VALÈNCIA. Una ladrona alcohólica y un asesino a sueldo son los protagonistas de Buena conducta (Good Behaviour es su título original), serie cuya segunda temporada acaba de comenzar su emisión en el canal TNT. Basada en las novelas de Blake Crouch sobre la timadora Letty Dobesh, ofrece algunos buenos motivos para prestarle atención. No es esa serie que marcará una época, ni un antes y un después, pero sí resulta un entretenimiento interesante, y va un poco más allá de pasar el rato.
Uno de los motivos de interés son los más bien sorprendentes intérpretes de la pareja protagonista. Ella es Michelle Dockery, que se hace cargo de un personaje alejadísimo de la refinada Lady Mary Crawley de Downton Abbey que le hizo famosa. Aquí borda a la muy inteligente timadora Letty Raines, un personaje con muchos matices y caras, tan pronto vulgar como sofisticada, tan vulnerable como dura, pero siempre fascinante, capaz de vivir cómodamente (al principio más, al final menos) en su mundo lleno de mentiras y trucos. En realidad, la serie está a su servicio y Dockery saca buen rédito de ello, cosa que los espectadores agradecemos y aplaudimos. El coprotagonista es Juan Diego Botto, a quien nadie esperaba ver en una serie estadounidense, y que hace suyo a Javier Pereira, un asesino a sueldo argentino que vive y trabaja en Estados Unidos, que también tiene sus matices y recovecos. El actor sale airosísimo del reto y funciona de maravilla con Dockery; ambos despliegan una innegable química, absolutamente imprescindible para expresar las muchas vueltas que su complicada relación da, relación plagada de desconfianza pero también de atracción sexual de alto voltaje, muy explícita en las imágenes de la serie. Destacan en el elenco la hermana del actor, la excelente actriz María Botto, que interpreta, justamente, a la hermana del protagonista, y la gran Ann Dowd, en la piel de una agente del FBI, casi tan inquietante como sus personajes de The Leftovers y El cuento de la criada.
Pero más allá del carisma y el atractivo de los intérpretes y personajes, Buena conducta muestra una ambigüedad moral bastante llamativa. Los deseos de Letty de convertirse en una familia “normal” (tiene un hijo al que ve escasamente) acaban poniendo en cuestión qué diablos es eso de la normalidad y no digamos ya de qué hablamos cuando hablamos de familia. Lee libros de psicología positiva, los que dan consejos para conseguir la felicidad diciendo cosas como “sonríe y mira adelante” o “quiérete y avanza”, al modo del personaje de Kirsten Dunst en la segunda temporada de Fargo. Ambas, la Peggy de Fargo y la Letty de Buena conducta gastan mucha energía en ser “la mejor versión de ti misma”, máxima que inunda los libros de autoayuda, ese placebo neoliberal para adaptarse y ser conformistas abrazando la cultura del éxito y el consumo. Se esfuerzan mucho, pero lo único que consiguen es ahondar más en la diferencia y descubrir que ser normal pasa por el abismo. Todos los intentos de Letty de ser una buena madre y de dejar de ser una delincuente acaban aumentando su condición de marginada y obligándola a seguir timando y robando. En realidad, la familia modelo es la del asesino que interpreta Botto, una gran familia de hermanas, sobrinos, tíos, etc. a priori “modélica”. Una familia inmigrante, a más señas, que se presenta completamente integrada en la sociedad USA pero que no va a tardar en exhibir el precio que se paga por ser “normal”.
Esta nueva vuelta de tuerca al sueño americano, mostrada a través de quienes se mueven en sus bordes y sus grietas, está contada con mucho ritmo, mucho erotismo, mucha ironía y sus buenas dosis de humor negro. Los cambios de tono, que pasan de lo dramático a lo cómico en un momento, algunas situaciones que van del patetismo a la grandeza, ofrecen cierta extrañeza atractiva. Y todo junto da como resultado una serie entretenida y disfrutable, que ofrece algo más que la curiosidad de ver a Juan Diego Botto en una producción USA de este calibre.
JJ DiMeo tiene 15 años, parálisis cerebral y es el mayor de tres hermanos. Va en silla de ruedas y no puede hablar, lo que no impide que sea muy expresivo y capaz de disfrutar de la vida. Su familia ha crecido y se ha organizado en función de su situación, pues es su estado el que determina su modo de vida. Esto, que parece un drama tremendo, es en realidad una sitcom (comedia de situación, capítulos de 20’) llamada Sin palabras (Speechless en su título original), que en estos momento está en emisión en el canal Fox. La serie hace gala de muchísima ironía y de un gran sentido del humor muy esquinado y en ocasiones alejado de la corrección política, que descoloca. Los DiMeo están compuestos por un padre perezoso, de envidiable buen humor y al que le importa un bledo lo que piensen los demás; una madre empeñada, caiga quien caiga, en que nadie sienta compasión de ellos ni vea a su hijo o a su familia como víctima; una niña de 13 años muy madura y extremadamente competitiva, que gana en cualquier cosa, y el pequeño de la casa, obsesionado con ser normal a pesar de su excéntrica familia. El grupo se completa con el cuidador de JJ, formando ambos una pareja extravagante que ofrece grandes momentos cómicos.
Se da la circunstancia de que el actor protagonista, Miqueas Fowler (que hace un trabajo excelente), tiene parálisis cerebral, aunque él sí puede hablar, al contrario que el personaje. JJ está en las antípodas de la caracterización de los personajes con discapacidades que suele ofrecer el cine o las series. De ninguna de las maneras la serie apela a nuestra mirada compasiva, ni a través del personaje de JJ ni con el resto de la familia. Su casa es un desastre y no les importa lo más mínimo que sea así. No luchan por ser aceptados, en realidad intentan que el mundo se adapte a ellos y no al revés. Los DiMeo, muy especialmente a través del personaje materno, interpretado por Minnie Driver, ponen las reglas. Y por eso a ratos son patéticos o mezquinos y a veces nos caen fatal, como en cualquier sitcom sin sillas de ruedas. Lo que sucede es que sus intentos de ser normales y no ser percibidos como especiales acaban poniendo de manifiesto la falsedad y la arbitrariedad que se oculta tras el hecho de ser un ciudadano o una familia “normal”. La serie se ríe de las convenciones sociales, de las buenas intenciones y de muchos de los valores que damos por supuestos. Y consigue que el público lo haga con ella. Un entretenimiento muy saludable y valioso.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado