepararlo en una superposición cuántica de dos estados (el gato está vivo o muerto, sería la respuesta cuántica al problema de Schrödinger). El científico francés se ha destacado también por su defensa férrea de la ciencia básica y su implicación con la sociedad.
–Me interesa conocer la perspectiva del Premio Nobel que viene a los Premios Jaime I, verlo con vuestros ojos. Qué encontráis de estimulante en la cita de Valencia.
–En Valencia aprendo mucho sobre la ciencia en España. De hecho, conozco a científicos en mi dominio en Barcelona y en Madrid, pero no en otras partes como Valencia, País Vasco, Zaragoza. Hay mucha buena ciencia en áreas como astronomía, astrofísica, química, y eso es interesante para mí. Además, en el jurado de estos premios hay gente muy atractiva y los días que paso aquí tenemos muchas discusiones interesantes sobre la ciencia, sobre cómo es percibida por la sociedad. Hemos tenido un coloquio acerca de ello con estudiantes, doctorados y científicos senior, en el que hemos compartido nuestras impresiones acerca de cómo la ciencia en España y, de forma más general, en todo el mundo tiene desafíos, dificultades, esperanzas sobre el futuro.
–¿Cuál ha sido tu aportación en ese coloquio sobre la situación de la ciencia?
–Mi sensación es que nos encontramos en una situación paradójica, porque la ciencia es necesaria para resolver y afrontar los desafíos de la sociedad, pero al mismo tiempo hay un movimiento anticientífico muy fuerte. La ciencia tiene que pelear para restaurar su lugar en la sociedad. Es importante, en especial para los jóvenes científicos que están incorporándose a la carrera investigadora, entender qué clases de retos tienen ante sí y qué clases de situaciones están implicados en ellos.
–Muchos científicos lamentan, en efecto, que la ciencia ha perdido la posición de autoridad que tenía en el pasado. Algunos lo atribuyen a esa obsesión por compartimentar la realidad y estudiarla con una visión reduccionista. Eso los ha alejado de la sociedad, que no entiende muchos de sus trabajos. El problema es que, en los grandes problemas, como el cambio climático, la sociedad está poniendo todas las voces al mismo nivel. En el espacio público se iguala a la ciencia con planteamientos extremos y escépticos. ¿Qué tiene que hacer la ciencia para recuperar su posición?
–Creo que parte del problema proviene del hecho de que la ciencia es global, es universal. Los valores de la ciencia no pertenecen a un solo país, sino a todos. Los científicos en el mundo, en cualquier lugar, comparten los mismos valores. Al mismo tiempo, vivimos en una sociedad en la que la gente tiende a reunirse en pequeños grupos, porque se sienten amenazados por la globalización. Una de las razones por las que ya no se confía en la ciencia es porque no se puede vincular a una identidad, a un solo grupo, especialmente si los grupos se forman en los medios de comunicación o en las redes sociales. Esta es una de las razones por las que la ciencia está bajo ataque ahora mismo. Es malo, por supuesto, porque la ciencia es racional y la necesitamos para resolver los problemas que afrontamos.
–¿Cómo restaurar esa situación?
–No sé qué puede hacer la ciencia, pero creo que se necesita más gente capaz de entender en qué consiste el pensamiento racional y cuáles son los valores de la ciencia. Si la gente está educada no está tan sometida a la influencia de quienes tratan de hacer creer que cualquier idea y cualquier ideología es peor que la suya. Esa clase de relativismo cultural es muy mala. Antes has comentado que la ciencia está compartimentada y no estoy seguro de que sea así. Los problemas de ahora son globales y cada vez entendemos mejor que las ideas científicas provenientes de diferentes campos tienen que ponerse en común. Por ejemplo, en el cambio climático, químicos y físicos tienen que trabajar de la mano, e implicar también a los científicos sociales y psicólogos porque la solución tiene que ser aceptada por la población. La adopción de nuevas formas de vida para mitigar el calentamiento global requiere de una propuesta complementaria.
–¿Se está llevando a cabo ese trabajo de aproximación conjunta al problema global?
–Ese es el objetivo. Lo que resulta escalofriante para mí es que tenemos desafíos que resolver y vamos en la dirección exactamente opuesta. La situación actual de Ucrania no es solo una tragedia en sí misma, sino también es algo que va completamente en contra de lo que deberíamos estar haciendo. Deberíamos intentar resolver el problema de la energía y estamos haciendo que sea aún más serio.
–La comunidad científica está permaneciendo relativamente callada ante la tragedia de Ucrania. No hemos oído la voz potente de la ciencia como sí se ha escuchado en conflictos pasados en Europa.
–No está en silencio. Los científicos que conozco han tratado de apoyar a nuestros colegas de Ucrania y también a los rusos que están en contra de la guerra y están en una situación muy difícil. No sé muy bien qué puede hacer la ciencia en una situación así. Cuando te encuentras enfrente a gente que está negando la realidad … la habilidad para definir cosas y utilizar las palabras correctas para referirse a ellas es la primera aproximación de la ciencia. Es exactamente lo que está demostrando esta guerra. Como científico, el primer sentimiento que tienes es el de un deportado, te sientes un homeless. 150 premios Nobel firmaron los primeros días de la guerra una declaración en contra de lo que están haciendo los rusos, pero no les importa. Nuestra voz no se escucha.
–En tu libro The Science of Light defiendes la investigación básica en ciencia, la blue sky research. En tiempos en los que la inversión tiene que generar un retorno a corto plazo y los kpi imponen su ley, ¿qué nos enseña la historia acerca de esto?
–La principal lección es que la investigación movida por la curiosidad es la base de todo lo que sucede después, de todas las aplicaciones, las invenciones. Las sociedades exitosas son aquellas en las que la ciencia básica ha podido desarrollarse. A veces, por razones difíciles de comprender, en el siglo XVII o a principios del siglo XX, una mayor evolución en ciencia estuvo correlacionada con grandes tragedias para la humanidad. Pero a pesar de eso, de la ciencia básica es de donde han surgido las ideas que han traído una nueva visión al mundo. Eso es lo que necesitamos como civilización.
–Se habla desde hace un tiempo de la segunda revolución cuántica, ¿está más claro ya cuál será su alcance?
–La primera revolución cuántica está clara, ha dado lugar a muchas invenciones que han cambiado nuestra vida. La clave de la segunda es tratar de aprovechar las extrañas lógicas del mundo cuántico, como la superposición de estados o el entrelazamiento. Ya vemos aplicaciones, como nuevas formas de medir con mucha más precisión. También toda la investigación alrededor del ordenador cuántico con nuevas formas de computación basadas en el paralelismo con la física cuántica. No estoy seguro de que alcancemos algún día un ordenador cuántico tan eficiente como el que soñamos ahora, pero en el camino descubriremos cosas inesperadas. Eso es lo que nos ha enseñado la historia, si miras hacia atrás, cuando Einstein descubrió la emisión estimulada no tenía idea de que 40 años después nacería el láser, y cuando esto sucedió nadie concebía la cantidad de aplicaciones que el láser tiene hoy. La revolución cuántica nos sorprenderá de formas que no podemos imaginar y no podemos extrapolar a partir de lo que hacemos hoy. Tenemos que mantener un equilibrio cuidadoso entre el hype y la esperanza (the hype and the hope, es el juego de palabras). Claramente se debe invertir dinero en esta área, incluso si no tienes claro dónde te llevará. Tienes grandes compañías como Google o Microsoft haciéndolo.
–¿Hasta qué punto es estratégico para Occidente ganar esta carrera frente a China?
–Estamos todavía en una fase de ciencia básica que debería ser compartida sin secretos. Si caes en el secretismo probablemente acabes ocultando tu propia investigación y a este nivel debe ser totalmente abierta. En Europa tenemos el ERC (European Research Council) con países asociados como Suiza, Reino Unido e Israel que participan libremente de toda la información, porque esa colaboración genera ventajas. Y tenemos que hacerlo también con China y Japón, pese a que hay una cierta competición nacionalista nada saludable.
–La decoherencia cuántica que su experimento demostró sacude las bases del pensamiento occidental de la modernidad basado en la disyuntiva, en el dilema. La ciencia nos dice que dos estados contrarios, el cero y el uno, pueden estar presentes de forma simultánea a escala de partículas, pero nuestra cultura se ha construido sobre la negación como afirmación. L’absence de toute rose.
–Lo que dices me recuerda mucho los planteamientos de Bohr influidos por la filosofía oriental. La realidad a nivel microscópico es diferente a la realidad a nivel macroscópico. Antes de que midas, una partícula está en todos sitios al mismo tiempo. El tipo de realidad a la que tienes acceso depende de la forma en la que midas, de los aparatos que uses, está noción de preparación implica en última instancia que el resultado es azaroso. Pero el azar, la superposición de estados, la dualidad onda-partícula, confluyen para crear una teoría coherente y consistente, que es la teoría cuántica. Además, es matemáticamente muy simple. Vivimos en un mundo clásico en el que el comportamiento cuántico está validado por la decoherencia. Desde el cubismo o Salvador Dalí, siempre ha habido una interacción entre la ciencia y el arte y la cultura, es parte de la civilización. Y la filosofía ha ido cambiando en relación con las ideas científicas. Tenemos que vivir estableciendo fronteras entre el mundo cuántico y el clásico, manteniéndonos en un lado, pero explorando lo que ocurre en el otro lado. Eso es lo que hace a la ciencia tan interesante.
–¿Cómo está posicionada Europa en la carrera de las tecnologías cuánticas?
–Europa está en una buena posición porque tiene buenas líneas de apoyo, una de ellas es uno de sus programas de bandera, y cada país está poniendo dinero. En Francia, Reino Unido y Alemania encuentras buenos fondos en este ámbito. La ciencia debe estar dirigida desde abajo (bottom), los científicos deberían decidir lo que quieren hacer y las actuaciones desde arriba (top) deberían ser las mínimas, porque no sabemos exactamente dónde nos está llevando ese campo de investigación y debemos tener abiertas el mayor número posible de ventanas. Hay un programa fuerte también en EEUU y China está poniendo una enorme cantidad de dinero, de otro orden de magnitud. Pero hay algo en Europa que no existe en China, que es la libertad de pensamiento, la libertad para llevar a cabo este tipo de investigación desde abajo. Tenemos menos dinero, pero somos más libres para investigar y esa es una ventaja de Europa. China es muy buena, pero no tienen la libertad de la imaginación. Creo que es importante que mantengamos una discusión abierta y un intercambio de información con China todo lo que podamos. Pero al mismo tiempo, creo que no puedes intercambiar ciencia con gente que no comparte los mismos valores básicos.
–Da la sensación, sin embargo, de que es Europa la que duda de sus propios valores. El auge de los populismos parece ser un síntoma de ello.
–Sí, pero a pesar de todo compartimos unos valores comunes y eso es muy importante para la ciencia.