VALÈNCIA. Esta semana el New York Times traía una interesante columna que se preguntaba si las series de televisión eran responsables de lo extendidas que están las creencias conspirativas en la actualidad. El articulista es consciente de que las grandes teorías conspiranoicas, como el pánico por la masonería o os Illuminati, eran anteriores a la televisión, pero consideraba algo muy interesante: que las miles de horas de ficción que hemos nos hemos tragado en televisión, con su gusto por los misterios barrocos, han podido sugerir a los espectadores que la sospecha es síntoma de inteligencia y conformarse con la historia “oficial” es de pringaos.
Se citan ejemplos como El Prisionero, donde el agente Número 6 se llamaba así para acentuar la sensación que tenía la población en esa entrante era postindustrial de que era solamente un número para el gobierno. También se refiere al creador de Expendiente X, Chris Carter, que asegura que se inspiró en el caso Watergate, que al fin y al cabo fue una verdadera conspiración.
Todo lo que en esa serie no eran alienígenas ni material semejante, al final eran casos en los que la ley defendía a los poderosos. Cuando se estrenó en los 90, era la época del Nuevo Orden Mundial, la teoría de la conspiración por la cual los poderosos tenían un plan secreto para establecer un gobierno mundial que eliminaría las soberanías nacionales, controlaría a la población mediante propaganda y emplearía organismos como la OTAN como fachada para ejecutar sus planes. No sé si se retroalimentó la ficción y la realidad, pero actualmente un programa idéntico a esos postulados saca tres millones de votos en España.

Para agravar más las cosas, el 11-S condujo las tramas hacia el terrorismo, como en 24, Sleeper cell, Rubicon o Homeland, donde el mal podía venir de tanto de terroristas como del propio gobierno. El patriotismo y el servicio de los héroes honrados era víctima de manipulación y engaño por parte de quienes deberían velar por la seguridad. El consabido Emo sido engañado. El éxito de estas fórmulas no hizo más que multiplicarse aludiendo a sectas, científicos, farmacéuticas, grandes empresas, pederastas unidos…
Dice el autor que estos recursos, aunque tengan esos matices oscuros e impenetrables, son tranquilizadores. Ofrecen explicaciones muy sencillas al mal en el mundo. No es que sea algo multifactorial inabarcable y que exige conocimientos técnicos, es simplemente un plan maestro ejecutado por seres malignos. Además, son reconfortantes. Como solo unos pocos se dan cuenta de la verdad, tienen el componente de David contra Goliat, que estimula, motiva y da fuerza para vivir a mucha gente avasallada.
La broma es que ahora mismo la oleada conspirativa ha acabado conquistando la comunicación política o lleva camino de hacerlo. En España nunca hemos estado exentos, la extrema izquierda en su momento y ahora la extrema derecha han intercambiado las mismas teorías sobre el papel de Estados Unidos y Alemania en la Transición española, por ejemplo. Y qué decir de las visiones que circulan de las políticas industriales. Menos el verdadero culpable de lo duras que fueron las crisis del petróleo para la industria española –el régimen de Franco- se han mencionado toda suerte de oscuros intereses que cerraron nuestras fábricas. Relatos muy confortables en una época donde ser o sentirse víctima viste mucho, ya que las nuevas generaciones son cada vez más autoritarias y toda imposición necesita antes un agravio que la justifique.
Cuéntame o El día de mañana, de TVE y Movistar respectivamente, fueron, por poner dos ejemplos, ficciones muy dadas a introducir conspiranoia y leyendas urbanas en sus guiones. En una conversación que tuve con alguien del sector sobre este problema, me dijo que ciertas fantasías están tan asentadas en el imaginario popular, que son lo que el público espera que le den cuando consume un producto que trate esos temas.

Como muestra, el reportaje sobre el asesinato de Carrero Blanco que dio Movistar+, Matar a un presidente, donde los guionistas decidieron dar libre circulación a todas las ideas fantásticas, imposibles de demostrar o fácilmente constatable su falsedad, que pudieron reunir. Se comprende, un documental con hechos contrastados y de conclusiones deductivas resultaría muy poco atractivo para una audiencia potencial formada mayoritariamente por gente que ya tiene las teorías conspirativas en la cabeza y solo quiere que se las confirmen.
En el caso americano, la paradoja es que Trump, que se había apoyado en grupos conspirativos, ahora no está satisfaciendo sus demandas con el caso Epstein y está perdiendo una parte sustancial de sus bases. Y encima, está haciendo lo menos recomendable, decirles que “circulen”, cuando la obsesión por tapar en estos casos no hace más que incrementar el interés.
Al margen de las impresiones de este articulista, lo cierto es que hay estudios que sí que consideran que la exposición a mensajes con teorías conspirativas reduce la confianza hacia el gobierno. Investigaciones realizadas con un documental sobre el supuesto montaje del alunizaje de la NASA (Conspiracy Theory: Did We Land on the Moon?) demostraron que los grupos que lo veían se volvían más desconfiados con las instituciones que los que no.
Otros estudios han detectado que existen perfiles más inclinados a estas creencias. Se cultivan en la polarización política, la lectura de medios digitales, pobre capital cultural temprano, creencias religiosas y sexo masculino. Ese sería el retrato robot. Pero hay datos curiosos, en Estados Unidos, por ejemplo, leer la prensa tradicional no reduce el nivel de creencias conspirativas, como pasa en otros países. Allí van con todo.
Ciertamente, sería muy raro que, con lo que ha sido la televisión, que nos ha metido presión estética y aspiracional por los cuatro costados, no fuese a lograr que la conspiranoia dejase su huella. A veces no hace falta que sea sobre nada en concreto, es tan solo un estado de ánimo. La deducción es un proceso engorroso y frustrante, muy poco espectacular. Queremos creer explicaciones sencillas y satisfactorias, que den placer o sirvan a nuestros objetivos. Estos mecanismos de raciocinio los han puesto en marcha hasta los más ilustres profesores de universidad, la inducción no es patrimonio de las clases con menor movilidad social. El “éxito” de la integración en las redes sociales de todos nosotros es que se ha vuelto transversal. Lo decía Expediente X bien claro, hoy lo importante es lo que tú quieras, a la realidad que la den: I want to believe.
