Series y televisión

EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

'El crucero de la caca': Netflix apuesta por contenidos de mierda

Netflix empieza a tener contenidos que hacen que rivalizan con los rincones más oscuros de la TDT por su poca calidad

VALÈNCIA. Por el trabajo de mi pareja, durante muchos años he estado en contacto diariamente con los contenidos de las fosas abisales de la TDT. La norma más que la excepción han sido documentales y docu-realities repetitivos hasta la hilaridad y de contenidos más bien pobres. Buena parte de ellos procedían de cadenas locales de Estados Unidos, como si aquí 8TV Hinojiosa del Duque vendiera su programación a cadenas nacionales de Corea del Sur. Pero qué decir, eran malos, sí, pero me gustan. 

Los de crímenes siempre eran excelentes, los de reformas ya no tanto, pero en general podía ver varios seguidos de cualquier género, sin esperar nada pero tampoco sentirme frustrado, buscando ese efecto narcótico de la televisión que nos hizo adictos cuando éramos niños y que, ahora, con la posibilidad de elegir tanto contenido a la carta, cuesta tanto obtener. El aburrimiento dulce, languidecer, sestear sin rebobinar luego… perder el tiempo miserablemente. La sociedad actual exige mucho, incluso con el ocio, aparte de cortarse comiendo para mantener la figura, hay que llevar también una dieta estricta de lo que se ve, no vaya a ser que sufras de MOFO, y coger y pasar de todo, hasta de divertirse y vibrar con la serie del momento, al final es un descanso. 

Lo que ya no es tan normal es que una cadena de pago, de alcance universal, cotizada en el NASDAQ, que llegó a nuestra vida con la vitola de revolucionar la televisión para siempre, que sus series eran el nuevo cine, que había enterrado a la televisión tradicional, hablo de Netflix, empiece a tener un menú prácticamente indistinguible de la TDT entre realities y documentales chorras. 

La prueba palmaria de este cambio en la programación que se suponía “de calidad” la hemos encontrado esta semana en El crucero de la caca, un documental perteneciente a la serie Fiasco total, que narra desgracias con toque desenfadado. Es bastante gracioso comprobar que, como lo da Netflix, los medios están obligados a anunciarlo y te encuentras ahí en prestigiosos periódicos la noticia dada con solemnidad “Netflix estrena El crucero de la caca”. En su descargo hay que decir que probablemente la combinación de palabras “Netflix estrena” sea muy rentable en discover, el algoritmo que reparte el tráfico en Google, y lo seguirán poniendo tanto como si el contenido es el cine de Shuji Terayama o un Bombero Torero en Teruel. Un fenómeno este en el que no se distingue quién es más autómata, si los medios o los que hacen clic y fortalecen el algoritmo. 

El crucero de la caca como documental es extraordinariamente malo, pero está muy bien. Muestra un suceso que merece la pena ser conocido, pero lo hace con un sentido del humor estadounidense en el que la prestancia y la estupidez satisfecha son detestables. Y cuando pasa a los discursos sentidos es para llorar amargamente de dentera. 

La historia es bastante sencilla y carece de sorpresas. Un crucero se echó al mar con no sé cuántas mil personas borrachas, se produjo un incendio y la embarcación quedó a la deriva. Al estropearse el sistema eléctrico, se quedaron también sin agua corriente, con lo que no podían tirar de la cadena en el baño. Se les obligó a defecar en bolsas de plástico, pero la desgracia no se quedó ahí. Cuando el crucero fue remolcado, se escoró y todas las aguas fecales rebosaron e inundaron las dependencias de los viajeros. 

Ante la tragedia y el caos, se pensó en dar barra libre en el bar y que la gente al menos pudiera pasar el trago ciega, pero eso condujo a lo esperado: peleas. Que en esta situación se convirtieron en gente tirándose bolsas con heces unos a otros. En un momento dado, otro crucero pasó al lado de ellos y todos sus pasajeros, con la música a tope, se dedicaron a sacarles fotos y reírse de ellos, estando como estaban acampados en la cubierta, comiendo lo que podían y evacuando en condiciones lamentables. 

Uno de los testimonios proviene de una mimbro de la tripulación que era de origen soviético. La mujer le da caña a los desgraciados turistas, dice que ahora por fin pudieron vivir en sus carnes cómo era la URSS. Se subrayan sus comentarios sarcásticos. Y yo me pregunto ¿Por qué ese sadismo? Todo el mundo, incluso los pasajeros del otro crucero, y por supuesto los espectadores, -para eso se ha hecho este documental- disfrutan de la desgracia de estos turistas. 

Aunque el documental sea, como el tema que trata, una mierda, me surge una reflexión que, como habitante de un codiciado destino turístico mundial, no puedo evitar hacerme. Hay dos momentos en la vida de un ser humano en el que la vulnerabilidad salta a la vista. Uno es, evidentemente, la enfermedad, en la que se medita sobre lo vivido, sobre el futuro, sobre si existirá ese futuro y cómo se viviría; la otra es, a mi modo de ver, el turismo. 

No nos damos cuenta porque estamos en la rueda del hámster, pero cuando nos vamos de vacaciones salimos de unas rutinas circulares en las que nos sentimos cómodos y a la vez estamos atrapados en ellas. Dentro de ellas, hablas tu idioma, tienes conocimientos que otros necesitan, cobras por ello, duermes en tu casa, y vuelta a empezar. Tenemos control sobre ese círculo. 

Cuando viajamos al extranjero, desaparece ese control. No dominas nada. Y no porque sea misterioso, sino porque estás fuera de tu rutina y lo primero que no sabes es qué es lo que es eres tú mismo. ¿Qué eres tú fuera de las ocho o diez horas pringando, las dos que tardas en ir y volver y el rato que te queda al final del día en el que te lavas, ves el móvil y algo en la tele si hay suerte? Fuera de eso no eres nada, un don nadie.

Te engañas a ti mismo yendo a museos o contemplando edificios emblemáticos allá donde te halles, pero no te interesan realmente. Vas por la calle como un pato mareado y, si es en grupo, pronto varios integrantes entrarán en crisis de identidad. Uno se pondrá a dar órdenes estúpidas al resto, querrá imponer gilipolleces, otro la liará de cualquier manera seguramente ebrio y alguno amargará al resto con una discusión inútil que no viene a cuento. 

Como en una maldición, como en White Lotus, todos sucumben. La caída al vacío, a las profundidades abisales del absurdo de la existencia, es terrorífica cuando uno se encuentra en estado de turista. No es extraño que muchos, ante este conflicto con el dasein (ser-ahí) de Heidegger, se dediquen simplemente a emborracharse, mear el mobiliario y cagarse encima. ¿Y por qué hacen eso? Porque no están locos, porque están muy cuerdos. Y esta es la enseñanza que yo extraigo del Crucero de la caca de Netflix y los quince euros que me cuesta al mes la broma. 

 

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